La libertad: concepto y tipos


Todas las cosas son entes individuales que actúan en el mundo con mayor o menor impacto y fortuna. Y la libertad es un concepto que mide los grados de movimiento que presenta dicha acción. Estos grados están determinados por dos factores aditivos, que a veces entran en conflicto (o competencia), la naturaleza del propio ente y el entorno operado por los demás.

En primer lugar, todos los entes se encuentran limitados por lo que se conoce como imposibilidades lógicas. En este caso, las leyes universales se encargan de imponer una coherencia general necesaria para que el orbe tenga un cierto orden natural, lo cual impide a su vez que la materia obre de cualquier manera o de forma aleatoria.

El otro factor que limita la libertad (y permite la existencia) son las normas sociales que nos damos los hombres. Esas normas restringen todavía más las cosas que un sistema físico puede hacer. Ya no estaríamos hablando de una imposibilidad natural sino de una elección humana. Estas restricciones pueden ser colectivas, cuando son unos individuos los que deciden sobre la vida de otros, o pueden ser autoimpuestas, esto es, decididas solo por aquel individuo que ejecuta la acción. En una sociedad deben existir ambos tipos de restricciones. Ninguna de ellas es mala per se. Lo importante es darse cuenta de que las restricciones que apliquemos, y también su reverso: las libertades, tienen que favorecer en cualquier caso el buen funcionamiento del sistema, en pro de conseguir lo que todo ser humano anhela para sí mismo y promete a los demás: vivir mejor.

Así llegamos al punto en el que tenemos que definir la libertad con más precisión, para aplicarla al caso del hombre. En términos latos, la libertad natural hace referencia exclusiva a los grados de movimiento que detenta una cosa como consecuencia de su naturaleza y de su entorno. Estos grados de libertad son fundamentales para permitir la existencia de la cosa.

Por su parte, la libertad social mide los grados de movimiento que tiene una persona dentro de una sociedad. Y la libertad ética nos lleva todavía un paso más allá. Nos obliga a definir la libertad teniendo en cuenta también otros aspectos: el bienestar, la felicidad, la bonhomía, la honradez, o la buena marcha del sistema. Así es como aparecen los conceptos de libertad positiva y negativa, y también las ideologías. 

Lo que viene a constatar el liberalismo clásico es que, para favorecer la buena marcha del sistema, es necesario garantizar siempre aquella libertad individual (de las entidades individuales) que busque y consiga el bienestar del actor a través de movimientos y acciones que acaben repercutiendo positivamente en los demás (por medio del comercio libre), y por extensión en toda la sociedad (la mano invisible de Adán Smith). Esta es la única forma de que el sistema opere de manera óptima, pues lo que estamos favoreciendo entonces es el funcionamiento adaptativo de cada una de las partes y engranajes, así como también la propiedad emergente que asegura el buen funcionamiento del sistema general. En cambio, las visiones contrarias al liberalismo (holistas) tienden a negar conceptos tan importantes como el egoísmo racional, el interés propio, la propiedad privada, o la libertad negativa. Y al hacerlo, no solo están impidiendo que las personas se realicen como individuos (mejorando su sensación subjetiva de felicidad), sino que también impiden que el sistema (entendido como conjunto) emerja de la acción individual de cada una de sus partes, a la que sin duda se debe. Huelga decir que la función normal de un sistema es en último lugar un efecto derivado que viene propiciado por las diversas funciones (roles) y desempeños que ostentan cada una de sus partes por separado, en la eterna búsqueda por existir más y mejor.

Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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