Se denomina obsolescencia programada a la determinación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase de diseño de dicho producto, éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
Se dice que esta planificación tiene el único objetivo de beneficiar y enriquecer al fabricante, al tiempo que obliga a los consumidores a comprar y adquirir bienes de modo artificialmente acelerado, para que los empresarios y los productores se enriquezcan con esas adquisiciones y engorden aún más su cartera y su barriga, a costa siempre del pobre y el ingenuo.
También se suele decir que la obsolescencia programada es una conspiración del lobby empresarial, que urde ese plan para beneficio propio. En cambio, algunos pensamos que la idea obsolescencia es más una enfermedad mental que un defecto técnico. Muchas personas padecen un síndrome que les lleva a rechazar todo lo que tiene que ver con la modernidad, el progreso y el bienestar. Este síndrome se agrava a medida que la sociedad evoluciona, y en la medida en que se hacen más patentes los nuevos avances y las mejoras técnicas. Dichos avances ponen de manifiesto lo absurdo que es defender la obsolescencia planificada en un mundo tecnológico que está cambiando y quedándose obsoleto continuamente, por el mero hecho de evolucionar.
En un entorno de libertad, sin privilegios ni subvenciones públicas de ningún tipo, las empresas solo pueden sobrevivir si aumentan el número de sus clientes, y por tanto deben estar siempre sometidas a la soberanía del consumidor, y tienen que competir constantemente para satisfacerle, únicamente para satisfacerle. Como es lógico, el consumidor demanda productos más baratos y mejores, y eso impulsa el mercado y obliga a cambiar los aparatos por otros de mejores prestaciones. Esto es algo natural, lógico y saludable, y todos los que interpretan eso como parte de una confabulación empresarial que impone deliberadamente todos esos cambios, en realidad lo que están haciendo es ir en contra del progreso natural y las demandas de mayor bienestar y mejores servicios que realiza la gente de forma voluntaria.
La elección de la durabilidad de un producto, como todas las demás características, se ejerce de manera espontánea cuando existe libre competencia. En este caso, es el consumidor el que acaba eligiendo la mejor opción. No hace falta acudir a explicaciones enrevesadas que sugieren la existencia de planes perversos por parte de las empresas.
Si no existe verdadera libertad, como es el caso de nuestro mundo, la solución tampoco pasa por imponer una obsolescencia determinada, como quieren aquellos que afirman que los aparatos duran demasiado poco. Lo que hay que hacer es dejar que ésta la determinen los consumidores y los empresarios en acuerdos mutuos. Los que dicen que los aparatos son manipulados para que duren poco se comportan igual que aquellos empresarios a los que denuncian por conspirar para que esa durabilidad sea cada vez más corta. Todos son intervencionistas, que van en contra de la voluntad del consumidor, que se ejerce espontáneamente. El remedio que ofrecen los que denuncian la obsolescencia programada pasa por proponer soluciones que participan del mismo problema que ellos critican. Incluso si fuera verdad lo que afirman (si existieran empresarios perversos), su propuesta no haría otra cosa que agravar la situación que provocan aquellos que quieren manipular la duración de los bienes sin tener en cuenta al consumidor. Es lo mismo que hacen todos los intervencionistas cuando intentan solucionar algo. Practican un remedio que lo único que hace es incidir en el problema que pretenden solventar.
En todos los bienes hay siempre dos variables directamente proporcionales, cuyos valores deben ser determinados y ponderados por el consumidor. Si los bienes duran más tiempo, también será más caro producirlos, y es el consumidor el que debe elegir si quiere que duren más o que sean más baratos. Además, a medida que la tecnología avanza más rápido, interesa más que los bienes sean baratos, aunque no duren tanto, ya que la velocidad de reposición se incrementa con cada uno de esos avances. En este sentido, cada vez interesa menos que los bienes sean duraderos y caros.
