La pesadilla del yihadismo, el sueño de los cobardes y el desvelo de los justos


portada-Charlie-Hebdo-atentados-Paris_EDIIMA20151117_0527_5El viernes, 13 de Noviembre de 2015, quedará en el recuerdo de todos los hombres de bien como una fecha fatídica; una efeméride funesta. Ese día, París sufrió la mayor cadena de atentados de su historia reciente, perpetrados por el mal llamado Estado Islámico, que se cobró la vida de 130 personas inocentes, entre las cuales se contaban muchos adultos jóvenes que asistían despreocupados a las fiestas nocturnas que les ofrecía la metrópoli, en estrecha alianza con la nubilidad. Vaya por delante mi más sincera condolencia hacia todos aquellos que han perdido algún miembro de su familia, y también mi homenaje a los fallecidos en el transcurso de esos atentados. Pero este artículo no va de conmemoraciones ni aniversarios; su objetivo no mira hacia el pasado; no voy a encender más cirios ni voy a colocar más flores. Más bien, lo que voy a intentar es abordar la problemática que se cierne ahora, a raíz de todos estos hechos, y que sin duda pende peligrosamente sobre las cabezas de los franceses y, en general, sobre todos los que pertenecemos al mundo civilizado de Occidente.

Como siempre, cada vez que los malvados masacran a sangre fría a la población inocente e indefensa, y toca responder a esas atrocidades con la palabra o la acción, surgen innumerables voces que claman por la paz en el mundo y el perdón de los culpables, asumiendo todas las responsabilidades habidas y por haber, utilizando todas las escusas imaginables, compadeciéndose de los victimarios y los criminales, y acusando a las víctimas de ser las principales instigadoras de las atrocidades cometidas contra ellas. Su capitulación se antoja más parecida a un suicidio en masa que a lo que debería ser una respuesta consecuente con el peligro y contundente con la maldad, encabezada por una sociedad herida pero determinada a perdurar, defensora de lo más sagrado que tienen las personas al nacer, su libertad y su vida.

La progresía siempre ha declinado la oferta que le hacen los terroristas sanguinarios. Siempre se ha abstenido de combatirlos. Los justifican por diversas razones, y cuando no, los perdonan y se compadecen de ellos como si fueran unos desgraciados dignos de lástima. Los motivos principales de esta actitud son diversos. Pero sobre todo se resumen en uno. Los hombres solemos creer que el malo de la película siempre es aquel que más poder ostenta. No nos importa en absoluto constatar cómo se ha obtenido esa superioridad. Solo vemos la superficie especiosa del problema. Así, nos indignamos cada vez que observamos una situación de desigualdad, de la misma manera que se indigna un marido celoso ante cualquier mínima coquetería de su mujer. Si alguien es más poderoso, inmediatamente pensamos que en su camino ha tenido que someter a todos los que ahora muestran una mayor debilidad. Y puesto que Occidente se ha erigido en los últimos siglos como la civilización más potente, desarrollada y flamante del mundo entero, los estúpidos (que desconocen las fuentes de la riqueza) creen que la causa de su éxito se basa en la destrucción y el aprovechamiento que han hecho del resto de culturas.

Como representante máximo de esta actitud que acabamos de señalar, se encuentra el ideólogo socialista, el cual suele tener un único enemigo común: el rico. Desde que Marx les inoculara el veneno de la envidia, los fracasados y los inútiles vienen obsesionándose con la lucha de clases y la causa obrera, y no conciben otro combate que no sea ese. Dentro de este grupúsculo de inadaptados, campan a sus anchas esos mamertos a los que solo les mueve una única cosa, conseguir un puesto cómodo en las entretelas de la política, manteniendo sus cargos con los impuestos que retraen del trabajo ajeno, y con las artimañas que acostumbran a utilizarse en todos esos ámbitos profesionales, donde el dinero y el esfuerzo foráneo son los únicos medios de pago que contribuyen a satisfacer los deseos y las aspiraciones personales de los estadistas. Por eso, el socialista suele pensar que los terroristas son un resultado más del expolio al que han sido sometidas y expuestas las naciones más pobres, en favor de aquellas que tienen más riquezas. En ningún caso pensarán que son consecuencia directa de la propia inquina y el retraso endémico que afecta a las sociedades de las que surgen esas organizaciones, donde se educan los terroristas. Opinan a pies juntillas que todo ese horror se debe a la colonización y la utilización que de ellos han hecho los países prósperos. El político solo sabe medrar a base de usar el dinero ajeno. Por eso tiende a creer que el éxito de unos es siempre el fracaso de otros.

