La economía del tiempo y la dieta paleolítica del hombre moderno


neolitico2--644x362Todos los años la industria del entretenimiento nos sorprende con una nueva fórmula alimenticia. La dieta de la galleta del doctor Siegal, que consistía en comer exclusivamente galletas rellenas de chocolate, o la dieta de la orina, que sugería empezar el día tomándose un vasito caliente de concentrado de urea, son dos de las medidas más extravagantes que se han prescrito. Pero existen muchas más. Lo cierto es que ninguna de estas dietas ha demostrado nunca la más mínima efectividad. Los médicos recomiendan comer todo tipo de alimentos, en bajas proporciones, y hacer ejercicio físico. Esta es la única solución dietética que ofrecen los profesionales al problema de la obesidad y la salud. Pero la gente no suele hacer demasiado caso a los profesionales. Les gusta más lo exótico y lo milagroso.

En el último año se ha hecho famoso un nuevo régimen alimenticio: la dieta paleolítica. Esta nueva fórmula ha cautivado la atención de muchas personas. En el fondo, éste régimen es exactamente igual que los demás, en cuanto a efectividad se refiere. Pero tiene un aura científica que lo hace atractivo para un sector de la población más amplio, dentro del cual se encuentran también muchas personas cultas. Tengo amigos que defienden esa dieta a capa y espada, y que no son sospechosos de padecer ignorancia.

¿En qué consiste la dieta paleolítica? En realidad, no tiene mucho secreto: el nombre ya lo dice todo. Consiste, lisa y llanamente, en imitar la dieta que estaban obligados a seguir los hombres del paleolítico. ¿Y por qué deberíamos parecernos a unos hombres que vivieron hace miles de años? Según los adalides de esta nueva prescripción, el hombre del paleolítico se alimentaba bastante mejor que el actual. Por tanto, sería beneficioso para nosotros recuperar esas costumbres culinarias.

En un sentido lato, esta idea se enmarca dentro de esa categoría de creencias que aseguran que cualquier pasado siempre fue mejor, y que suelen repetir como un mantra las personas que ya no tienen nada que aportar a este mundo, o también aquellas que pretenden imponer unos valores sociales propios que, según nos dicen, es urgente que recuperemos de inmediato. Lo cierto es que la mitificación que se suele hacer del pasado (el buen salvaje de Rousseau), así como la que se hace del futuro (el devenir y el fin de la historia que auguran los marxistas), suele servir al hombre para disculpar cualquier acción deliberada dirigida a controlar y cambiar las costumbres que las personas han decidido adoptar en el presente, de manera voluntaria.

El paso al neolítico representa un periodo clave de la historia del hombre: es el periodo que mayor progreso ha experimentado. El ser humano consigue domesticar a las fieras, aprende a cultivar varias especies de vegetales silvestres, se asienta en pequeñas aldeas, y constituye comunidades que con el tiempo se acabarán convirtiendo en la polis moderna. Con ello, se da inicio a la civilización, de la que hoy somos todos participes y beneficiarios. Pues bien, la tesis que vendrían a sostener quienes defienden la dieta paleolítica afirma que esos avances que dieron lugar a la modernidad no fueron tan maravillosos como podría suponerse. La ganadería y la agricultura trajeron también un cambio brusco en la dieta, y una alimentación más perjudicial que la que había hasta entonces. Diez mil años después de aquella revolución humana surgen algunos movimientos que quieren recuperar esas tradiciones alimenticias que dejamos atrás, cuyo desprendimiento nos llevó a ser la especie más exitosa del planeta. Estos advenedizos modernos afirman que nuestro cuerpo no está preparado ni adaptado para digerir los alimentos que se consumen en una dieta neolítica, basada en los productos obtenidos de la agricultura y la ganadería, y que en cambio está mejor adaptado al régimen que existía previamente, en el paleolítico, cuando el hombre era cazador y recolector. Al vestir estas ideas con consideraciones científicas (antropológicas) y al utilizar palabras rimbombantes que parecen extraídas de un discurso de eruditos, estos nuevos dietistas encuentran en el público general una mayor aceptación. No en vano, la gente siempre suele confundir la ciencia con otra cosa. Si confunden la astronomía con la astrología, y la química con la alquimia, ¿qué no harán con aquellas disciplinas que no son tan ortodoxas? Así, cuando se les habla de una dieta milagrosa, que nos devuelve a los tiempos eclógicos que al parecer disfrutaban nuestros antepasados, antes de que advinieran las revoluciones modernas, enseguida aceptan esta posibilidad sin cuestionarse nada. Sin embargo, si conocieran realmente cómo funciona la evolución, con tal de que se parasen a reflexionar un poco, se darían cuenta de la tontería que están afirmando.

