Un liberal sensu stricto cree unilateralmente en un único principio básico: el individuo, lo cual le convierte en el principal azote de totalitarios y sátrapas de toda laya. Pero muchas veces, tanta es su abstracción y su abnegación individualista, que tiende a olvidar todo el conjunto de marcos supraindividuales que limitan y definen a esos individuos: la idiosincrasia, el contexto, la geografía, la historia, la situación política, o la cultura tradicional, realidades todas ellas que pueden haber marcado la buena marcha de un determinado país o de una civilización, y de las que los individuos no pueden abstraerse.
Por el contrario, un conservador ortodoxo no suele referirse al individuo con tanta determinación, tiende más bien a exaltar la religión o cultura en la que le han educado, sin preguntarse si esa doctrina defiende o no una moral objetiva, paralizado por los primeros relatos que le han contado sus padres. No obstante, aquel conservador que ha tenido la suerte de nacer en una sociedad civilizada acaba protegiendo, aunque sea por casualidad (esto no importa), aquellos derechos humanos y aquellos contextos correctos en los que ha crecido, y lo hace con mucho más acierto y sensatez que el liberal individualista que solo repite maquinalmente frases y expresiones que priorizan al individuo y excluyen su entorno y su trama.
Cada uno de ellos, el liberal y el conservador, tiene sus propios sesgos de confirmación. Por eso, tal vez la decisión más sensata sea la que adopta el llamado «liberal conservador», que coge lo bueno de ambas posturas y elabora con ellas una visión completa del mundo: con individuos, pero también con sociedades, contextos, ambientes. No hay nada peor que el maniqueísmo rampante que solo acierta a ver un nivel exclusivo de la realidad. Por eso no deberían asustarse, mis queridos amigos, cuando alguien añada a esa hermosa palabra que se escribe con L mayúscula: Liberal, otra que apele a la conservación de algunas tradiciones. Puede que el que les señale les esté acusando de beatería, patriotería, u homofobia. Pero ustedes saben que son auténticos liberales, y que su conservadurismo no tiene nada que ver con la pedantería religiosa, el chovinismo o la inclinación sexual, sino que apela a las tradiciones más importantes, la cultura y la naturaleza, que se han venido conservando (por algo) desde que el hombre apareció y fundó aldeas y familias, y desde el mismo momento en que surgió en Grecia la civilización que estaría llamada a formar el conjunto de costumbres e ideas más importante y avanzado de todos cuantos han existido: la civilización occidental.
No tengan miedo de que les llamen conservadores, pues la libertad es ante todo un principio que hay que conservar a toda costa. Es más, un principio solo cobra sentido si hace abstracción de la realidad pasajera del sujeto y consigue ser intemporal y aplicarse en todo momento y lugar, esto es, si se conserva. En un mundo lleno de peligros y agresiones, los conservantes evitan que las cosas se acaben pudriendo. El liberal debe ser, sobre todo y ante todo, una lata de conservas: un conservador ejemplar, una persona religiosa, un hombre de familia, un patriota convencido, y un occidental irrestricto. Y deberá ser todas esas cosas aunque no crea en Dios, ni tenga familia, ni defienda a su país, ni viva en Occidente. Será todo eso porque cree que la religión, la familia, el país o la cultura, son contextos en los que vive y se desarrolla el individuo, que solo puede vivir y desarrollarse dentro de ellos, que así ha sido siempre, y que por tanto solo se puede defender la libertad de esos individuos si se protegen al mismo tiempo los contextos tradicionales más adecuados en los que estos habitan. En definitiva, un liberal solo podrá defender sus valores si además es un conservador de pro; si es un liberal conservador.