Una de las noticias más interesantes que nos ha deparado este último año ha sido la bajada paulatina del precio de los carburantes y todos sus derivados, como consecuencia del uso de la técnica del fracking y la mejora de la explotación de los yacimientos de petróleo y gas que tienen repartidos por todo su territorio los Estados Unidos. El interés de esta noticia se debe a varios motivos. Esa bajada afecta a todos los sectores de la economía. La producción energética es, con diferencia, la elaboración industrial más importante de todas. Pero esta bajada también tiene otra consecuencia reseñable. Es la constatación de un éxito maravilloso. Durante muchos años distintas empresas de Estados Unidos han venido invirtiendo en el desarrollo y la mejora de las técnicas que, a la larga, han permitido abaratar enormemente los costes de extracción de crudo. El hecho de que ahora todos los consumidores disfrutemos de un poder adquisitivo mayor y de un bienestar más generalizado se debe sin duda al éxito de la ciencia, la investigación, el ingenio humano y el afán competitivo de una serie de instituciones y empresarios que han demostrado sobradamente su valía, y que nos han enseñado lo importantes que son estas cualidades y estas iniciativas a la hora de poder ofrecer a las personas una vida más satisfactoria. Además, todas estas consecuciones también cobran más importancia por cuanto que ponen de manifiesto la gravedad del dispendio y la estafa que han venido cometiendo con sus ciudadanos todas aquellas dictaduras y pseudodemocracias que se han aprovechado de los precios inflados del petróleo para poner en marcha sus proyectos megalómanos y sus medidas intervencionistas.
Pero la estupidez que se deriva del uso masivo del petróleo no afecta en exclusiva a los países y las repúblicas bananeras. También en aquellas naciones que han salido beneficiadas, donde se ha demostrado que la técnica y el libre mercado constituyen condiciones necesarias para que la gente viva cada vez mejor, han aparecido popes de todo tipo que nos han querido advertir de los supuestos peligros que estarían detrás de la bajada continuada del precio de los bienes y servicios que dependen de los carburantes. Como siempre, no faltan tontos que prefieren recibir los parabienes del progreso anunciando todo tipo de cataclismos mundiales e invocando aquellas otras medidas que avocan sin duda al fracaso de las naciones y al atraso de las sociedades que las adoptan.
Una de las filfas más frecuentes que se han escuchado estos días en torno a la noticia que aquí nos ocupa es esa que dice que la deflación, si se prolonga y se agudiza, constituye una situación tan perjudicial al menos como la que se ocasiona con la inflación que la suele preceder. Resulta increíble que este tipo de pronósticos estén avalados por economistas y escuelas de pensamiento que en principio deberían tener algunas nociones básicas de la materia en la que son expertos y a la que dedican sus esfuerzos. En general, se suele hacer un diagnóstico muy simplista de todo este asunto. Ni la deflación ni la inflación son de por si malas o buenas. Estas consideraciones dependen siempre de varios factores. Un análisis más profundo nos lleva a enumerar cuatro causas principales. La variación del valor de los bienes puede tener motivos naturales, si no existe intervención estatal, o motivos artificiales, cuando sí existe una manipulación deliberada de la economía que no se ajusta a la oferta y la demanda reales. Además, dicho precio también fluctuará en función de la propia oferta y demanda naturales. Los cambios que dependen solo del oferente o del demandante de bienes, del aumento de la producción real o del incremento de la demanda, no son en ningún caso variaciones problemáticas. Se adecúan a una situación auténtica, y por tanto no deparan peligros ulteriores que deban ser subsanables o que puedan evitarse. Los verdaderos problemas solo pueden provenir de la manipulación artificial de los precios, y solo se producen cuando dicha manipulación conlleva un aumento desproporcionado del consumo (que provoca una inflación artificial) o de la producción (que propicia una deflación igualmente falsa). Solo cuando hay un aumento anormal del consumo y la producción, cuando los consumidores son incitados a comprar pensando que obtendrán mayores beneficios, o cuando el gobierno estimula determinadas industrias, haciendo que parezca que existen bienes que realmente se necesitan o se demandan, solo en esos casos se llevan a cabo inversiones que tarde o temprano se acaba demostrando que son infructuosas y ruinosas. Pero si se especula para contraer el consumo y la demanda, absteniéndose de comprar, o si se contrae la oferta y se deja de producir por los motivos que sean, en ningún caso eso estará forzando una situación irreal que suponga un problema grave de mala inversión. En ninguno de estos casos se incurre en un gasto excesivo ni se vive por encima de las posibilidades. Aunque la producción o el consumo se contraigan por motivos artificiales, esto no supone nunca un problema verdadero, ya que no existe despilfarro, ni se incurre en un esfuerzo inútil del que haya que arrepentirse. Al contrario, se genera ahorro y se sientan las bases para un desarrollo ulterior mucho mayor. No obstante, ningún gobierno manipula la economía para contraer la producción o la demanda netas. Todos quieren disparar el gasto. Solo cuando se incita al consumo o la producción desmedidas, y se implementan medidas keynesianas que aborrecen el ahorro, se está preparando el caldo de cultivo necesario para que se avecine la debacle y se inicie la crisis económica.