Cada vez que hay un conflicto armado, el socialista ya tiene de antemano un culpable de todo: la sociedad avanzada. Esta forma de masoquismo incondicional produce siempre dos consecuencias perversas. La primera es que se justifica a los asesinos y se les dota de razones. La segunda, mas grave si cabe, es que se ponen en marcha diferentes mecanismos que solo buscan oponer resistencia al progreso y el desarrollo. En el primer caso, el socialista se convierte en una persona casi tan vil como aquella que aprieta el gatillo; se vuelve un aliado de los asesinos. En el segundo caso, ese mismo socialista arremete, casi sin darse cuenta, contra su propio pueblo y su propia sangre. Se convierte en un traidor. No se me ocurre nada más abyecto que esto. En una situación de emergencia nacional es cuando un país se la juega, cuando más hay que defender los derechos individuales y la libertad humana, sin concesiones, de manera unilateral. Tras una matanza como la que ha sacudido París estos días, con los cadáveres sobre la mesa todavía calientes y las pistolas echando humo, hablar de paz y de perdón resulta casi irrisorio. Oponerse ciegamente a cualquier respuesta bélica coordinada por los países agredidos, socava todas las bases de la tolerancia y los principios que representan la antítesis de la barbarie y la violencia, principios que han venido a constituir la civilización occidental a la que pertenecen las propias víctimas, dentro de la cual también se cuentan todos aquellos biempensantes y pacifistas que ahora les niegan la posibilidad de defenderse. Esta actitud, resulta tan abyecta y miserable que uno casi prefiere al terrorista. Al menos éste se muestra consecuente con lo que dice. El progre en cambio, no solo se conchaba con el asesino, sino que además asume el papel de Edipo y se convierte en un traidor de la patria y de los ideales bajo los cuales se ha criado. A pesar de haberse educado en un país que le ha ofrecido de todo y que le ha permitido expresarse y prosperar en la vida, el progre se revuelve contra la madre que le ha dado de mamar y le ha cambiado los pañales, en un acto más propio de un forajido sin escrúpulos que de un ciudadano civilizado. Uno no puede evitar pensar que ese niño podría ahora ser muy distinto de haber recibido a tiempo una buena somanta de azotes.

En verdad, la sociedad occidental se ha vuelto de plastilina. Es lo que tiene haber sido criado entre algodones. Lo mismo les pasa a los animales domésticos. En las granjas están a salvo de cualquier depredador, no tienen que buscarse el alimento, todo son contemplaciones. Por eso han evolucionado como lo han hecho. Si tuvieran que sobrevivir un día en la selva, no pasarían la prueba. La sociedad occidental va camino de experimentar en carnes propias lo que la vaca lechera sentiría y padecería en medio de una estepa africana, si su propietario la dejara irse.

En España los terroristas mataron más personas en un día de las que han sido masacradas en la sala de fiestas de París, y el pueblo español reaccionó con cobardía y estupidez, votando a Zapatero para dejar de combatir a los radicales. Veremos lo que pasa ahora. Acaso esa sociedad adormecida empiece a despertar con los franceses. De momento ya han demostrado tener más unidad y sentido de la responsabilidad que nosotros, si bien Europa en su conjunto sigue tan dividida como siempre.

