Las imprevisiones del liberal con motivo de la avalancha de refugiados sirios: pequeña objeción al pensamiento de Juan Ramón Rallo


dibujos-niños-Siria-1-660x350Los liberales suelen cometer con cierta frecuencia un pequeño e inapreciable error de cálculo. Movidos tal vez por el celo de sus ideas, ansiosos ante la posibilidad de que éstas se hagan realidad, tienden a poner el arado por delante de los bueyes. De este modo, defienden “per se” la apertura incondicional de todas las fronteras, la segregación nacional, la banca libre, o incluso la eliminación completa del Estado. Y esperan consumar este proceso de desnaturalización en el menor plazo posible, unos pocos años. Pero no se dan cuenta que estas reivindicaciones, que podrían llegar a ser muy positivas en una sociedad de cierta madurez, en la que previamente se hubieran podado todas las ramas secas (administraciones inservibles), pueden volverse en contra del liberal si éste pretende instaurarlas precipitadamente en una región asolada por el intervencionismo y el estatismo, sin asegurarse antes de que existen las condiciones generales que podrían permitir el funcionamiento correcto de dichas medidas. Si por defender la segregación individual, de repente aprobásemos una Constitución que contemplase en alguna de sus cláusulas la división nacional, y el ascenso de todos los nacionalistas al poder, no estaríamos defendiendo la libre adscripción a un territorio determinado, más bien estaríamos convirtiendo el país en un reino de taifas, y fomentando la creación de decenas de pequeños regímenes autoritarios. De nuevo, si por defender la libertad de segregación de un territorio nacional, permitiésemos que un país como España, profundamente socialista, lleno de caciques locales y politicuchos agazapados en sus covachas, esperando una oportunidad al socaire de sus paisanos, fuera libre de dividirse en distintos gobiernos locales, lo que conseguiríamos no es promover la libertad de segregación, sino multiplicar la tiranía y las políticas excluyentes. El efecto sería el contrario del deseado. Y lo mismo ocurre con la política de fronteras abiertas. Liberales de referencia como Juan Ramón Rallo abogan por ceder el paso a cualquier inmigrante que quiera instalarse en nuestro país de motu propio. Esto, que podría ser muy bueno si la sociedad ya fuera de por si abierta y flexible, sin embargo puede convertirse en un drama insoluble si no se dispone de los recursos necesarios para absorber a esa nueva población. Si decidimos que cualquier persona que quiera venir a Europa puede hacerlo, siendo Europa como es, un erial de subvenciones, cuotas y aranceles, no estaremos fomentando la libertad individual, estaremos creando una red social estatalizada mucho más grande, con muchos más mantenidos y subsidiados. El liberal debería recapacitar sobre estos supuestos. Tal vez entonces entendería que sus medidas, aunque resulten positivas para el desarrollo de los pueblos, o precisamente porque lo son, funcionan solo cuando existen unas condiciones básicas previas, acordes con esas directrices. Y la mejor forma de medir esas condiciones favorables tal vez sea la de permitir que entren solo aquellos inmigrantes que tengan contrato de trabajo y que respondan a una demanda de mano de obra real.

El liberalismo no es una revolución sangrienta, como lo puedan ser las demás. El liberalismo es una evolución gradual, moderada. Devendrá paulatinamente, como devienen todas las cosas buenas, sobre bases sólidas. Por eso, el verdadero intelectual no debe esperar que las soluciones que propone puedan ser hoy útiles para todos. Tendrá que esperar a mañana, e incluso asumir que sus ojos jamás llegarán a ver los frutos de sus ideas. La cordura y la inteligencia también se deben a la paciencia. Si por algo se caracteriza el sabio es porque sabe esperar. Acepta la realidad tal y como es, aunque también la quiera modificar. Precisamente porque la acepta tal que así, es por lo que se da cuenta de que hay que alterarla. Pero al mismo tiempo es consciente de que eso no puede ocurrir de la noche a la mañana. A la gente le llevó mucho tiempo asumir que la Tierra era redonda o que venimos del mono. Y aún hoy les cuesta. El liberalismo se enfrenta a los mismos reparos. Si quiere demostrar que es una corriente de pensamiento verdadera, tendrá que hacerse cargo de esa realidad que caracteriza al hombre, su ceguera y su tendencia al rechazo de todo aquello que no conoce. Y esta es la razón también de que debamos obrar con precaución a la hora de abrir nuestras fronteras para que entre el extranjero. Debemos ser conscientes de nuestra realidad actual como país, y también de la realidad que rodea a los refugiados que arriban a nuestras costas, los cuales pueden tener unas intenciones muy distintas de aquellas que se les presuponen (existe la posibilidad de que no sean tales refugiados).

Si yo quiero que mi bebé tome leche todas las mañanas, para que esté bien alimentado y pueda crecer a buen ritmo, no solo tendré que asegurarme de que la leche está en buen estado y es un producto saludable, también tendré que constatar que mi hijo está completamente sano, y que no presenta alergia a los productos lácteos. En caso contrario, es probable que la criatura se me muera en los brazos, afectada por un choque anafiláctico fulminante, de respuesta inmediata. De la misma manera, si yo quiero que mi país adopte el temple y la seriedad que caracterizan a una nación moderna, y aplique una política liberal sin que por ello se muera de éxito, no solo deberé fijarme en los dictados de la propia teoría (como hace Rallo), a su vez deberé asegurarme de que sus habitantes y sus mandatarios están facultados para dirigir tamaña empresa, y de que la idiosincrasia legislativa e institucional de dicho país se presta a esos cambios.

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Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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