El cáncer, los genes y el ambiente: la polémica está servida


telomerosAgingpeqOKHace unas semanas, el cantante de Jarabe de Palo, Pau Donés, publicaba en un medio de comunicación una emotiva carta donde anunciaba que padecía cáncer y aprovechaba para apuntillar que se disponía a combatir la enfermedad con la serenidad que esta se merecía. La carta en sí es una llamada a la vida. El cantautor afirmaba en ella que pensaba seguir disfrutando del momento como lo había hecho siempre. No se lamenta de su situación, ni se hace la víctima, lo cual es de agradecer. Todo lo contrario, afronta el drama con valentía y con tesón. Se congratula de haber tenido la suerte de poder disfrutar de una vida intensa, al lado de su familia, enamorado de los suyos y de la música.

Carta de Pau: http://verne.elpais.com/verne/2015/12/23/articulo/1450892655_528925.html

Pero, si bien el principio de la carta es un verdadero canto a la vida, el final es en cambio un alegato de la muerte y una admonición del progreso. Según el autor de la misiva, los hombres vivimos en un mundo enfermo que nosotros mismos hemos propiciado: “Hay algo que estamos haciendo mal, no cabe la menor duda. Y ese algo tiene que ver con nuestra manera de vivir, seguro; ¿sociedad del bienestar? Sí, pero ¿a qué precio?”

Para el cantante, el cáncer ha adquirido un impacto mayor como consecuencia de algo que estamos haciendo mal. Pero esto es completamente falso. Lo cierto es que el cáncer ha aumentado porque lo estamos haciendo cada vez mejor, cada vez vivimos más años, y por eso cada vez las enfermedades relacionadas con la vejez tienen un impacto social más grande.

Hay personas que opinan que la mayor longevidad de nuestra sociedad occidental no explica el fenómeno del cáncer. En la era de Napoleón –nos dicen- las ciudades sufrían una incidencia de tumores muy superior a aquella que acumulaban los habitantes del campo. También nos invitan a que admitamos que las poblaciones con regímenes alimenticios ancestrales empiezan a aumentar vertiginosamente sus tasas de cáncer tras adoptar las dietas postindustriales. Bajo esta tesis, los factores principales del cáncer serían sin duda aquellos que tienen relación con el ambiente y los hábitos sociales del hombre (dieta, estilo de vida, etc…)

En realidad, el ambiente siempre es un factor a tener en cuenta, pero ni mucho menos el más decisivo. Si uno se fija en el proceso del cáncer, se dará cuenta que éste se debe menos a las mutaciones que provocan nuestros hábitos y más al programa genético que llevamos inserto dentro de nosotros. ¿Por qué digo esto? Muy sencillo. A lo largo de nuestra vida todos sufrimos diversos episodios de cáncer, mutaciones en nuestras células que no llegan a más porque tenemos potentes mecanismos de reparación que, o bien corrigen inmediatamente esas alteraciones, o bien conducen a las células mutadas a un suicidio o apoptosis programada. Y no es hasta que somos viejos que no empiezan a fallar esos sistemas de reparación, con el consecuente acumulo de mutaciones y la consabida aparición del cáncer (que requiere que se den a la vez varios tipos distintos de alteraciones genéticas). Por eso afirmo que, en términos generales, importa más el genoma que el ambiente. El entorno provoca todo tipo de mutaciones, pero mientras tengamos sistemas de reparación eficaces, esas alteraciones no tienen ningún efecto importante. Es el propio programa genético el que conlleva una disminución de las alertas que saltan en nuestros tejidos cuando aparece una mutación peligrosa, a medida que nos hacemos mayores.

No voy a negar que el ambiente y las costumbres influyan de manera importante a la hora de contraer una enfermedad. Nunca me ha gustado ese maniqueísmo absurdo que otorga importancia solo al entorno, o solo a los genes. El hombre es el resultado de ambas cosas, y estas influyen en mayor o menor medida en todos los aspectos de su vida y su destino como persona. Es posible incluso que el ambiente sea más decisivo en ciertos procesos biológicos. Pero en términos generales, cuando tratamos con la senectud, creo que tiene más importancia la carga genética.

Habitualmente, solemos dar demasiada relevancia a los factores exógenos, tales como la dieta o las costumbres. Los motivos de esto son variopintos, y nos ofrecen una perspectiva clara de la naturaleza humana. Nos enseñan a prevenirnos de esa otra enfermedad mental casi tan devastadora como el propio cáncer: la ignorancia y la estupidez.

Sobre todo, está esa idea anticapitalista que insiste en prevenirnos del progreso y la tecnología, que asegura que el hombre está esquilmando los recursos de la Tierra y que terminará agotando todas las reservas del planeta. Esa idea es la primera causa de muerte en muchos países, y es también el motivo de que haya tanta gente que de una importancia mucho mayor al ambiente que a los genes. A esto se suma el propio desconocimiento de los mecanismos moleculares que operan en el interior de las células, mucho más ocultos a la vista del hombre que esas escenas bucólicas que nos atiborran de emociones, con las que se muestran bellos paisajes, cabriolas de gacelas, exuberantes lagos, etc…, todo lo cual contribuye a incrementar esa sensación de apego a la tierra que nos lleva a considerar que el entorno es la única variable a tener en cuenta.