Una escusa habitual que suele adoptar la progresía, para quitarse el muerto de encima (nunca mejor dicho) y evadir así la responsabilidad que tiene como miembro honorario de la sociedad libre, consiste en decir que la causa de los atentados yihadistas es meramente política y no goza de ninguna preferencia religiosa. Con ello el progre busca exculparse a sí mismo y exculpar también a esa facción de creyentes más moderada, a la que tanto señala. No se dan cuenta que la religión y la política son una y la misma cosa en prácticamente todos los países musulmanes. Así que no tiene mucho sentido hacer esa separación. Con ello solo se consigue esconder el verdadero problema y retrasar la posible solución.

No seré yo el que diga que no existen musulmanes moderados a los que debemos tratar con el mismo respeto con el que tratamos a los que son de nuestra misma religión. Existen millones. Pero esto no obsta para afirmar a continuación que el caldo de cultivo del terrorismo hodierno se encuentra precisamente en la cultura musulmana, que en muchos aspectos aún está anclada en la Edad Media. No solo son culpables los terroristas que asesinan, también aquellos que les amparan, les educan o les soportan (y se callan). No solo los que matan a sangre fría. También los que promueven la sumisión de la mujer, el rezo obligatorio o la prevalencia de la teología por encima de la política (estos son muchos más numerosos y despiertan bastantes más simpatías; quizas por ello sean en el fondo más peligrosos que los otros).

Otra escusa relacionada con la anterior, pero mucho más grave, es la que busca achacar los asesinatos a las propias víctimas, a Occidente. Este es un delito de lesa humanidad. No solo es un argumento capcioso, sino que además evidencia una vileza infinita. Pongámonos en el peor de los casos. Incluso si fueran ciertas las razones que algunos aducen para atacar a Occidente, incluso si Occidente hubiera sido responsable de vender armas a los talibanes, en el caso de que les hubiera apoyado militarmente al objeto de combatir a otras facciones, aunque solo le moviera el vil metal y no tuviera otra motivación que la sola intención de enriquecerse, nada de todo esto cambiaría las cosas. No estoy diciendo que miremos para otro lado y ocultemos esos posibles errores. Lo que afirmo es que la causa de occidente está por encima de todo eso. Como dijo Ayn Rand en una ocasión: “Cuando ves a hombres civilizados luchando contra salvajes, apoyas a los hombres civilizados, no importa quienes sean” Y por supuesto tampoco importa lo que hayan hecho. No hay duda de que han cometido algunos errores tácticos, e incluso se les puede achacar cierta falta de moral. Pero con eso y con todo, constituyen una civilización muy superior a las demás, en todos los sentidos. Es nuestro deber apoyar las ideas y los principios en los que se funda dicha sociedad. Y sobre todo, no podemos equipararla con el resto de culturas ni sacar a colación sus defectos cada vez que tenemos que enfrentarnos al enemigo. Quienes así obran vienen a insinuar que Occidente es el principal culpable de todas las desgracias que ocurren en el mundo. Y como quiera que Occidente es la civilización que más ha hecho por defender el respeto entre las personas, la libertad de los individuos, y la prosperidad de sus ciudadanos, esos farsantes acaban por caer en un sofisma execrable, están yendo en contra de la cultura que más ha hecho por mejorar la ética y por ampliar la vida.

Entre aquellos que dicen que hay que expulsar a todos los musulmanes, y aquellos que afirman que todas las culturas son iguales, existe una tierra media en donde unos pocos nos desgañitamos y nos esforzamos todos los días para rebajar la histeria que exudan esos dos extremos. Una sociedad libre, que defienda al individuo como tal, no puede basar sus argumentos tomando en consideración a un colectivo determinado, como un tótum revolútum. Ahora bien, tampoco debemos olvidar que la cultura islámica adolece por término general de aquellos derechos individuales que han hecho de Occidente un mundo mejor, y en consecuencia es el caldo de cultivo en el que se fragua el terrorismo que golpea periódicamente nuestras vidas.

