Una nación avanzada, moderna y funcional se asienta sobre cinco pilares fundamentales. En primer lugar debe formar una unidad de integración, como cualquier proyecto o sistema que aspire a tener alguna continuidad en el tiempo. Sin el común acuerdo de las partes sobre algunos temas esenciales, es casi imposible que el proyecto llegue a buen puerto. En filosofía esos temas esenciales se llaman condiciones de posibilidad. En política lo llamamos Estado de derecho o unidad nacional. La antítesis son los estados de taifas, el nacionalismo ultramontano, las tensiones regionalistas, las sociedades guerracivilistas, o las tribus que medraban en el periodo paleolítico.
Además, el Estado debe reducirse internamente a la mínima expresión ya que su función no puede exceder la mera de garantizar los derechos básicos (justicia y defensa). No puede haber duplicidades. Los niveles de jerarquía política tienen que ser los mínimos posible. A lo sumo, la nación quedará dividida en algunas provincias a modo de cantones, con competencia fiscal. Por su parte, el mercado de bienes y el movimiento de personas y capitales debe ser lo más libre posible para permitir que se pongan en marcha todos los fenómenos regulativos espontáneos que controlan su funcionamiento y que quedan anulados si el Estado interviene sobre ellos.
Finalmente, si atendemos a las interacciones entre el Estado y el mercado, los flujos de capital que de ellas se derivan no podrán exceder el gasto estatal, ni los ingresos podrán ser en ningún caso abusivos u opacos. La insumisión fiscal, la huida a paraísos fiscales, la división de poderes, o la exigencia de transparencia son algunas de las medidas a tener en cuenta para controlar todos estos desmanes.
