La ley de conservación de la masa, ley de conservación de la materia o ley de Lomonósov-Lavoisier, es un principio fundamental de las ciencias naturales. Dicha ley afirma que la masa total en un sistema cerrado permanece siempre constante, es decir, la masa consumida de los reactivos que constituyen ese sistema es igual a la masa de los productos obtenidos en la reacción. Esto se puede trasladar, mediante una simple asociación, al caso más cercano de las personas. Lo que produce una sociedad solo puede ser igual a lo que consume. Por ello, los individuos que componen el sistema social tienen que tender a igualar sus gastos y sus ingresos. Si no es así, el sistema acaba sufriendo algún tipo de desequilibrio. Por supuesto, ningún país es un sistema completamente cerrado, y por tanto existe la posibilidad de pedir créditos a otras naciones y seguir endeudándose. Pero esto tiene un límite claro, que viene marcado por la morosidad y la credibilidad en los pagos del país deudor. A todos los efectos, la sociedad planetaria como conjunto sí que puede considerarse un sistema cerrado, que tarde o temprano acaba cobrándose las deudas.
La solidaridad intergeneracional en la que se basan las pensiones en España es la causa de que ahora la caja del Estado no cuadre para pagar a todos los jubilados. El problema es el mismo de siempre: es un problema más genérico. La solidaridad forzosa en la que se basa este sistema acaba distorsionando la relación que debe existir entre ingresos y gastos, e impidiendo que ambos se igualen en el medio plazo.
Tanto la solidaridad intergeneracional como la solidaridad interterritorial, como cualquier otro tipo de solidaridad, acarrean siempre los mismos problemas, abocan a las sociedades a un mismo tipo de vía muerta. Dicho problema solo se soluciona cuando los ingresos y los gastos se hacen recaer sobre la misma persona, obligándola a depender solo de sus ganancias o sus esfuerzos.
La desigualdad entre ingresos y gastos es también la causa principal que ocasiona las burbujas recurrentes que padece la economía mundial cada cierto tiempo. La gente gasta más de lo que produce, y luego tienen que pagarlo los abuelos, que usaron su casa como aval, o los nietos que se ven obligados a buscar trabajo en plena crisis. Al final, alguien tiene que cargar con las deudas. Y lo peor es que siempre suelen pagar el pato aquellos que no tienen la culpa de nada.
Miles de personas salen ahora a las calles para exigir al gobierno que siga persistiendo en el mismo error. Quieren que suba las pensiones, lo cual (en el sistema actual) solo se puede hacer a cargo de los ingresos que obtienen los trabajadores actuales. De esta manera, no hay forma de saber lo que ha ganado cada cual a lo largo de su vida, y por tanto lo que puede gastar en un momento dado. Y tampoco hay forma de solucionar el problema de fondo.
Para más inri, muchos exigen que sigamos cayendo en el mismo error que nos ha llevado hasta aquí: la solidaridad obligada (las pensiones públicas). La única solución sin embargo es hacer que los gastos y los ingresos que afectan a una misma persona tiendan a igualarse en el tiempo, lo que siempre se ha llamado cuadrar las cuentas. Y la única medida a tomar para conseguir esto es la de privatizar las pensiones, para que cada uno gaste solo aquello que ha producido (¡Mira que es sencillo el razonamiento!). Esto, que debería ser considerado una teoría física y una verdad aplastante, basada en la ley de la transformación de la materia y la energía, resulta que todavía es motivo de enconados debates y discusiones por parte de la mayoría de economistas. Muchos son incapaces de ver la raíz del problema, que es mucho más profunda que la mera incertidumbre que generan a día de hoy las maltrechas pensiones. Por eso insisten una y otra vez en aplicar medidas que solo pueden agravar la cuestión de fondo. En pleno siglo veintiuno todavía seguimos discutiendo la forma geométrica que tiene la Tierra, sin ponernos de acuerdo.