«Todo el mundo quiere vivir a expensas del Estado. Olvidan que el Estado vive a expensas de todo el mundo.» Frédéric Bastiat (1801-1850)
La causa de que el socialismo fracase una y otra vez es la misma que aquella que hace fracasar también al idiota que sueña con graduarse en la universidad, o al enclenque que aspira a ganar la competición de halterofilia de su barrio. El Estado es una gran ficción. No el Estado como tal, sino el Estado que se arroga unas capacidades inverosímiles. El político suele imaginarse a sí mismo como un gran hombre de negocios. Pero el Estado en el que medra no se parece a ninguna gestoría de empleo, no produce metales, no inventa transistores, y tampoco fabrica zapatos. El político, en cuanto llega al poder, se dispone a manipular todas las industrias del país, y espera que los directivos de esas empresas se dobleguen de inmediato ante sus nuevas directrices, e incluso piensa que lo hará tan bien que todos le lisonjearán y le aclamarán como si fuera el nuevo empresario del año. No existe una arrogancia mayor que ésta. Y tampoco hay ejemplos de una creencia más servil que la de aquellos ciudadanos que acaban pensando que el Estado tiene la solución a todos sus problemas. En el fondo, el Estado es como una vieja lotera gorda y famosa, sentada delante de su administración los días previos a la Navidad. Todos ponen sus esperanzas y su dinero en ella. Y la gran mayoría no recibe nada a cambio. Solo unos pocos se benefician del esfuerzo de todos los demás. El motivo de esto es bastante evidente: las bolas numeradas no discriminan por razón de mérito. Y el político tampoco lo hace. El azar juega en ambos casos un papel preponderante. La impericia del político le lleva en su caso a tomar decisiones generalmente arbitrarias, que están fundadas en la más absoluta ignorancia, y alimentadas con la vanidad que le sugiere su cargo. Por otro lado, la realidad social de la que todos somos partícipes, aquella que se intenta cambiar para mejor, no es una obra exclusiva del Estado, ni mucho menos. La crean principalmente los individuos que actúan a diario en el ámbito particular. Los políticos no crean nada. Todo lo contrario, subsisten a base de rapiñas, sustrayendo mediante impuestos el alimento y los recursos que se procuran los trabajadores en el tajo. Por ende, ningún ciudadano podrá jamás vivir a expensas del Estado demasiado tiempo, solo lo podrá hacer durante el periodo que dure la ficción, y solo si pertenece al selecto grupo de privilegiados que languidece a la sombra del gobierno de turno.