«Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín, ya no os faltará de nada» (Cicerón,106-43 a. D.)
Los libros y las plantas tienen varias cosas en común. Ambos están hechos de celulosa, ambos se componen de hojas, y ambos exigen un cultivo obstinado. Ninguna de estas tres coincidencias es casual. La celulosa es una macromolécula que actúa como argamasa de un entramado nuclear de gran resistencia, capaz de aguantar el embate del viento (plantas), o el magreo y manoseo con que se manifiesta la curiosidad humana (libros). Por su parte, las hojas son estructuras laminares con una gran superficie de contacto, idónea para recibir el impacto energético de un elevado número de fotones (plantas), o para reflejarlos (libros). Y por último, tanto los libros como las plantas exigen una atención y un cuidado prolongados, que solo pueden ofrecer aquellos cultivadores que de verdad se conforman y se deleitan con ellos.