El hombre es un ser vivo eminentemente gregario. Representamos al mamífero más exitoso de todos, y ello es debido en buena medida a que también somos el vertebrado más social que existe. Nuestra sociedad es infinitamente más compleja que la de cualquier especie de insecto.
Dentro de este escenario evolutivo, es importante tener en cuenta el papel crucial que juega la formación y consolidación de grupos. La defensa de las libertades individuales es una de las reivindicaciones máximas de la sociedad occidental. Sin embargo, no podemos obviar que estamos determinados, en la mayoría de los casos, por un comportamiento voluntario que nos lleva a buscar continuamente la compañía y la ayuda de los demás. Por eso es importante saber también por qué se constituyen los grupos y qué respaldo de legitimidad tienen.
Los grupos se caracterizan principalmente por dos cosas, por aquello que aspiran a ofrecer, y por aquellos a los que quieren implicar. Así, un grupo se puede basar en el ofrecimiento de un principio doctrinal que atienda a cierto aspecto importante de la realidad, o puede en cambio ofrecer un principio espurio, sustentado en una capacidad o cualidad contingente apenas importante. A su vez, los grupos pueden querer imponer ese principio a todas las personas, o solo a una parte de ellas. En función de estos dos determinantes grupales, se constituyen cuatro colectivos distintos, los cuales quedan representados en la siguiente tabla:
Principio
Aplicación |
principio universal | principio contingente |
imposición total | Liberalismo | Comunismo (y marxismo cultural) |
imposición parcial | Anarcocapitalismo | Otros: ej. feminismo liberal |
De estos cuatro tipos de movimientos sociales, el único realmente peligroso es el marxismo. La ideología de Marx se basaba en una cualidad de la persona ciertamente particular (contingente): su condición de obrero. A esto se unía su intención de extender esa condición a cualquier ser humano. El peligro viene precisamente cuando pretendemos imponer una cualidad particular de manera general, como si fuera un principio absoluto. Y el peligro del marxismo vino cuando se quiso hacer del trabajador obrero una suerte de ejemplo para todos los ciudadanos, convirtiendo la sociedad entera en un campo de concentración y exterminio donde solo era posible existir si demostrabas tu afinidad con el tirano o tu condición de jornalero harapiento.
En el otro lado del espectro tenemos al liberalismo clásico, el cual se basa en un principio de suyo universal: la individualidad y la acción libre de las personas, que también se trata de imponer a todos los niveles, para asegurarse el respeto de tales libertades y cumplir con esa condición ecuménica. Pero ahora, como el principio es absolutamente cierto, y como la consigna que defiende no acarrea ningún tipo de caudillaje, su aplicación en este caso no puede ser más correcta.
Existen a su vez otros dos movimientos que no buscan articularse a través de una imposición global, como es el caso de los anteriores. El primero de ellos, el anarcocapitalismo, parte del mismo principio del que parte el liberalismo. Pero, al contrario que este, considera que no hace falta extender a priori una aplicación general. Yo creo que esta forma de implementación no se corresponde con la condición universal que tiene el propio principio del que se parte, lo cual puede traer aparejados algunos problemas añadidos, que no existirían en el marco de una aplicación global efectiva. De aquí surgen las sempiternas disputas entre liberales clásicos y anarquistas de mercado. Con todo, el anarcocapitalismo se encuentra a años luz de poder provocar los mismos desastres que genera el marxismo, y en cualquier caso siempre debemos contemplar la posibilidad de que pueda funcionar relativamente bien en algunas sociedades extremadamente avanzadas.
Finalmente, están todos aquellos movimientos que se apoyan en una reivindicación muy particular (por ejemplo, los derechos de la mujer o la vida de los animales), para hacer de ella una causa y un nuevo motivo de lucha. En estos casos, si dichos grupos aspiran a imponer sus reglas a toda la sociedad, resulta imposible distinguirlos del marxismo, al menos en el plano general. La única diferencia constatable sería el tipo de becerro que cada uno escoge para rendirle culto (el comunismo original idolatra a la clase obrera en vez de a los animales o las mujeres). En conjunto, ese es el motivo de que todos estos movimientos se hayan agrupado bajo la denominación de marxismo cultural. Pero si estas asociaciones simplemente quisieran luchar por una causa que sus integrantes convinieran en considerar legítima, sin imponerla de manera general a través de la política, no pasarían de ser otra asociación más, con todas las garantías de derechos y deberes que tiene cualquier grupo voluntario de personas. Por eso estoy de acuerdo con esa visión que considera necesario diferenciar aquellos grupos de individuos que sólo se reúnen para alimentar alguna reivindicación concreta (por ejemplo algunas feministas), de aquellos otros que aspiran a utilizar el aparato del Estado para someter a los demás colectivos y convertir su causa espuria en una suerte de imposición marxista (hembrismo).
Soy consciente de que muchos grupos sociales emergentes (casi todos) tienen en realidad un abolengo comunista claro, y buscan hacerse con el poder del Estado para dictaminar edictos que obliguen a todos los ciudadanos a seguir sus preceptos y sus normas. Pero ello no quita para que existan algunos pocos grupos que no tengan ese mismo perfil. Por ejemplo, el grupo de feministas liberales. Por consiguiente, la denominación de feminismo, y su contraste con lo que se ha venido a llamar hembrismo, no solo es una categorización posible, sino que resulta completamente necesaria, toda vez que cumple con el papel principal que tiene cualquier lenguaje o sistema de comunicación, que no es otro que el de diferenciar o describir la realidad con el mayor grado de fidelidad y detalle que sea posible.
Con esto y con todo, cabe hacer todavía una reflexión final. Aunque hay que asumir la necesidad de admitir a cualquier movimiento liberal que luche por los derechos de la mujer, no considero que el liberalismo tenga necesidad de meterse en estos berenjenales. No creo que el liberal deba desenvainar la espada del feminismo para emprender una lucha que no es la suya, toda vez que la defensa del individuo ya implica en buena medida al sexo femenino. Si fuera cierto que la mujer está en clara desventaja con respecto al hombre, la mera defensa del individuo pondría un énfasis especial en conseguir que dicho colectivo se reintegrase a la sociedad en igualdad de condiciones, y haría mucho más por las mujeres que cualquier discriminación positiva que podamos imaginar. No hay mejor forma de ayudar a las mujeres que tratarlas como individuos soberanos, equiparando sus libertades legales con las de los hombres, y permitiendo que aquellas diferencias que vienen marcadas por el sexo se expresen también con la mayor naturalidad posible.
Por consiguiente, creo que una defensa liberal del feminismo es sustancialmente innecesaria, e incluso muchas veces puede ser un tanto contraproducente, ya que puede llevar a equívocos, sobre todo entre aquellas personas que no acaban de tener muy claro en qué consiste el liberalismo. Pero tampoco me alineo con esa postura que adoptan algunos liberales radicales y que tacha a todo feminismo de marxista, pues creo sinceramente haber demostrado aquí que, en lo esencial, el feminismo liberal no tiene prácticamente nada que ver con el marxismo cultural. El marxismo sólo se puede articular con la mediación del Estado, y un liberal jamás transigiría con esa condición.