La tabla de la peligrosidad de una enfermedad infecciosa: para el caso de la covid-19


La gravedad de una infección puede ser medida utilizando cinco índices clave. El sumatorio de todos ellos nos da la oportunidad de calcular una tasa general en tanto por ciento que, si tiene un valor poco significativo (por ejemplo, por debajo del 50%) diremos que nos estamos enfrentando a una epidemia, y si su valor supera esa cifra estaremos tratando con una pandemia. Si el valor está por debajo de 25% será una epidemia leve, y por encima una epidemia grave. Si está entre el 50% y el 75% será una pandemia leve, y por encima de 75% una pandemia grave.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Todos los índices biológicos remiten a un único valor determinante, el impacto negativo en la economía. Estos serán tanto más acuciantes cuanto mayor sea el efecto de la recesión derivada del problema sanitario que ocasiona la epidemia. Por eso es tan importante considerar este último dato, y tenerlo en cuenta en el contexto general de la crisis. Aquellos que dicen que, en época de alarma, la economía no debe ser una prioridad, no saben de lo que hablan. La economía es una prioridad siempre, y si no se quiere ver esto entonces tampoco se puede uno quejar cuando vengan mal dadas. No se trata de poner en un segundo plano a la economía para atender los problemas más urgentes que acaparan nuestra atención en los hospitales. Los problemas de salubridad son en realidad de abastecimiento, y la única ciencia que estudia y soluciona la escasez y la distribución de recursos es la economía. 

La economía proverá de los medicamentos necesarios y aportará las soluciones definitivas, la curación de la enfermedad. Es absurdo plantear el problema como si hubiera dos alternativas mutuamente excluyentes, o salvas vidas o te preocupas de conservar una economía sólida. Lo uno no puede ir desligado de lo otro, antes bien, son absolutamente dependientes. La economía es la vida, el ecosistema del ser humano, y es precisamente ese ecosistema el que está siendo puesto en peligro por el patógeno.

Una de las claves más importantes para resolver el problema pandémico consiste en calcular la atención médica que puede dispensar un país afectado, y compararla con la capacidad productiva del mismo, o su déficit global. En cualquier caso, cuando aparece la enfermedad hay una mayor cantidad de recursos que se tienen que desviar hacia esta atención clínica primaria. Pero por otro lado, las medidas de contención de la infección: cierre de fronteras y empresas, restricción del comercio, y reclusión de los ciudadanos, provoca la disminución de los recursos de un país (también la producción de instrumental médico), que es inversamente proporcional a su incapacidad para combatir la enfermedad, y puede por tanto contribuir a incrementar el número de muertos. Hay que conocer estos valores y calcular el punto de equilibrio óptimo en el que la intervención permite detener la enfermedad sin poner en demasiado riesgo la productividad de la sociedad. Puesto que el coronavirus no llega a una TG de 50%, no podemos catalogar la enfermedad como pandemia grave y, en consecuencia, opino que no es necesario aplicar medidas extremas de intervención, siendo además que muchas de ellas pueden resultar contraproducentes y pueden provocar más infectados y muertos de los que se logran curar en los hospitales. 

Y hasta aquí todo lo que puedo analizar sobre este peliagudo problema. He intentado matematizar la situación todo lo posible. Por supuesto, los sistemas complejos como las sociedades, y en concreto las propagaciones de enfermedades a través de ellos, no se prestan a un análisis exhaustivo, y siempre conllevan riesgos inesperados. Podríamos estar subestimando la infección, y que esto produjera a medio plazo una pandemia mucho peor. Pero la vida es así. A veces hay que tomar decisiones sin disponer de toda la información, y hacerlo lo mejor posible, utilizando todos los datos que tenemos a nuestro alcance, e intentando llegar a un equilibrio sin obviar ninguna consecuencia. No he pretendido elaborar una fórmula matemática que contemple todos los factores que participan en el proceso infeccioso. En cambio, he aplicado a todos los datos una simplificación que creo necesaria para aclarar algunos conceptos complejos.  No obstante, la fórmula siempre puede ser objeto de nuevas adiciones que mejoren su predicción. Simplemente, he querido clasificar los determinantes principales (5) que ponen de manifiesto la peligrosidad de la patología y sobre los cuales después se pueden hacer todo tipo de precisiones. 

