Dice el Instituto Mises Hispano, en el decálogo de intenciones que aparece en su página web, que la misión y la finalidad de dicha institución es «la generación de opinión académica encaminada a la defensa de las ideas de libertad, educando al público en la importancia de colocar la elección humana como el centro de la teoría social, promoviendo la investigación crítica de las instituciones y la historia, y avanzando en la tradición de Ludwig von Mises y Murray Rothbard en defensa de la ética de la propiedad privada, la economía de mercado, la autodeterminación política de las comunidades voluntarias, y las relaciones internacionales pacíficas. Siendo depositarios del legado institucional del Ludwig von Mises Institute, compartimos su visión y misión aplicada al mundo hispanohablante»
Comulgo con gran parte de las ideas que se esbozan en esta declaración de principios, y apoyo firmemente el esfuerzo que hace el Mises Hispano para divulgar las teorías de la libertad, si bien hay algo en esa afirmación que me chirría sobremanera, y que hace que esos principios adquieran unos tintes grotescos.
La propiedad privada y la ausencia de coacción es un requisito universal, una condición básica del hombre, necesaria para que éste emprenda nuevos proyectos y provea al mundo de un futuro mucho mejor. Por su parte, la autodeterminación política es una reivindicación colectivista, que deja todo al arbitrio de las decisiones de los grupos independentistas. No es posible defender al mismo tiempo la separación más radical y la unión más general. Los principios básicos son unívocos, por cuanto que apelan directamente a la unidad de las personas. En cambio, los anhelos separatistas son rupturistas, distorsionan la realidad y vuelven inviable cualquier principio de acuerdo, cualquier proyecto común y cualquier claridad normativa. En este sentido, la declaración de intenciones que aparece en la página del Instituto Mises Hispano entraña una clara contradicción, afirma que su objetivo es la defensa de la propiedad privada, pero también se ratifica a la hora de apoyar la autodeterminación política de las regiones. En definitiva, el instituto se jacta de defender al mismo tiempo una condición universal: la propiedad privada, y una cualidad secesionista, ambigua, local, múltiple, y dispersa. Esto es un oxímoron.
Todos los conceptos deben ser matizados. Incluso cuando se defiende el valor sagrado de la libertad hay que hacer alguna consideración ulterior. No se puede amparar la acción del asesino bajo la escusa de estar defendiendo su libertad de movimiento. Con más motivo, cuando se defiende la autodeterminación de todo un pueblo, se debería matizar que solo se blande esa bandera si el pueblo en cuestión trata de huir de una dictadura sanguinaria (circunstancia poco probable). La separación en sí no es mala ni buena. Depende de qué se quiera separar. La propiedad privada puede también encubrir o disculpar otras violaciones graves: te violé porque eras mía; era mi casa, son mis cosas. Todas estas matizaciones no serían necesarias si fuéramos conscientes de que el principio de la libertad queda en cuestión en el momento que usamos esa libertad para ir en contra del propio principio. En este sentido, la segregación de los pueblos también puede vulnerar dicho precepto. ¿Por qué entonces muchos liberales se empeñan en defender de forma incondicional ese derecho de autodeterminación? El principio del liberalismo es la libertad individual del hombre, no la separación de su pueblo. Por encima de todo, debemos promover una férrea unidad en lo esencial, la cual deja de existir en el momento que anteponemos el principio de autodeterminación al principio que garantiza esa libertad del individuo. No debemos confundir la libertad de acción, que acontece en el marco de nuestras vidas personales, con el respeto uniforme que todos debemos procesar a las leyes básicas que permiten esa libertad y esa variedad. Sin embargo muchos libertarios equivocan esos dos frentes, y gustan de poner en el frontispicio de sus panegíricos y decálogos esa reivindicación falaz que hacen también los chovinistas y los estatistas regionales: la autodeterminación de los pueblos.
No me gusta la deriva ideológica que ha tomado el Mises Hispano. En sus artículos de análisis hay mucho más espacio para las ideas anarquistas que para el liberalismo canónico. Está claro que esa visión ha sido fomentada por sus directores y encargados editoriales, a los que conozco y con los que me une una relación consentida y fructífera. Pero no puedo aceptar el fraude que supone esa deriva anarquista. Nunca he dicho nada. Cada cual puede hacer lo que quiera con sus proyectos intelectuales. Pero ha llegado un punto en el que ya sólo leo artículos del Mises con esa seña de identidad.
Quizás, la adulteración más grave que hace el Instituto Mises Hispano es la de usar el nombre del economista que mejor representa a la Escuela Austriaca de Economía, para denominar a una institución que tiende a alejarse cada vez más de los principios básicos que proponía en vida este insigne padrino. Ludwig von Mises jamás fue un anarquista reconocido. Defendía un gobierno limitado, al más puro estilo de la tradición liberal. Resulta bastante indecoroso, y hasta cierto punto un tanto inmoral, usar el nombre de un muerto para defender ideas que éste jamás avaló cuando estaba vivo.