El desarrollo tecnológico y la libertad son dos facetas de la condición humana íntimamente relacionadas, que se retroalimentan y que evolucionan conjuntamente, en proporción directa. Popper decía que era una maravillosa casualidad que la libertad representase a la vez dos tipos de valores, un valor ético y una valencia práctica. Pero lo realmente significativo es que eso no es ninguna casualidad. La defensa de la libertad del individuo enfatiza y subraya una cualidad sustancial de la realidad: la individualidad. Y es esto lo que hace que también sea una egida útil. La fórmula empleada en esta maravillosa combinación no es otra que aquella por ejemplo que hace también que el conocimiento de la fisiología de una enfermedad pueda ser util para desarrollar un fármaco de nueva generación que permita mejorar ostensiblemente nuestras vidas.
El desarrollo y la libertad se retroalimentan. La libertad permite incrementar el número de acciones, con ella se dispara el emprendimiento, se estimula la competitividad y se promueve el esfuerzo. Todo esto agiliza enormemente el desarrollo, y con el desarrollo aumentan también las capacidades y las acciones, y se vuelve a favorecer la libertad. Es lo que se llama un círculo virtuoso. Y precisamente el motivo de que dicho círculo acabe cerrándose por completo no es otro que aquel que señala que la libertad y el desarrollo son sin duda dos caras de una misma moneda, el resultado de adecuarse a la realidad y la posibilidad de manipularla con conocimiento de causa y con el propósito expreso de mejorar la vida humana.
Pero la libertad y el desarrollo tecnológico tienen aun otra correspondencia más. La libertad de la que hablamos no es solo una libertad para actuar, emprender, trabajar, competir y producir. También es una libertad hedonista. Y la tecnología también sirve para disfrutar y entretenerse.
La tecnología que ha traído la revolución informática ha constituido uno de los avances más importantes y propedéuticos de todos los que ha impulsado la raza humana a lo largo de su historia. Pero incluso esta revolución acabará pareciendo pequeña cuando consigamos transportar, ya no paquetes de información binaria, sino materia totalmente ordenada. Y no me estoy refiriendo aquí al teletransporte, objetivo que tal vez nunca pueda convertirse en una realidad. Me refiero al transporte real de materia a través de autopistas y redes semejantes a las que hoy en día transmiten la información por internet. Algún día podremos mover nuestros cuerpos y cualquier otro objeto de nuestro entorno a velocidades supersónicas, de forma automatizada, a través de cualquier terreno, por mar, aire y agua, teledirigidos o programados. Ningún punto del mundo estará a más de un par de horas de viaje. Podremos ir donde queramos, a cualquier rincón del planeta, llevando los enseres que deseemos, sin esforzarnos en saber el camino que tenemos que seguir. Simplemente meteremos la ruta en un ordenador programable, recargaremos la batería de nuestro exoesqueleto, nos prepararemos para contemplar nuevos paisaje, soñaremos con mil destinos distintos.
Internet ha revolucionado nuestra forma de interactuar con el mundo. Ahora lo hacemos de forma virtual y hemos perdido un cierto contacto con la realidad. El exoesqueleto y las redes materiales del futuro repondrán ese contacto directo con el mundo. Volveremos a mirar a la naturaleza como antes lo hacíamos, con el cuerpo físico. Esto también es libertad. No en vano, la verdadera revolución (o evolución) acontece en cualquier caso cuando el hombre decide emanciparse, defiende sus derechos individuales, manifiesta sus apetencias y deseos, lucha por conseguirlas, y adquiere más parcelas de libertad. Cualquier avance abre nuevas alternativas y ofrece otras oportunidades. Y en eso consiste en definitiva la libertad y la acción, eso es lo que la libertad significa, lo que acaba propiciando, el éxito tecnológico. La causa y el efecto son en este caso la misma cosa. El circulo se cierra. La libertad individual lo es todo.