Con frecuencia, se suele acusar a los liberales que acuden a medios de comunicación públicos para criticar al Estado, o que dan clases de economía en una universidad estatal, o que aceptan el cobro de subvenciones y subsidios que luego no dudan en denunciar sin paliativos. El motivo de dichas acusaciones es la supuesta falta de coherencia que entrañan todas estas acciones. También es común comparar tales denuncias con aquellas otras acusaciones que hacen los propios liberales cuando critican a los socialistas por usar los servicios que ofrecen las empresas privadas. Sin embargo, hay una gran diferencia entre un liberal que utiliza los medios públicos (Juan Ramón Rallo en la TVE, y Jesús Huerta de Soto en la universidad estatal) y un socialista que usa los productos que venden las empresas privadas. El liberal sufre una imposición mucho mayor, se ve obligado a utilizar unos servicios monopolísticos, que solo ofrece el Estado, y que tienden a copar todo el ecosistema productivo de un país. En cambio, el socialista no es obligado a nada (más bien es él quien obliga a los demás). Si acude a las empresas privadas es porque éstas le ofrecen mejores servicios (el capitalismo siempre tiene una oferta mayor), aunque luego no dude en criticarlas con fervor y desdén, y desear su cierre inmediato. Al primero le obligan, y no le queda otra alternativa. Pero el segundo no actúa en ningún caso bajo el mismo yugo o nivel de coacción, pues está claro que el mercado siempre ofrece una variedad de opciones y elecciones mucho mas amplia. Por tanto, el incoherente siempre será el socialista, ya que al liberal no le queda otra opción, es obligado a actuar de ese modo. Sus acciones no revelan ninguna contradicción interna porque no son voluntarias, no son suyas. El socialista no puede acusar al liberal de incoherente por usar unos medios públicos que el propio socialista se ha encargado previamente de imponer, asegurándose de que sean casi los únicos que se ofrecen.
La televisión pública tiene a día de hoy una gran difusión. El socialista se ha encargado personalmente de que eso sea así. Y desde luego no acepta que se discuta su existencia y su preeminencia. Al liberal no le queda otra alternativa, para ser escuchado, que acudir a esas grandes cadenas estatales. Pero entonces el socialista sale en los mismos medios diciendo que el liberal es incoherente, ya que acude a unos canales de difusión en los que no cree. Y yo me pregunto: ¿son incoherentes los cristianos a los que se obliga a convertirse al Islam bajo amenaza de muerte y luego, en la intimidad, siguen rezando al Dios en el que siempre han creído? Desde luego que no. Por el contrario, los cristianos conversos son víctimas propiciatorias del fanatismo más execrable que cabe imaginar. Pues bien, con el socialismo pasa lo mismo. La sociedad colectivizada que desean los socialistas es, de uno u otro modo, una sociedad coercitiva, donde no queda más alternativa que seguir los preceptos del líder supremo o del grupo de leales y palmeros que le hacen el pasillo. ¿Podemos acusar a aquellos que son conminados a actuar como quieren esos líderes de falta de coherencia, cuando lo que están haciendo es defenderse de ellos? ¿Podemos acusarles de usar unas instituciones en las que no creen, siendo esta la única forma que tienen de subsistir y de revelarse? Me parece que no. La incoherencia reside más bien en las actitudes pendencieras que manifiestan todos los que obligan a los demás a convertirse a su religión, y luego dan por válida esa conversión. Esa es la única incoherencia refutable, la de los liberticidas que luchan para crear una sociedad espuria, llena de ciudadanos sometidos, que no pueden actuar de manera honesta (con libertad). Las incoherencias siempre son socialistas. Por el contrario, los liberales que reciben una subvención del Estado, pero que luchan todos los días para que esas subvenciones desaparezcan, y que eliminarían las mismas si tuvieran oportunidad, no son nada incoherentes, están aceptando un dinero que previamente les quitaron por la vía de la imposición (impuestos). Y están luchando por aquello en lo que creen sin ceder a la extorsión, sin engañarse a si mismos y sin engañar ni someter a los demás. En este sentido, manifiestan una coherencia inquebrantable, que no cede al chantaje de las subvenciones sino que las utiliza para enmendar la perversión que éstas suponen.
En realidad todo se resume en el último párrafo. Un liberal puede «gozar» tranquilamente de todo lo público porque ya lo ha pagado . Del mismo modo en que no te preguntan tu ideología a la hora de cobrarte impuestos, no tienen derecho a exigirte una ideología determinada para usar los servicios pagados con tus impuestos. Ni mas ni menos.
Seguro que en nada vamos a tener una ley municipal que impida la difusión de ideas de «la extrema derecha neoliberal, fascista y opresora del pueblo». Madrid, Cádiz, Barcelona, Santiago… ? Hagan sus apuestas !!
Menos mal que gracias al capitalismo disfrutamos de internet a precios asequibles para todo el mundo.
Me gustaMe gusta