En los días en que Irak estaba siendo bombardeado por Estados Unidos, solo una minoría apoyábamos esos ataques norteamericanos. Los terroristas en aquella época centraron el objetivo en los trenes de Madrid que llegaban a Atocha, y reventaron el cuerpo de doscientas personas. Acto seguido, los españoles entraron en pánico, metieron el rabo entre las piernas, agacharon las orejas, y acabaron votando a Zapatero y al partido socialista para que les sacase de aquella guerra. Como no podía ser de otra manera, el nuevo presidente, que había sido elevado al poder gracias a la cobardía de la mayoría de españoles, legitimado en unas urnas infestadas de miedo y de sudor, cumplió con lo acordado, nos sacó de la guerra y nos puso en el sitio que nos correspondía, al lado de los pusilánimes, en el lado oscuro de la historia. Pero todos creyeron que las elecciones habían sido limpias y correctas. Y sin embargo, todos habían ido a votar con un fusil apuntándoles a la cabeza, el de los terroristas que se jactaban ahora de lo fácil que había sido cambiarles la mente y el gobierno. Hoy en día los islamistas nos ponen de ejemplo ante otras naciones a las que invitan a hacer lo mismo que nosotros hicimos en aquellos momentos.  ¡Valioso orgullo ese de ser nombrado por un criminal sanguinario! En cualquier caso, esas elecciones españolas no pueden recibir otro nombre que el de golpe de estado. No se puede llamar democracia a una situación que ha sido causada por la amenaza y el amedrentamiento de todo un pueblo. Pero como el tirano no era visible, como nadie asaltó el parlamento con tanques, como no hubo militares que se alzaran en armas y se atrincheraran en las calles y las plazas, la gente creyó que la democracia había triunfado. Sin embargo, todos habían sido llevados a votar bajo amenaza, maniatados y confundidos. Pues bien, lo que entonces ocurrió en Madrid, se repite hoy con el pueblo francés, con una diferencia clara. Los franceses sí están unidos, y no se arrugan ante la adversidad, conscientes de quiénes son y de qué es lo que defienden. Saben que protegen principios mucho mejores que aquellos que enarbolan los terroristas. Les veo y me produce mucha envidia. Aquí, los paletos se enojan cada vez que oyen el himno nacional y te llaman facha si se te ocurre entonar su música, revelando así lo estúpidos que son. Un himno solo es un símbolo de unión. Por si mismo, no es malo ni bueno. Dependerá de los valores que defienda el país en cuestión. Pero los adocenados no ven nunca lo que hay detrás. Tienen anteojeras ideológicas. En el pasado, los estúpidos y los ignaros no alcanzaban a ver que la Tierra era redonda y se movía alrededor del Sol. Se guiaban exclusivamente por sus sentidos y sus impresiones. Hoy en día, algunos descendientes intelectuales de aquellos incautos vuelven a cometer el mismo error, arguyen de forma simplista, apenas comprenden que el himno nacional solo es un signo de unión, en torno a unos valores que podrán ser verdaderos o no, pero que no se pueden rechazar per se. Lo curioso de todo es que esos mismos que niegan la nación acaban apoyando todo tipo de nacionalismos regionales, mucho más chovinistas, divisores e insensatos que el que ellos critican. La vida está llena de paradojas. Una de ellas ocurrió en aquellos días, cuando reventaron los trenes. Los españoles dejaron entonces de apoyar los ataques de la coalición contra el régimen de Irak. Luego vinieron las primaveras árabes, y de aquellos polvos estos lodos. Como consecuencia de dejar los territorios en manos de los estúpidos, de aquellos y de estos, hemos acabado teniendo un futuro en manos de los bárbaros.

