«El nacionalismo es como un pedo, solo le gusta a quien se lo tira» (Josep Pla, 1897-1981)
En un mundo en el que el fanatismo político y el engorde del Estado están a la orden del día, y donde los politicuchos, los estadistas y los mequetrefes tienen carta blanca, campan a sus anchas y se dan baños de masas, la autodeterminación de los pueblos no es en ningún caso un derecho legítimo, ni una opción sensata, es más bien la forma que tienen todos estos inútiles de justificarse, y la disculpa que utilizan para medrar en sus cargos y seguir así socavando las libertades de los ciudadanos, sin que éstos se percaten. Cada división geográfica ofrece la oportunidad de establecer un nuevo Estado, y cada Estado concede al profesional de la política nuevas herramientas y nuevas formas de exacción. El nacionalismo es una maquinaria puesta al servicio del político. Aquellos que creen que el político representa una amenaza grave para todos, deberian asustarse también cada vez que alguien defiende la fragmentación de una nación en decenas de pequeños gobiernos independientes.