Joker y Torra, o el mismo loco


Una sociedad desquiciada. Un loco esquizofrénico. Una panda de mamarrachos camorristas. El loco se está medicando, pero sufre agresiones repetidas. Primero unos mocosos le dan una paliza en un callejón de mala muerte. Luego son un grupo de niños de papá borrachos los que le apalean en el metro. De repente, el loco cree que todos los ricos de la ciudad están conspirando contra él, y que eso es el detonante de su desgracia. Toda esta situación está acompasada por una masa de gente enferma que solo necesita una excusa y un símbolo para arrasar la ciudad, muchedumbre corriendo por las calles, tapada con caretas de payasos, incendiando contenedores y agrediendo a las fuerzas del orden. Impunidad, sordidez, decrepitud. Una madre abusadora, generaciones educadas en la violencia: el loco cuida de la madre que en otro tiempo lo maltrataba. La perpetuación del asesinato. La reincidencia del delito: el loco vuelve a matar incluso después de pasar por la cárcel. Impunidad otra vez. Irresponsabilidad por parte de las instituciones. Dejación de funciones. Un presidente desaparecido ¿De qué estoy hablando? Podría ser una reseña de la que ya es a día de hoy la nueva sensación en todos los cines del mundo: la película de Joker. Pero también podría ser Cataluña, con sus CDR dirigidos por el loco de Torra, con los progenitores abusadores campando a sus anchas en el exilio o entre bambalinas, con las calles apestadas de violentos, y el fanatismo caciquil velado con una crítica soterrada al capitalismo. Y lo peor de todo: con la justificación, el tsunami democrático, la resistencia pasiva, la verborrea pacífica, y los eufemismos cansinos. Y todo mientras queman vehículos, rompen farolas, detienen el tráfico, lanzan adoquines, impiden la libre circulación, y pretenden obligar a la mitad de la población a dejar su país.

También hay gente que sale del cine pensando que los asesinatos que comete Joker están justificados en parte por el nivel de violencia que este sufre a lo largo de su vida. A fin de cuentas la crítica al capitalismo, que permea y pudre toda la sociedad, no solo la ficticia sino también la real, es una deriva esquizofrénica omnipresente, protagonizada por gente ignorante y enferma, ofendiditos, inútiles, sin trabajo ni beneficio (como Joker), que solo saben destruir mobiliario o inventarse chivos expiatorios.

Por supuesto, existen tantas interpretaciones como espectadores asistentes, pero para mí la película es una clara crítica al movimiento anticapitalista, a sus amigos los nacionalistas, los catalanistas, los chovinistas, y a toda esa nueva forma de violencia que parece haberse instaurado en las sociedades modernas, y que pretende hacernos creer que las agresiones solo son denunciables si las comete el orden constitucional, mientras ellos pueden impedir el paso de miles de ciudadanos, quemar sus ciudades, obligarles a trabajar para reponer los desperfectos, adoctrinarles en las escuelas, y finalmente quitarles la nacionalidad que la mayoría nos hemos dado.

Quizás, lo que menos aguanto es ese cinismo latente en las calles, del que también participan muchos espectadores que asisten a la nueva película de Joker. Un mundo basado en el capitalismo y el respeto de la propiedad y el orden cívico, que se levanta en armas para combatir precisamente aquello mismo a lo que tanto debe. Un mundo de ignorantes incapaces de entender las bases mismas sobre las que caminan y se divierten, que aprovechan esa vida lúdica para destruirlo todo. Por consiguiente, a quien menos aguanto es a ese espectador que sale de la película de Joker creyendo que el objetivo del guionista ha sido denunciar la situación de desprecio que sufren las clases más desfavorecidas, y el abuso al que los ricos someten a toda la gente de bien. La misma inventiva que sobrevuela las calles de Cataluña disfrazada de pacifismo, derecho a decidir, y fiesta democrática. El derecho a decidir al que aluden estos nuevos fariseos no es otra cosa que la decisión del derecho que a cada uno le venga en gana.

No soporto la estupidez, pero aún aguanto menos el cinismo, la hipocresía o el blanqueamiento que algunos pretenden hacer de la violencia, utilizando otros nombres, parapetándose detrás de las urnas, o ignorando la libertad de movimiento. La criatura que más repulsión me suscita es la de aquel estúpido redomado que nos trata a los demás como si todavía fuéramos más tontos que él. Desgraciadamente, esa criatura tiene hoy en día muchas manifestaciones y muchos disfraces: el catalanista, el anticapitalista, el sindicalista, el catedrático, el político, o el espectador de Joker. Y la única verdad es que todos ellos son hijos rebeldes del capitalismo, deudores de los ricos, caprichosos, y delirantes. Joker no es un psicokiller cualquiera, es un aviso a navegantes, una denuncia social de la deriva que están tomando los acontecimientos, en la noche de los tiempos. Traspasada la línea roja que ha marcado el comunismo del siglo XX, sus nuevos becerros se visten de monaguillos y reivindican ahora el ecologismo, la paz en el mundo, el derecho a decidir, la lucha de la mujer, pero todo forma parte de la misma representación: el odio al rico, la penalización del éxito, el drama de la frustración, la envidia de los imbéciles, el desprecio del capital, la banalización del ahorro y el esfuerzo, la exaltación de la vulgaridad, y la apología del asesinato como única vía de escape para redimir las culpas. Es la misma canción que viene tarareando el inútil desde que el mundo es mundo, un soniquete de fondo que, si sirve para algo es para que recordemos lo difícil que resulta entender la naturaleza del progreso, la fragilidad del terreno que pisamos, y las motivaciones que llevan a que la mayoría de la población acabe esquizofrénica, con los ojos inyectados de sangre, enferma de envidia, e incapaz de hacer nada productivo, a las puertas de un cine, en una película de culto, en el parlamento autonómico, o en una manifestación callejera.

Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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