Las últimas elecciones españolas han dejado un panorama político insólito, bastante más complejo que cualquiera de los anteriores. El bipartidismo tradicional se ha escindido en dos, uno de derechas (PP y Ciudadanos) y otro de izquierdas (PSOE y Podemos). Y a esto hay que sumar el creciente impulso de los nacionalistas y el esfuerzo de Izquierda Unida por mantenerse a flote. Ante tal situación, parece que cualquier vaticinio que se haga en torno a la figura del próximo presidente de España puede acabar teniendo menos éxito que las predicciones de año nuevo de Rapel. Con todo, el escenario que se perfila no es tan complicado como parece. No en vano, los futuribles pueden quedar reducidos solo a tres casos.
En primer lugar, parece sumamente improbable que vayamos a una repetición de las elecciones. Esta opción solo se contemplaría si fuera imposible cualquier tipo de acuerdo. Pero parece que Pedro Sánchez no está por la labor. Si se repiten los comicios, Sánchez tiene todas las de perder. Y como juega el papel de bisagra principal, y puede ponerse de acuerdo a derecha y a izquierda, parece bastante improbable que no acabe optando por una u otra salida con tal de gobernar.
En segundo lugar, la situación se simplifica mucho cuando comprendemos que solo existen dos posibilidades de gobierno. Los dos únicos líderes que pueden gobernar son los presidentes del primer y el segundo partido más votados, esto es, el PSOE y el PP. Los demás solo pueden ejercer la función de apoyo, y ocupar algunas de las carteras ministeriales. Es imposible que un partido que ha obtenido menos votos que otro le robe la presidencia.
Pero todavía existiría una última posibilidad de gobierno. Lo lógico sería pensar que solo puede gobernar Rajoy con la anuencia de Ciudadanos y el PSOE, o Pedro Sánchez con el apoyo de Podemos y los nacionalistas. Pero cabe la posibilidad de que el PSOE acepte un pacto con el PP si Rajoy renuncia finalmente a la presidencia. En este caso, podría gobernar Pedro Sánchez con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PP. También podría ser que Sánchez cediese el escaño de presidente a un candidato nuevo del PP si con ello obtuviera amplios poderes en el nuevo gabinete. Esta tercera posibilidad es más retorcida que las otras dos. Pero la negativa de Rajoy a la propuesta que le ha hecho el Rey para que sea el candidato parece que apunta en esa dirección.
Esta última posibilidad tiene más visos de convertirse en real por cuanto que satisface al sector más constitucionalista del PSOE, que a día de hoy no ve con buenos ojos las alianzas de Sánchez con las facciones más radicales del nacionalismo. Igualmente, satisfaría al propio Sánchez, que podría colmar por fin sus ansias de poder. Y dejaría además medianamente satisfecho al PP, que salvaría los muebles y evitaría verse completamente desplazado por las alianzas de izquierda. Además, Rajoy parece ser el único candidato a la presidencia del gobierno con el suficiente sentido de estado como para sacrificar su propia carrera política en beneficio de un acuerdo que libre a España de un gobierno rupturista, secesionista, y profundamente anticonstitucional. Rajoy ya no puede aspirar a ocupar un cargo más alto que el que ha ostentado en la anterior legislatura. Y sobre todo, es más consciente que Sánchez del enorme peligro que entraña un gobierno secuestrado por los comunistas y los nacionalistas.
El único que perdería en todo esto, si se diera esa tercera posibilidad, es Pablo Iglesias. Seguramente, el dirigente de Podemos ya sabrá en qué estado se encuentra su situación. Por eso ha echado un órdago a Pedro Sánchez en la rueda de prensa posterior a la reunión que ha mantenido con el Rey. En ella ha dicho que quiere la vicepresidencia para él, y las carteras de economía, interior y defensa para sus correligionarios de partido. Y en una actitud que solo puede calificarse de prepotente, con un tono rayano en el desprecio, ha añadido que a Pedro Sánchez le ha sonreído el destino por tenerle a él como socio de gobierno. Es indudable que Pablo está completamente seguro de que es una pieza imprescindible en el tablero del presidente socialista, y sabe que éste hará lo que sea para alcanzar el poder. De lo que no se ha percatado ninguno de ellos, ni Pablo ni Pedro, es de la presencia en el campo de un tercer jugador. Puede que los dos sean tan arrogantes que no han sido capaces de reparar en este pequeño matiz. Rajoy también puede mover ficha. Y vaya si lo ha hecho. Ha renunciado a su propia investidura como presidente. Ahora la pelota está en el tejado de Pedro Sánchez.
Es posible que Pablo Iglesias haya firmado su sentencia de muerte al hacer esas declaraciones exigiendo la vicepresidencia. Puede que haya humillado al partido socialista tanto que éste ya no quiera pactar con él. Aunque parece que a Pedro Sánchez no le importa que le ofendan, y solo le mueve el poder, no hay duda de que existe un creciente descontento dentro de las filas del principal partido de la oposición. El disgusto afecta a muchos de sus dirigentes históricos. Esto inclinaría todavía más la balanza hacia el lado del Partido Popular.
En los próximos días veremos en qué desemboca todo esto. El sainete aun no ha terminado. Conocemos a todos los protagonistas. Uno por uno, se han ido retratando a medida que avanzaba la obra. Pero falta por saber el final. Lo peor de todo es que, al acabar la función, no nos podremos levantar del asiento para volver a casa y olvidar lo que hemos visto. Estamos obligados a permanecer en el teatro toda la legislatura. Durante ese periodo, los actores seguirán haciendo el payaso, veremos cómo repiten las mismas escenas una y otra vez. Y estoy seguro de que no dudarán en cobrarnos una entrada cada vez más cara, agravada con todo tipo de impuestos, tasas y tributos, que irán directamente a financiar la bufonada y el vodevil.