La obsolescencia es connatural a la evolución. Los aparatos no se quedan obsoletos porque así lo quiera un empresario, sino porque la propia evolución los convierte en antiguallas. El empresario debe encargarse entonces de calcular esa obsolescencia para no incurrir en errores que provoquen una producción desfasada e inútil. No se pueden fabricar coches que duren treinta años si dentro de diez ya no van a ser demandados porque existan nuevos automóviles más económicos y seguros. Y sobre todo, no se pueden fabricar coches más duraderos, y por tanto también más caros, si los consumidores no están dispuestos a pagar por esa durabilidad y lo que desean es tener un bien más barato y renovable.
La soberanía del consumidor es una ley sagrada de la economía. La demanda siempre tira de la oferta, hasta el punto de decidir los costes y los gastos en los que incurren los propios empresarios. En una sociedad relativamente libre, donde existe un intercambio fluido, el empresario siempre se debe al consumidor; solo puede hacer aquello que resulte en un beneficio claro para éste. De lo contrario, no vendería jamás sus productos y acabaría siendo barrido del mercado. Por eso resulta paradójico que algunos crean que esos empresarios tienen el poder de manipular los aparatos a su gusto, provocándoles una muerte rápida y prematura. Son en realidad los empresarios los que quedan obsoletos si no satisfacen las necesidades del consumidor. Y son los consumidores los únicos que se ponen de acuerdo para comprar productos de menor durabilidad, al objeto de que sean también más baratos y de que duren el tiempo suficiente para poder cambiarlos en el futuro por otros mejores y más modernos.
Todos aquellos que dan crédito a esa estúpida idea que asocia la conspiración encubierta de los empresarios con el capitalismo y con la obsolescencia programada, podrían hacernos al resto un pequeño favor. Se podrían ir a vivir a una comuna hippie. Allí les podríamos ofrecer una lavadora que durase 50 años, un ordenador que estuviese activo durante 12 lustros, y una bombilla que no se apagase en 7 décadas. De esta manera, cuando dentro de cinco años los demás podamos tirar a la basura los electrodomésticos viejos, y comprar una lavadora que ahorre más energía, un ordenador más potente, barato y liviano, y una bombilla de menor consumo, también podremos beneficiarnos del avance de la ciencia y la tecnología sin tener que soportar a todos estos neoluditas y anticapitalistas de la «nueva era». Ahorraremos muchos vatios, y también nos ahorraremos muchos comentarios, admoniciones y obligaciones inútiles, y no tendremos que aguantar la matraca que nos dan algunos con motivo de ese mito absurdo de la obsolescencia programada.
La obsolescencia (o sea cuando ya no tiene sentido utilizar un aparato que funciona perfectamente ) programada es una falacia progre destinada a que los, incautos caigan en sus redes. Se lleva mucho en mi especialidad la informatica donde muchos presumen de que con Linux (y por cierto que conste que soy un linuxero fanatico) han podido reciclar un PC de hace tropescientos anyos en cortafuegos o servidor de ficheros. A lo cual les contesto que eso es una g… ya que por unos veinte euros te puedes comprar un cortafuegos especailizado (y bajo Linux) que consumira menos de cinco vatios frente los mas de doscientos de su PC obsoleto y que por unos ciento cincuenta euros (disco incluido) se puede compar uno un NAS (tambien bajo Linux) que admitira un disco qiue ademas de tener mas vida por delante tendra una capacidad diez o veinte veces mayor que el mayor soportado por ese PC obsoleto. Y que si nos fijamos en lo de serrvidor de ficheros ese NAS tendra un eternet 1000 en vez de 100 o 10. Ese NAS solo consumira unos veinte vatios en vez de doscientos o mas. O sea que no tiene sentido reciclar ese viejo PC en cortafuegos o en servidor de ficheros
Lo que si puede existir es el envejecimiento programado. Un dia Henry Ford pregunto si habia una pieza en el Modelo T que nunca se habia roto y le respondieron que si que habia una. Tras lo cual ordeno que fuesen construidas menos solidas. Porqué? Porque no tenia sentido incurrir en un sobrecosto, hacer pagar al cliente un sobreprecio para tener una pieza que se quedaba incolume mientras el coche se caia a pedazos alrededor de ella.
El fabricante tiene que apuntar al mejor compromiso posible calaida/precio o los clientes (y sus competidores) lo eliminaran.
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