El orden espontáneo de Cicerón


“El motivo por el que nuestro sistema político fue superior a los de todos los demás países era éste: los sistemas políticos de los demás países habían sido creados introduciendo leyes e instituciones según el parecer personal de individuos particulares tales como Minos en Creta y Licurgo en Esparta… En cambio, nuestra república romana no se debe a la creación personal de un hombre, sino de muchos. No ha sido fundada durante la vida de un individuo particular, sino a través de una serie de siglos y generaciones. Porque no ha habido nunca en el mundo un hombre tan inteligente como para preverlo todo, e incluso si pudiéramos concentrar todos los cerebros en la cabeza de un mismo hombre, le sería a éste imposible tener en cuenta todo al mismo tiempo, sin haber acumulado la experiencia que se deriva de la práctica en el transcurso de un largo periodo de la historia”. (Marco Tulio Cicerón, 106 a.c. – 43 a.c.)

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Uno de los mayores descubrimientos intelectuales de mi vida lo realicé mientras leía las obras y los ensayos de Friedrich Hayek. Ahí pude constatar que todas las sociedades sin excepción se rigen por un orden intrínseco y espontáneo que es incompatible con el orden político que nos quieren imponer desde arriba todos los partidos que gobiernan. Siempre había intuido que el Estado, como tal, suponía un grave error intelectual. Pero no sabía explicar cuál era el motivo. Hace tiempo que venía coligiendo, en todos los razonamientos que excretan los políticos, con los que intentan demostrar la valía del sistema que defienden, una especie de juramento beato, insostenible desde cualquier punto de vista científico. El Estado era una expresión totémica, su manifestación actual, un sustituto de las religiones y los paganismos órficos que antaño proliferaban por todo el mundo. No obstante, quedaba por saber cuales eran las razones científicas que estarían justificando esta afirmación. Así que, cuando descubrí la teoría hayekiana del orden espontáneo, se produjo en mí una grata confirmación. La teoría del orden espontáneo es una teoría científica en toda regla. Demuestra que los sistemas complejos, los estados caóticos, no pueden ser dirigidos de forma centralizada, por políticos. Mas bien, hay que dejar que sean los individuos, las partes que componen esos sistemas, los que actúen a modo de pequeños átomos de información, de forma independiente, como minúsculos engranajes de un reloj. La información, cuando presenta tanta complejidad, solo puede ser manejada si se reparte y se divide de este modo. Todo esto viene a negar la existencia del Estado tal y como lo concebimos hoy en día, al tiempo que apoya la prevalencia e importancia de la acción individual y de la libertad humana. Esta explicación científica, que conecta la realidad social con la ética y la libertad del hombre y con la evidencia empírica (con la asunción de una empiria limitada), fue para mí uno de los mayores descubrimientos a los que he podido asistir. Por eso, resulta todavía mas excitante percatarse de que la teoría del orden espontáneo fue esbozada ya mucho antes de que Hayek la desarrollara, por una de las mentes más preclaras que han existido: la de Cicerón. Parece que las buenas ideas, igual que las malas, tienen su origen al comienzo de la humanidad, revelándose como cuestiones importantísimas que no pueden esperar. Caín y Abel llevan luchando desde la noche de los tiempos. Desgraciadamente, de momento va ganando Caín. Los Estados proliferan por todo el mundo, y nada parece detenerlos. Pero es agradable descubrir que no está todo perdido. Abel todavía sigue vivo en el pensamiento y el espíritu de algunas escuelas. Yo lo encontré el día que leí en los libros de Hayek la parábola que habla del orden espontáneo, de la que se deduce la moraleja que nos enseña el camino del desarrollo social, y la imposibilidad del socialismo y el marxismo cultural.

 

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Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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