Es evidente que el modelo es susceptible de mejora, podemos otorgar pesos distintos a cada una de las variables. Como ya he dicho en otro sitio, el valor más importante es el número relativo de muertos al final de la crisis (y la tasa de mortalidad), pues es éste el que reúne todo el impacto que acaba teniendo la enfermedad, ayudando a predecir los cuadros más graves. Repito que estos valores no están ajustados, se pueden calibrar yendo a los casos prácticos, o estudiando con mayor detenimiento a toro pasado. La fórmula que he presentado es solo una herramienta propedéutica, susceptible de ser mejorada. No obstante, es un intento de integrar en una sola medida todos los factores y determinantes que hacen de una enfermedad infecciosa un peligro para la población humana, y poder así llevar a cabo un análisis aproximado durante el proceso infeccioso, cuando todavía podemos ponerle remedio o mitigar sus efectos.

Llevo varios días avisando del riesgo que tiene el alarmismo exagerado que parece estar contribuyendo a agravar la situación. Por supuesto, no estoy en contra de muchas de las medidas que puedan tomar las instituciones o los particulares para no contagiarse, siempre y cuando no pongan en grave riesgo la productividad real de un país. Por ejemplo, la higiene, las mascarillas, los controles de temperatura, los test rápidos, etc… Pero se debe hacer hincapié en una cuestión que puede pasar más desapercibida, a saber, que las medidas que toman países totalitarios como China: cuarentenas de millones de ciudadanos, pueden ser más un problema que una solución. A primera vista parece que reduce la infección y aporta más beneficios que perjuicios. Pero ojo con lo que vemos a primera vista. Como dijo Bastiat, hay que analizar lo que se ve y lo que no se ve. Y lo que no se suele contemplar nunca son los efectos que concita una economía improductiva. La paralización industrial de todo un continente debida a las restricciones al movimiento que buscan detener la enfermedad, puede conducir a una falta de suministro hospitalario que conlleve la muerte de un número de infectados mayor que aquel que se consigue salvar con esas medidas draconianas. A veces el alarmismo puede ser nuestro mayor enemigo.  

Es difícil valorar el grado de afectación o la capacidad de aguante que puede tener la economía de un país que está paralizado por el pánico y las medidas restrictivas del gobierno. Y más cuando las medidas son tan absurdas y precipitadas como las que está llevando a cabo a la desesperada el gobierno español: cierre de empresas, confiscación de productos, prohibición del despido. Lo que no puede ser es que las soluciones que se aplican para paliar una crisis sean calcadas a aquellas que aconsejan los países comunistas para cualquier momento. No puede ser que, si creemos que el libre mercado y las sociedades abiertas y democráticas funcionan mejor que los sistemas totalitarios, luego pretendamos imitar a estos países en los momentos más delicados, cuando lo que tendríamos que hacer es ahondar en las medidas que tan buen resultado nos han dado. Imaginen qué habría pasado si los controladores de tierra en Houston hubieran dejado de creer en la fuerza de la gravedad justo cuando más la necesitaban, durante el accidentado viaje del Apolo 13.

Lo que está claro es que llega un momento en que el remedio que se aplica siempre acaba siendo peor que la enfermedad que se trata de paliar. Habrá que saber calcular la dosis para no caer en la inconsciencia que aquel que piensa la economía como si fuera algo secundario, y aboga por ponerla en cuarentena. Imagino, si viviera hoy Winston Churchill, lo que diría: «Os dieron a elegir entre la pandemia y el confinamiento en casa. Elegisteis el confinamiento y ahora también tendréis la pandemia.». 

Un tratamiento adecuado sería hacer un seguimiento minuciosos de los contagios, para así no tener que encarcelar en sus casas a toda la población . Algunos países asiáticos como Corea del Sur han optado por estas medidas, y les ha ido mucho mejor que a España o Italia. Pero claro, para implementar esas soluciones hay que tener una economía fuerte y un desarrollo tecnológico considerable. En cambio, en España hemos renunciado hace tiempo a cuidar de nuestra economía, y ahora pretendemos cuidar de nuestros pacientes. Incurrimos en déficit, desbordamos la deuda, pusimos palos en las ruedas de los empresarios, subimos los impuestos, ahuyentamos la inversión, y luego, cuando deviene la crisis, lloriqueamos y exigimos que nos ayuden, y clamamos en contra de los países del norte, que sí sanearon sus cuentas a tiempo. Por si esto no fuera poco, acusamos de insolidarios a aquellos mismos que nos tendieron la mano no hace mucho. Para ser solidarios primero tenemos que cumplir los compromisos fiscales que adquirimos con ellos.  No se como no se les cae la cara de vergüenza. A mi ya me resulta embarazoso pedir dinero, cuanto más me resultaría si tuviera que pedir más préstamos sin haber pagado los anteriores. Y encima se enojan. Desde luego, no deseo que la gente se muera en los pasillos de los hospitales. Pero España se merece lo peor. 

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Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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