Los terroristas se aprovechan siempre del carácter disoluto de los pueblos libres, los cuales no se esperan la arremetida de los salvajes, no conciben el odio que despiertan en los demás, alternan distraídamente en las calles y las plazas de sus respectivas ciudades, y han perdido la costumbre de morirse de difteria o diarrea. Es un hecho que las sociedades occidentales están reblandecidas, tienen el cuerpo fofo, han engordado. Una de las consecuencias más claras del progreso y el bienestar es la de volverse más despreocupados. La ganancia de superar las adversidades resulta en un éxito que, a la vez que te aleja de las calamidades también hace que te olvides de ellas. La felicidad y el champagne aumentan exponencialmente, pero también se incrementa la imprevisión. El hombre queda desnudo ante las nuevas catástrofes, y estas son más destructivas en la medida en que cogen de improviso a los incautos. Este es un precio que tenemos que pagar las sociedades prósperas. Es el precio de la felicidad. Y los terroristas se aprovechan de esto. Saben muy bien que si nos atacan con el salvajismo que acostumbran a mostrar, vamos a responder con estampidas y pánicos. Pero se olvidan de una cosa. El progreso y el bienestar también ocasionan sociedades más fuertes, tecnológicamente armadas. Sus ejércitos se han profesionalizado. Los habitantes de esos países parecen vulnerables. Pero detrás suyo tienen una fortaleza inexpugnable, que compensa con creces esa blandenguería que acusa el ciudadano medio. Las sociedades libres son más ricas y productivas. Son la avanzadilla del progreso. La libertad favorece el comercio, la iniciativa, la diversidad, la creatividad, y todo esto se aúna para producir un desarrollo sin parangón en las comunidades cerradas. Los terroristas de Isis luchan para implantar una sociedad medieval, y al hacer esto están cavando su propia tumba. Es imposible que puedan vencer. Una sociedad medieval no tiene nada que hacer frente a otra del siglo XXI. Es imposible que ganen. Al final se impondrá la ley darwiniana. Ellos no lo saben, pero están sentenciados. Creen que pueden extender el terror allende sus territorios, propagando en las redes las atrocidades que cometen con los pobres miserables que caen en sus manos. Y hasta cierto punto lo consiguen (el terror siempre es más llamativo y estentóreo). Pero están despertando una maquinaria que apenas llegan a comprender, analfabetos como son. Sin saberlo, ponen en marcha el engranaje que mueve a las sociedades libres, el desarrollo tecnológico y científico, y el poderío de los países occidentales, que a la postre se volverá contra ellos.

La solución ya está dada de antemano. Hemos abrazado la libertad y es eso lo que nos hará todavía más libres. Aquello contra lo que combaten los terroristas es lo mismo que les hará perder. Por eso tenemos que entender que dicha solución pasa por colonizar Irak y Afganistán y por aprovechar sus recursos. Muchos seguramente pondrán el grito en el cielo cuando oigan estas instigaciones. Como he dicho, suelen pensar que los países occidentales inician las guerras con vistas a usar comercialmente el petróleo que tienen sus enemigos. Los socialistas suelen creer que existen intereses económicos detrás, y solo tienen en su punta de mira al rico y al empresario. Creen que el problema se origina siempre que existen intereses de por medio. No se dan cuenta que los intereses económicos constituyen el único motor del mundo. Sin intereses económicos nadie saldría a la calle. Ninguno de estos imbéciles que denuncian esos intereses occidentales iría a trabajar si no tuviera un salario justo a fin de mes. Es más, suelen ser ellos los que más reivindican un salario digno, y los que menos se mueven si tienen que trabajar por determinada cantidad de dinero, que creen que no se merecen. No es que no tengan intereses económicos. Por supuesto que los tienen. Lo que pasa es que les interesa el dinero que otros producen, exigen una renta universal obligatoria, y dan la impresión de estar reclamando un derecho humano. En realidad, lo que están es interesados en ganar más dinero, como todo el mundo. Esto sería legítimo si fueran ellos los que lo produjeran. Pero son hipócritas. Denuncian la búsqueda de beneficio económico mientras ellos hacen lo mismo. Y pretenden obtener esos beneficios mediante el saqueo que hacen a los demás. Así que la próxima vez que alguien acuse a Occidente de tener intereses económicos, respóndele que sí. Dale la razón. Dile que es eso precisamente lo que hay que hacer. No conseguirás que se quede callado. Pero al menos le chocará.

