Con frecuencia, se suele acusar a la Escuela Austriaca de Economía de ser una doctrina liberal devenida en pseudociencia. La razón de dicha recriminación tiene varios orígenes posibles, pero sobre todo se basa en una creencia bastante extendida entre la élite intelectual. Muchos mamertos piensan que el método científico, las matemáticas, o la lógica euclidiana, son las únicas herramientas de trabajo que están legitimadas para entender la realidad del mundo. Pero como quiera que la EA utiliza un camino inverso que parte de principios apodícticos y que se sirve del lenguaje natural, muchos creen que esto aleja a dicha escuela de la realidad, tornándola en una suerte de superchería delirante, con ínfulas de seriedad, y abocándola a la marginación y el desprecio más absolutos.
Frente a estas críticas, y a tenor de la envergadura que han venido tomando las mismas en los últimos tiempos, solo cabe ofrecer una respuesta directa, tenemos que armar una réplica lo más detallada posible. Vamos a coger el toro por los cuernos. Veamos hasta que punto esas acusaciones, de las que son objeto los economistas austriacos, gozan de algún fundamento real. Vayamos por partes. Dividamos el pensamiento en tres categorías principales: Epistemología (métodos de conocimiento), Ontología (principios esenciales) y ciencias aplicadas (implementación de los principios abstractos al caso concreto del hombre). Y a continuación, una vez establecidos los parámetros del campo, pongamos a prueba las tesis de la EA con cada una de esas tres disciplinas básicas.
Uno de los pilares más importantes de la EA es la epistemología o gnoseología general. Tal vez no exista otra escuela en el panorama intelectual que haya hecho más esfuerzos por aclarar ese ámbito del conocimiento tan necesario. La gnoseología es una disciplina propedéutica, que resulta fundamental para iniciar cualquier proceso de investigación. A ningún arquitecto se le ocurriría comenzar la construcción de un edificio sin el consiguiente aparejador, que se encarga de determinar las técnicas y los medios que se requieren para llevar a cabo la obra. Y en el ámbito del conocimiento en general pasa exactamente lo mismo. Ningún investigador debería iniciar sus estudios sin haber recibido antes unas nociones básicas de epistemología, o sin tener claro cuáles son los límites, las herramientas y los aperos de la técnica que decida utilizar. En este sentido, la EA se ha preocupado más que ninguna otra corriente de pensamiento (con un celo exquisito rayano en la obsesión) por conocer y determinar las circunstancias concretas que estarían avalando la propia investigación. Así, ha venido a descubrir y apoyarse en una teoría sumamente importante para la indagación social, a saber, la teoría de la imposibilidad del socialismo.
Si por algo se caracteriza la ciencia básica, es por haber asumido los límites a los que se expone el hombre cuando pretende conocer la realidad que le rodea. Esa es la razón de que los científicos hayan renegado de la fe, o que al menos la aparten cuando entran en un laboratorio y se exponen ante una nueva prueba o examen. La ciencia es la antítesis de la religión, y jamás podrá haber una reconciliación entre ambas que vaya más allá de la mera aceptación. La primera solo corrobora un hecho cuando lo puede demostrar de manera segura, utilizando todo tipo de precauciones y sistemas redundantes. La segunda en cambio, afirma una realidad histórica irrepetible, muchas veces inventada o manipulada, que solo se basa en la palabra revelada de una autoridad designada a tal fin, o en opiniones tergiversadas y modificadas por el paso de los años y el deseo de los trasmisores, en una serie de afirmaciones que se atreven a ponderar sobre ciertas cuestiones del más allá, que de suyo están fuera del alcance de nuestras posibilidades como seres cognoscentes, y que por tanto se prestan a todo tipo de maquinaciones y fantasías.
Esta prudencia que caracteriza a la ciencia se traslada al ámbito social de la mano de la EA, que es la única que ha sabido delimitar el conocimiento de esta disciplina dentro de unos márgenes seguros. No en vano, la teoría de la imposibilidad del socialismo viene a decir que el hombre es incapaz de determinar el funcionamiento de un sistema altamente complejo. La sociedad humana es un conglomerado de acciones sumamente intrincado, el más complejo e impredecible que existe, que, como todo sistema complejo, está formado por muchos elementos distintos, los cuales funcionan solo cuando se deja que actúen las partes que los integran, con la información que cada una de ellas recibe a cada instante del entorno, sin pretender que uno de esos nodos (por ejemplo, una camarilla de políticos) controle y domine el orden y el movimiento de todos los demás. Pues bien, la EA ha sabido identificar correctamente esta barrera insuperable para el ser humano, y de ahí ha derivado lo que ha venido a convertirse en la principal crítica que se le podrá hacer jamás al socialismo, y en general a cualquier forma de totalitarismo, a saber, la de acusarle de pretender unas capacidades inverosímiles, imputándole la intención manifiesta de dirigir y dominar amplios sectores de la población, con la escusa de llevarles del ronzal por el buen camino, hacia una prosperidad y una salvación que se anuncian apoteósicas. Porque, no lo olvidemos, la EA es la única corriente de pensamiento que ha sabido oponerse con claridad a esas nuevas manifestaciones de religiosidad que surgen del comunismo, las cuales vienen a sustituir a los dogmas tradicionales, y acaban trocando la imagen del altar por el cacique del barrio. Por eso resulta harto ridículo que algunos quieran emprender a estas alturas una cruzada contra la EA, que la acusen de practicar la superchería, cuando es precisamente esta escuela la única que ha sabido darse cuenta a tiempo de las mutaciones que ha venido padeciendo la propia religión, de culto tradicional a creencia secular.
