La ciencia y la política son dos empresas incompatibles, antitéticas. La política está trufada de beatos y de eunucos, adultos que se comportan como adolescentes, razonan como púberes, y arguyen como infantes. Aquí no valen demostraciones de ningún tipo, puede más la ideología del sacerdote o la palabra que emana de la boca del profeta. El fracaso que acarrea la política, de izquierda o de derecha, sirve exclusivamente para que cada uno de esos sectores de la bancada se tire los trastos a la cabeza del otro, y ascienda al poder de manera periódica. En eso consiste precisamente la alternancia democrática que tanto alaban los creyentes del Estado. Jamás se falsea ningún programa político. Los que abandonan el poder quedan en evidencia delante de su electorado, pero lo retoman sin problemas al cabo de unos años, vuelven a ser votados y vuelven a aplicar las mismas medidas que les llevaron en su día a la derrota. En cualquier caso, todos hacen prácticamente lo mismo. Es como si un ptolemaico y un creacionista se disputasen el dudoso honor de ejercer como referentes intelectuales. Durante unos años todos actuaríamos como si la Tierra fuera el centro del universo, y en la legislatura siguiente todos obraríamos como si el centro del universo fuese la Tierra. Y todos acusarían a los heliocentristas de ser los causantes de los errores que, con toda seguridad, arreciarían invariablemente cada vez que el geocentrismo decidiese utilizar unos cálculos equivocados. El ejemplo cobraría matices todavía más absurdos si los heliocentristas, que son los acusados, ni siquiera supusiesen una promesa lejana en el panorama electoral, apenas constituida por una minoría representativa, y solo sirviesen de chivo expiatorio, para hacer recaer la culpa sobre ellos, cada vez que dijesen que la Tierra gira alrededor del Sol. Pues bien, aunque parezca increíble, esto es precisamente lo que ocurre hoy en día con las democracias parlamentarias que gobiernan una buena parte de países occidentales. De igual modo, se culpabiliza a los neoliberales (los heliocentristas de la política) de ser los causantes de todas las crisis económicas, cuando en realidad jamás ha existido un gobierno mínimamente liberal. Todos los socialistas, de derecha o de izquierda, utilizan la política para intervenir masivamente en la economía de sus respectivos países, y acaban destruyendo todo aquello que tocan, y cuanto más destruyen, más insisten en decir que ellos son los únicos que pueden arreglar las cosas, y que son otros, los liberales desaparecidos, los que deben responsabilizarse de todas esas negligencias y desastres. Y cuanto más aúllan, más palmeros y adocenados surgen de entre las ruinas de los edificios y salen a recibirles, y por eso chillan todavía más fuerte, y por eso siguen disputándose el poder cual aves de rapiña y arruinando a la sociedad cada vez más, y volviendo a gritar a la menor oportunidad, en contra del capitalismo salvaje, que nunca termina de llegar.
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