No tendría que avergonzarnos defender que debemos ir a esos países de oriente en busca de petróleo. Somos sociedades mucho más civilizadas. Sabremos usar esos recursos para beneficiarnos nosotros al tiempo que beneficiamos a las gentes de esos lugares. Conocemos las reglas del capitalismo. Sabemos que no es un juego de suma cero, que el comercio beneficia a todas las partes. El progre siempre ha creído que el éxito de unos supone el fracaso de otros. Basa su campaña anticapitalista en esa creencia mística. Pero luego de debatir y arengar a sus camaradas en las asambleas a las que asiste, se va al bar de al lado a seguir debatiendo, el camarero le pone una cerveza fría y él le corresponde con unas monedas, participando de esos intercambios que tanto critica, los cuales benefician sin duda a las dos partes. De la misma manera, si un país democrático coloniza a otro que tiene una tiranía, el beneficio que de ello se obtenga será doble (mutuo). No se puede acusar al colono de querer apropiarse de todos los beneficios. No se puede decir que un país medianamente capitalista, que emplea en sus operaciones de transacción un reglamento que provee de bienes a todas las partes, va a ser el único que salga ganando en esa partida. El capitalismo no es un juego de mesa. Aquí ganamos todos. Por tanto, nos iría mucho mejor si las naciones libres se pusieran de acuerdo y colonizaran y derruyeran las tiranías que salpican la superficie de la Tierra. No estoy diciendo que invadamos el mundo entero. Solo digo que podemos colonizar aquellos países en los que ya hemos puesto la bandera, en donde hemos invertido y contribuido a aplastar la tiranía, y a los que seguimos ayudando. Esto tiene que convertirse en una prioridad para nosotros. No podemos abandonarlos. Debemos dirigirlos nosotros. Crear un vergel donde antes solo había un desierto. Extender la libertad lo más posible. Nunca acabaremos de exterminar al terrorista. Pero al menos podemos reducirlo hasta convertirlo en algo meramente residual.

¿De qué tenéis miedo los occidentales? Una coalición mundial, de corte capitalista, aplastaría a Isis en unas pocas campañas. El único temor que tengo proviene de la incertidumbre que me causa el no saber si los mandatarios mundiales estarán a la altura del nuevo desafío. Aunque la seguridad que proporciona el hecho de conocer que todo depende de nosotros, aporta también bastante tranquilidad.

Yo estoy tranquilo (dentro de lo que cabe). Afortunadamente en el mundo los malos son una clara minoría. Hay dos minorías execrables. Los yihadistas satánicos del Isis son una minoría (aunque el islamismo sea un caldo de cultivo mayoritario en muchos países). Y los progres y analfabetos que acusan a Occidente de ser el principal responsable de las masacres también son minoría (aunque muchos políticos y ciudadanos les bailen el agua). Son minoría unos y otros. Y juntos (que es como tienen que estar) también son minoría. Y son minoría a pesar de que en los últimos tiempos se hayan sumado a ellos algunas hordas de liberales. Tengo la triste impresión de que ciertos libertarios, anarquistas de mercado, muestran más afinidad por el Isis (porque es un protoestado pseudo-anárquico) que por los Estados occidentales, a los que no conceden atención y a los que ven como los verdaderos culpables (tal vez porque estos si son Estados consolidados). A eso les lleva la crítica del Estado. Solo ven estado, estado, estado…, sin pararse a valorar la defensa que determinado gobierno pueda estar llevando a cabo en determinado momento en determinado territorio. Pues bien, yo también critico a los Estados occidentales, por su constructivismo, por su socialismo, por su engorde. Pero soy lo suficientemente sensato como para diferenciar grados y no confundir la libertad de occidente con la tiranía de los bárbaros, la democracia moderna con la teocracia medieval, o el estado de derecho con el terrorismo y el anarquismo radical. Tengo que reconocer que estoy asombrado con estos liberales de postín de nuevo cuño, a los que les mueven más las demandas de los terroristas de palestina que las alianzas de Occidente. Me tienen ojiplático. Algunos liberales llegan a ser peores que ciertos socialistas.