Lo paradójico de todo este asunto es que exista un amplio número de doctos científicos que defiendan el laicismo y el agnosticismo en los claustros y en las aulas, y que sin embargo se aferren de forma incondicional a la creencia del socialismo cuando platican en el bar, abogando por una ideología que tiene tantos ejemplos de paralelismo con la ortodoxia religiosa que a veces casi ni se distinguen. Y lo que más asombra es que estos mismos letrados acusen a la EA de defender una doctrina esotérica basada en supercherías y creencias irracionales, cuando en realidad son ellos los únicos que han decidido cambiar la fe tradicional por esa otra forma de religión que ha venido a sustituirla: el comunismo o socialismo (o en términos más generales estatismo), y que a día de hoy tiene casi tantos adeptos como ciudadanos existen en el mundo. Ningún país se libra de esta nueva plaga. La mayoría de personas apoyan al Estado de forma incondicional, y le dotan de poderes divinos, para que intervenga en la sociedad de forma masiva, como si de un Dios omnipotente se tratase. Resulta verdaderamente irritante que un adepto a estas nuevas formas de religiosidad te acuse a ti, un simpatizante de la escuela austriaca, de ser una persona crédula y devota, miembro de una secta marginal, siendo que ellos son ahora mismo los representantes en la tierra del mayor conglomerado de fanáticos religiosos que han existido nunca: los devotos del Estado moderno. En cambio, la EA, al haberse separado de todas esas doctrinas totalitarias y al haber adoptado una metodología basada en la prudencia, la epistemología y la falibilidad popperiana, ha retomado el camino de la ciencia en el ámbito de la sociología, y ha tomado el testigo del escepticismo y el pensamiento crítico, precisamente en aquellas áreas donde más falta hacía, aquellas en las que más autoridades pugnan por hacerse con el poder.
La ciencia solo se atiene a las pruebas verificables; no atiende a ninguna otra autoridad. Esa ha sido la clave de su éxito. Su equivalente en la economía es la EA, que sigue luchando para derribar las últimas autoridades que quedan todavía en la sociedad civilizada: los políticos.
El otro pilar de la escuela austriaca hace referencia a la segunda disciplina que hemos señalado más arriba: la ontología. Una vez establecido el método de trabajo, lo segundo más importante que debemos hacer es aclarar los principios que nos guían y nos avalan en esa labor. Puesto que ya hemos dicho que no confiamos en ninguna autoridad, y dado que carecemos de la capacidad de predicción que otros se arrogan falsamente, siendo que es imposible dirigir y controlar todas las variables que dominan un sistema complejo, lo único que podemos hacer es redirigir nuestra atención hacia aquellos hechos de la naturaleza tan simples y evidentes que no precisan de demostración alguna. Es aquí donde nace ese otro presupuesto de la gnoseología que al cabo se convertirá en el fundamento metodológico más importante de la EA: el dualismo metodológico. La ciencia experimental, la estadística y la medición empírica pueden abstraer ciertos datos de un sistema complejo. Pero también podemos partir de principios sumamente sencillos, que damos por ciertos, y derivar a continuación algunas conclusiones seguras. Lo que hace básicamente la EA es rescatar el concepto de axioma euclidiano, propio de las matemáticas, y reciclarlo y aplicarlo al objeto y a la causa de la sociología.