Independientemente de que el ambiente ejerza también una influencia considerable, lo que está claro es que el hombre tiene una enorme querencia hacia todas esas ideas que, en alguna medida, intentan oponerse al avance de la sociedad, avisándonos de lo mal que estamos haciendo las cosas, y poniendo todo tipo de palos en las ruedas del carro que impulsa el progreso humano.

Es verdad que la sociedad se encuentra profundamente enferma. Pero no es cierto que la sintomatología de su dolencia tenga algo que ver con el maltrato que los hombres propiciamos al planeta. Muy al contrario, la enfermedad presenta un cuadro clínico completamente distinto. La dolencia acusa una idiocia diferente, la cual lleva al hombre a renegar de las verdaderas causas que están detrás de su éxito y su bienestar. No se está destruyendo el planeta. Se está destruyendo el futuro de la humanidad. No se esquilman los bosques ni se secan las cuencas. Se esquilma la creatividad y se secan sus fuentes originarias. Se combate al empresario, se anatematiza el capitalismo, se promueve la vuelta al arado romano y se reivindica la bicicleta de pedales. Se apuesta por todo aquello que supone un mayor atraso, pero al mismo tiempo se disfrutan los bienes que se obtienen como consecuencia del abandono de todas esas costumbres ancestrales. La enfermedad por antonomasia del ser humano no es el cáncer o la vejez. Y tampoco lo es su ambición o su codicia. Su principal enfermedad se llama hipocresía, y se manifiesta de muchas maneras, ora con el comunismo, ora con el socialismo, ora con la ecología, ora con el feminismo, ora con el ludismo. En todas estas manifestaciones existe siempre un máximo común denominador: sus pacientes aquejan una profunda obcecación, que les lleva a enfrentarse a todo aquello que les permite existir, la libertad de trato, el libre intercambio, el comercio basado en acuerdos voluntarios, las recetas del capitalismo, los bienes del empresario, etc… Este trastorno obsesivo-compulsivo es semejante  a aquel que padecen las personas que sufren una variante rara de Lesch-Nyhan, un síndrome autodestructivo que lleva a los sujetos a morderse los dedos y los labios, llegando en casos extremos a la mutilación. Sin embargo, el síndrome de los socialistas es mucho más grave. Aquí no estamos hablando de una enfermedad rara, ni de unos pocos muñones amputados. La idiocia está ampliamente descrita y los casos de autodestrucción son numerosos. Sus efectos se dejan sentir en las cámaras y congresos de medio mundo, y afectan incluso a las personas sanas, que no sufren los síntomas. Y aunque existe una cura, parece que nadie está dispuesto a tomarse la pastilla. Nadie reconoce que está enfermo. Es más, la propia enfermedad lleva al paciente a creer que es la persona más lúcida que existe sobre la faz de la tierra. Ese motivo de arrogancia (la fatal arrogancia de la que nos habla Hayek en sus ensayos) es otra de las dificultades que enfrentan los médicos que intentan paliar esta enfermedad. Parece que la epidemia va para largo. Es posible que acabemos sucumbiendo a sus efectos. En el mejor de los casos, quedaremos renqueando. Puede ser que un día encontremos un antídoto que nos permita convivir con la enfermedad en mejores condiciones. Esa es la única esperanza a la que se aferran los familiares de aquellos pacientes a los que se les ha diagnosticado una dolencia crónica. Y esa es también la única esperanza que tenemos los liberales. No podemos ser optimistas. Pero al menos nosotros somos inmunes. Tal vez algún día los anticuerpos sean algo común en la sangre de todos los hombres. No obstante, el mundo sigue progresando. La pandemia socialista no ha conseguido que se detenga. Las enfermedades más virulentas tienen focos muy reducidos, se extienden rápido, pero también desaparecen rápido. La capacidad infecciosa siempre es inversamente proporcional al grado de mortalidad que tiene la enfermedad. El socialismo ostenta una capacidad infecciosa muy alta, y ha matado a millones de personas a lo largo de toda la historia. Ese es el motivo de que sus focos acaben extinguiéndose por sí mismos, como se extingue el Ebola cada vez que resurge. Es tan devastador que ni siquiera tiene tiempo de trasmitirse con suficiente eficacia. La Unión Soviética también implosionó por sí misma. Puede ser que el mundo avance tan rápido (la técnica progresa exponencialmente) que los políticos no tengan tiempo de ponerle trabas. La esperanza del liberal se halla, no en su capacidad de convencer a los ignaros (que no la tiene), sino en la propia fuerza de su verdad y en la habilidad que siempre ha demostrado la vida para abrirse paso. El liberal apuesta sin duda por un comportamiento humano más acorde con el mundo real. Y será ese envite el que al final prevalezca y acabe teniendo un mayor predominio en la naturaleza. Las falacias no funcionan demasiado tiempo. Los hombres con alas siempre acaban dándose de bruces contra el asfalto, por mucho que afirmen que pueden volar.

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Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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2 respuestas a El cáncer, los genes y el ambiente: la polémica está servida

  1. Luis Orlando dijo:

    Me ha encantado el artículo. Muy estimulante. Gracias.

    Me gusta

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