Algunos de ellos afirman que el establecimiento de un protectorado en tierra enemiga es en cierto modo una inversión de dinero demasiado alta. Y aducen que ello llevará al Estado a acaparar nuevas cuotas de poder y hacerse todavía más grande. No estoy de acuerdo. Podemos explotar los recursos de esos países. Iremos aumentando su productividad a medida que la sociedad se desarrolle y se libere. La extensión del liberalismo y el capitalismo no ha de suponer necesariamente un aumento del poder estatal, sino más bien todo lo contrario. Algunos quieren colonizar Marte. Para mi es más importante colonizar antes algunas zonas deprimidas del planeta. Además, la historia demuestra que los países se crecen ante la adversidad. Tal vez salgamos mas reforzados de esta aventura. La colonización de América o la reconquista española de los territorios perdidos bajo el régimen musulmán dio lugar a una civilización más moderna y poderosa. Queda por saber si este nuevo enfrentamiento servirá también para endurecer nuestras costumbres y extender nuestra égida liberal.

Sabemos que la libertad es el arma mas poderosa de todas, que incrementa la productividad exponencialmente y libera enormes recursos para ir construyendo una nación más tecnológica e industrial. La guerra en cambio desvía muchos de esos recursos hacia la destrucción, recursos que ya no podrán ser empleados en construir ciudades, instar el progreso y armarnos con nuevas técnicas e inventos. Debemos ser cautos a la hora de embarcarnos en una nueva batalla. Pero llega un momento en el que la advertencia externa representa un peligro y una pérdida de seguridad tan altas, que amenazan gravemente nuestros sistemas de libertades y nuestra productividad, íntimamente ligada a esa seguridad, que nos vemos obligados a optar por el combate aun sabiendo que tendremos que invertir en él grandes recursos.

No estoy de acuerdo con las medidas que está dispuesto a adoptar el politburó francés, el cual ha dicho que quiere incurrir en un gasto y un déficit excepcionales. Pienso que los recursos pueden sacarse de otro lado (los estados del bienestar han creado en torno suyo una buena capa de panículo adiposo; tienen margen para adelgazar). No debemos tocar los pilares de nuestra sociedad. Precisamente es la capacidad de ahorro (el superávit) lo que ha permitido que invirtiésemos en nuevas tecnologías y lo que hace ahora que seamos más fuertes. Pero estoy de acuerdo en declarar la guerra al Estado Islámico y asumir las bajas que se produzcan en nuestras filas como parte de la solución, sin complacencias y sin dramatismo. El Estado Islámico es la nueva distopía, como antes lo fuera el estado alemán o el estado soviético. Sus muyahidines amenazan ya demasiadas cosas. Es la hora de la guerra. Es la hora de la libertad. Salvemos a los franceses de nuevo. Volvamos a desembarcar en Normandía.

Por lo pronto, tenemos que ser conscientes de que nuestra batalla es mucho más justa que la de nuestro enemigo. Como ha dicho Ignacio Medina: “Cuando nativos de países musulmanes escriban, produzcan, rueden y estrenen en países musulmanes una película como la Vida de Brian pero con Mahoma, y no pase nada grave, entonces y sólo entonces podremos compararlo con la cultura occidental actual. Mientras tanto no me vengan con las gilipolleces de las Cruzadas y la Inquisición. Mientras no tengan su Vida de Brian, Occidente tiene todo el derecho del mundo a considerarlos como los bárbaros que son.”