En este sentido, la EA se basa en un elemento absolutamente incuestionable: la acción humana. De nuevo, la ciencia también se caracteriza por buscar de forma incansable la verdad en las evidencias más generales. Aunque debe ser consciente de sus propios límites, y practicar una prudencia acorde con esa asunción, su principal objetivo es llegar a conocer el mayor número de certezas posibles. En esto la escuela austriaca se distingue de manera clara del resto de doctrinas, apareciendo como una de las escuelas que mejor se adecúa al carácter esencial de la ciencia canónica, pues no hay mayor verdad que aquella que alude directamente a la existencia de las cosas, señalando la acción que sin duda compete a todos los objetos que están presentes en el mundo, elucidando las características básicas que corresponden a esa acción, y consignando el carácter entitativo e individual que están obligados a tener todos los elementos que se avienen a dicha existencia. En el caso del hombre, esto se traduce en un principio de suma importancia: la acción individual, la acción humana. Que la escuela austriaca haya sido la única corriente de pensamiento que ha sabido poner en valor este principio, la única que lo ha utilizado para basar toda la teoría política y económica que ha producido a lo largo de su vida, habla muy bien de esta escuela de pensadores, y la sitúa como la primera corriente en conseguir analizar la sociedad con un claro espíritu científico. Y por eso, también resultan patéticos todos los magufos que ahora intentan relacionar a la EA con el esoterismo o con la magia negra.
En tercer lugar, debemos saber qué es lo que afirma la EA en materia de política y economía, a la hora de aplicar los principios gnoseológicos y ontológicos en los que se basa. La tercera cuestión importante que debemos abordar, luego de aclarar los métodos y los principios que otorgan notoriedad a nuestra disciplina, es conocer el modo por el cual dichos principios se aplican y se implementan en todos aquellos aspectos de la realidad que están más directamente relacionados con la vida diaria de las personas. Es decir, tenemos que abordar las ciencias sociales utilizando para ello la luz que proveen los principios arriba señalados. Y es aquí, al implementar el apero básico de la escuela austriaca, cuando nos damos cuenta de lo comprometida que está esta corriente de pensamiento con la búsqueda infatigable de la verdad. La EA ha basado siempre su teoría económica en el ahorro y la producción de bienes reales, en contraposición con todas las demás corrientes, que han abogado habitualmente por la fabricación artificial de moneda, la preeminencia de bienes nominales, la adulteración de los precios, la manipulación de las mercancías, la intervención del Estado y las arbitrariedades del gobierno de marras. La EA es la corriente de pensamiento que más abiertamente se ha manifestado en contra del Estado y las políticas Keynesianas, las cuales intentan cambiar y mejorar la situación de la economía como si de un taumaturgo se tratara, tocando a la gente con su barita mágica, modificando las cosas con decretos ley, sin atenerse lo más mínimo a la realidad. Según estos nuevos prestidigitadores, si los salarios son demasiado bajos, lo único que hace falta es que un político apruebe una norma que obligue a todas las empresas a subir los sueldos. Si hay demasiados pobres, solo tenemos que arrebatar una parte de las ganancias de las empresas para dársela a las clases más necesitadas. Si sube el tipo de interés, solo tenemos que bajarlo. Si los bancos quiebran por falta de moneda, solo tenemos que apretar el botón de producir más dinero. El verdadero esoterismo en la economía consiste en intentar paliar todos los problemas que afectan a los ciudadanos haciendo que los conejos salten de la chistera del mago de la política, de tres en tres. La mayor superchería de todas es aquella que busca paliar el hambre de los pobres distribuyendo los bienes entre las clases depauperadas sin acudir a las verdaderas causas que están detrás de esa depresión, que no son otras que la falta de productividad. El creacionista de turno siempre antepone los deseos a la realidad. Le gustaría que el mundo tuviera un sentido elevado, y que pudiéramos conseguir todo lo que nos proponemos con solo desearlo. El paniaguado del socialismo enfrenta los problemas de forma parecida. Solo acierta a ver la superficie especiosa de los fenómenos, y muy pocas veces percibe las causas últimas que están detrás de todo problema social, que únicamente se hallan en los primeros estadios de la cadena productiva. El socialista solo alcanza a emocionarse cuando un niño recibe un trozo de pan en alguna aldea apartada de la civilización. Pero le traen sin cuidado todas las medidas que han tenido que implementarse para fabricar esa barra. No hay nada más alejado de la ciencia que la visión miope y cortoplacista que padece el socialista de turno. Y no existe una corriente de pensamiento que más haya hecho por derribar ese mito socialista que la insigne escuela austriaca de economía. Por eso, cada vez que algún nuevo iluminado sale a la palestra para acusar a la EA de practicar la superchería, a uno le hierve la sangre y se le salen los ojos de las órbitas al ver cómo esos paniaguados pueden afirmar tal cosa y al mismo tiempo hacer la contraria (de cómo pueden arrogarse la función de guardianes máximos de la verdad y a la vez defender la mayor mentira de todas: una economía keynesiana basada en el gasto indiscriminado, la deuda galopante, las promesas de futuro, y la distribución arbitraria de bienes y servicios inexistentes). Sobre todo, resulta abracadabrante que estos nuevos ungidos ocupen puestos de catedrático en las principales universidades del país, y que hayan venido colonizando un amplio sector del ámbito “científico”. Vivimos en un mundo que se encuentra patas arriba, donde se confunde a los verdaderos científicos con los mayores estafadores y charlatanes de la historia, y a los más prudentes economistas con los peores alabarderos del régimen. En estas circunstancias, no podemos menospreciar el importante papel que desempeña la EA, su función como garante última de la verdad y como primera abanderada de la ciencia en el ámbito de la sociología. Pensadores de la talla de Mises y Hayek han abierto una brecha enorme con respecto a sus colegas, al haber convertido la economía y la política (últimas fronteras del conocimiento) en verdaderas ciencias.