La bajada del precio del petróleo a la que estamos asistiendo en los últimos tiempos se debe a un factor económico real: el aumento de la producción como consecuencia de la mejora técnica. Todos los que interpretan esa bajada como un peligro, afirmando que la deflación que acarrea supone siempre un problema grave, en absoluto entienden nada de lo que dicen, aunque se digan economistas reputados. La deflación nunca es mala de por sí. Es necesario analizar las causas de la misma para poder hacer esa valoración. No es mala si se produce como consecuencia de una situación real, de una producción saneada (caso de los carburantes extraídos por la técnica del fracking). Pero además tampoco sería mala si se produjese porque el consumidor, deliberadamente, intentase especular y se abstuviera de consumir, a la espera de que los precios siguiesen bajando. Aunque estos precios no se redujesen nunca, y aunque las predicciones del consumidor se demostrasen falsas, y su especulación artificiosa no se basase en hechos reales, en ningún caso se estaría produciendo un despilfarro grave de recursos. A lo sumo, el consumidor ahorraría un dinero que tarde o temprano tendría que invertir en algún otro servicio o sector. Conviene repetir una vez más que el único problema proviene del despilfarro que se produce como consecuencia de la intervención de la economía y de los precios, cuando el Estado subvenciona una industria paupérrima que no tiene una demanda real, o cuando el consumidor especula con los precios y compra determinados bienes, creyendo que estos van a seguir subiendo eternamente, y se encuentra un buen día con que tiene que vender unas posesiones que valen mucho menos de lo que él esperaba. Continuamente salen economistas que afirman que existe un riesgo real en la especulación que hacen los consumidores cuando se abstienen de comprar esperando que los precios sigan bajando, como si esta suposición fuese igual que esa que se produce cuando dichos consumidores invierten en un bien porque creen que va a subir de precio. Es necesario decirles a todos esos profesionales de pacotilla que el ahorro que va asociado a la deflación nunca puede ser un problema. No es lo mismo promover el gasto y favorecer la subida de precios, que estimular el ahorro y la bajada de los mismos. Normalmente, los keynesianos lo arreglan todo fomentando un gasto y un dispendio desproporcionados, tanto cuando existe inflación como cuando existe deflación. Pero el único problema real es ese gasto desproporcionado e incondicional, no el ahorro disforme que puedan hacer productores y consumidores. El ahorro siempre agranda la cadena de producción y siempre sienta las bases para una fabricación futura más efectiva. Y la deflación es el primer síntoma de todas estas siembras productivas. El único problema real es el keynesianismo, y toda la estela de académicos paniaguados y políticos aviesos que, al socaire del mismo, intentan obtener algún beneficio rápido y fácil, al tiempo que ofrecen al votante o al ciudadano una imagen distorsionada de la realidad, basada en un gasto y unas expectativas prometedoras, que acaban siendo pan para hoy y hambre para mañana. Ese es el único motivo de todas las crisis financieras y de todo el sufrimiento asociado a las mismas.