Y añado lo que nos ha dicho también Reverte: “En ese sentido, no estaría de más recordar lo que aquel gobernador británico en la India dijo a quienes querían seguir quemando viudas en la pira del marido difunto: «Háganlo, puesto que son sus costumbres. Yo levantaré un patíbulo junto a cada pira, y en él ahorcaré a quienes quemen a esas mujeres. Así ustedes conservarán sus costumbres y nosotros las nuestras.”

Y añadiría todavía otra frase más del grandísimo Revel, cuya obra se muestra hoy más necesaria que nunca. En las postrimerías de su libro La obsesión antiamericana nos dice lo siguiente: “¿Cómo tienen tantos millares de europeos el descaro de proclamar así, claramente, que, según ellos, los únicos responsables de la guerra de Afganistán fueron los Estados Unidos sin que hubieran sido a su vez, victimas de ninguna agresión previa? ¿Y cómo pueden esos europeos, no solo contra Estados Unidos, sino también contra su propio interés, contra el de la democracia en el mundo y contra la liberación de los pueblos oprimidos, gritar que, haga lo que haga Saddam Husein, nunca habría que intentar derrocarlo? La verdad es que la izquierda no ha entendido nada de la historia del siglo XX. Sigue siendo fanática con los moderados y moderada con los fanáticos”.

Afortunadamente, no todos los europeos opinan lo mismo. Eso es algo que ha quedado demostrado estos días. Francia sigue bombardeando en estos momentos al Estado Islámico. Ahora mismo los misiles caen en las cabezas adecuadas. Llevo varias horas enganchado a la tele, absorto en las noticias. Ya es hora de descansar. Me voy a la cama con la certeza de que hoy el islamismo salafista es un poco menos fuerte que ayer. Pienso en esos estúpidos pacifistas que critican cualquier acto de defensa. En esos relativistas que equiparan los valores occidentales con la bazofia islamista. En esos adocenados que afirman que la respuesta occidental es un acto de venganza. En esos que dicen que el culpable último de la masacre de París es Hollande y sus aliados. En esos cobardes que aseguran que el ataque va a remover el avispero yihadista y acabará trayendo peores consecuencias. En esos libertarios que, por criticar al estado, caen en la generalización de reprobar cualquier acción gubernamental. Pienso en todos ellos y poco a poco los bostezos van quedando entreverados con las arcadas, y casi no se distinguen. Me voy a la cama, no sea que acabe vomitando. ¡Ánimo Francia!

La pesadilla del yihadismo ha sido largo tiempo alimentada con el sueño de los cobardes y los pacifistas. Bruselas se ha llenado de salafistas por ese motivo. Estados Unidos se retiró de Irak porque Europa no quiso firmar un acuerdo para la estabilización de la zona. De aquellos polvos estos lodos. Pero ese sueño ha quedado interrumpido por las matanzas de París. El desvelo de los valientes hará que todo vuelva a su sitio. Tendremos una sociedad pacífica y abierta. Pero por el momento debemos combatir. Al contrario de lo que piensan los ignaros y los edulcorantes, la violencia solo se impugna con más violencia. Como dice Reverte, el terrorismo no se combate con besos en la boca.

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Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
Esta entrada fue publicada en Artículos de ciencias sociales, Artículos de sociología, MIS ARTÍCULOS, Textos de ciencias humanas. Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a La pesadilla del yihadismo, el sueño de los cobardes y el desvelo de los justos

  1. ssigfrrido dijo:

    Reblogueó esto en Espacio de Marcosy comentado:
    Usa un lenguaje duro, pero dice muchas cosas como son.

    Me gusta

  2. clausewitz80 dijo:

    Apoyo tu premisa.

    Le gusta a 1 persona

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