Las ciencias sociales se dedican al estudio de los sistemas más complejos que existen en el universo, las sociedades de humanos. Por eso constituyen la última frontera que le queda por atravesar al hombre, el último camino transitable. En este sentido, la EA representa la vanguardia del conocimiento. Sus elites intelectuales deben jugar el papel de zapadores, convertirse en diestros exploradores, y construir los puentes que aún hacen falta para cruzar las últimas vaguadas que restan antes de alcanzar el éxito. Y deberán asumir también las primeras bajas que se produzcan en el ejército como consecuencia de las arremetidas y emboscadas que les tiendan los bárbaros y los salvajes. Son las demás corrientes de pensamiento las únicas que ostentan el título de pseudociencias, las únicas que defienden las creencias órficas de los pueblos fronterizos, las únicas que todavía creen en el fantasma de Keynes. Por su parte, la Escuela Austriaca es la única que se aviene al método racional de la ciencia en el ámbito de la política y la economía, la única que ha sido capaz de combatir a esas hordas de incivilizados, la única que ha aprendido a manejar las herramientas y los principios apropiados, la única que ha sabido determinar las causas reales y profundas del desarrollo humano (el ahorro y la productividad), y la única, en definitiva, que siempre ha ido con la verdad por delante.
Muy interesante el artículo. Los economistas, hace varios siglos predecían y tenían que lidiar con crisis económicas mucho más graves que la actual, y todo ello sin utilizar modelos econométricos, matemáticas etc etc. Los economistas, la escuela austriaca explica de forma mucho más rica y precisa el funcionamiento de la economía de mercado. En los años 20, 30’s y actualmente han predicho las crisis sin necesidad de modelizar un comportamiento de los agentes económicos que explicase una falsa y engañosa realidad. El ser humano puede comportarse de muchas maneras, simplemente su naturaleza es impredecible.
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Le veo dos problemas al artículo, uno es el maniqueísmo de referirse a lo opuesto del capitalismo como socialismo con la intención de desprestigiar de forma más bien amañada toda oposición al primero. Y la otra es la noción más bien ligera de referirse dizque a «las verdaderas causas que están detrás de esa depresión, que no son otras que la falta de productividad», como si únicamente esa pudiera ser la causa de la pobreza, como si no fueran igual de importantes la suerte y la distribución de la riqueza como causas de pobreza y como si no estuviera comprobado hasta la saciedad que bajo una economía de libre mercado necesariamente tiende a aumentar la desigualdad en vez de disminuir, que ese es el resultado inevitable de la autorregulación del mercado. Esto porque se sabe muy bien que con el PIB mundial actual se podría reducir sustancialmente la pobreza, y aunque sin duda tocaría redistribuir la riqueza, también ha demostrado ser mucho menos injusto el hacer dicha redistribución que el seguir permitiendo la inoportable desigualdad socioeconómica (además de que esta no necesariamente lleva a los países a crisis como la de Venezuela, sino que con buenas y justas administraciones se puede lograr resultados tan buenos como los de Ecuador, Bolivia, Canadá o los países escandinavos).
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Ya que ahora sí tuve tiempo de leer mejor, veo que los adeptos (o por lo menos la mayoría) de la escuela austriaca le arrogan el atributo de ser la única corriente de pensamiento que se basa en el ahorro y la producción de bienes reales y dan a entender dizque en las demás corrientes de pensamiento supuestamente desechan ambos parámetros y solamente importan las que se les atributen en este artículo. Pero en realidad solamente los malos administradores hacen caso omiso al ahorro y a la producción, mientras que toda persona sensata de cualquier corriente de pensamiento los incluye como necesidades para el buen funcionamiento de la economía, independientemente de las medidas intervencionistas e política económica que puedan decidir adoptar. Y además también es abusivo eso de señalar de forma tan ligera como se hace aquí a dichas políticas intervencionistas como intentos de hacer magia.
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Salvaje es quien llama a otro salvaje.
Bueno, son muchas las tonterías vertidas en este articulito. Ninguna de ellas demuestra el carácter científico de la praxeología. Los mismos argumentos para justificar el estatus de ciencia de la escuelita austríaca son usados por los teólogos para defender su doctrina.
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Si no eres capaz de diferenciar la teología y la religión de la metafísica aristotélica o la ontología, entonces si, tienes un cierto problema de salvajismo intelectual
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