Si adoptamos hace diez mil años la comida que provenía de los animales y plantas que conseguíamos domesticar, fue sencillamente porque ésta era mejor que la que había antes. Además, la evolución humana no se ha quedado detenida en aquella época. Desde entonces venimos evolucionando a la par que lo hace nuestro entorno, y nuestra genética se ha ido adaptando también a las nuevas condiciones alimenticias (a la leche, al azúcar, etc…). La evolución jamás se detiene. Lo único que se ha quedado estancado es la mente de algunos hombres actuales que, por la razón que sea, se empeñan en construir obeliscos en memoria del pasado, y mitifican fervorosamente a la diosa naturaleza, sin apreciar apenas las ventajas que les ofrece el desarrollo actual del ser humano. Todos los que entronizan algún aspecto del pasado, o que anhelan un futuro lleno de querubines y de edenes, necesariamente acaban olvidándose del presente, dejan de sembrar la tierra, de valorar los logros conseguidos, y con ello cierran también las puertas a cualquier progreso futuro. Existe otra dieta absurda, que deviene con este comportamiento, y que también se manifiesta cada cierto número de años: es la dieta de la hambruna, a la que se ven abocados aquellos que deciden dar la espalda al progreso. Debemos tener cuidado con todas esas ideas que enraízan en la creencia rousseauniana del buen salvaje. Debemos abstenernos de ensalzar cualquier aspecto romántico del pasado. Por ese camino podemos acabar defendiendo cosas mucho más peligrosas. Por ejemplo, podemos despreciar los bienes que tenemos en el presente, y desatender las causas que han motivado ese progreso. La dieta paleolítica es una dieta inofensiva a la par que inútil, pero puede conllevar ideas bastante más peligrosas y efectivas, puede convertirse en una dieta de verdad, en un régimen de hambruna y de retraso.

No quiero que se me entienda mal. No estoy afirmando que la defensa o la práctica de la dieta paleolítica conlleven necesariamente una especial predilección por los sistemas totalitarios y anquilosados, o por aquellas economías que no incluyen en sus fórmulas ninguna variable temporal y que, por tanto, tampoco promueven el progreso y el avance. Precisamente, lo que quiero indicar es lo contrario, el hecho de que existan personas que, aun sin defender esos sistemas políticos arcaizantes, sin embargo sí encuentren motivos suficientes para abrazar una dieta que hace milenios que fue abandonada. Lo único que quiero resaltar es la tremenda facilidad que tiene la mente humana para aceptar este tipo de soluciones, y el peligro que existe de que, en algunos casos, esa mitificación del pasado pueda suponer un riesgo mayor. Cada uno elige la dieta que quiere seguir. No obstante, siempre se suelen escoger aquellas ideas que apelan a los sentimientos con más fuerza. Esto puede aplicarse tanto a la economía como a la gastronomía, lo cual resulta bastante significativo. La defensa que hacen algunos de la dieta paleolítica es sintomática de una mentalidad demagógica que puede verse abocada a defender otras antiguallas parecidas.

Decía Mises que la acción es cambio, y el cambio implica secuencia temporal. Y continuaba afirmando: “En la economía de giro uniforme, sin embargo, se elimina tanto el cambio como la sucesión de los acontecimientos… En este sistema no pueden aparecer individuos que escojan y prefieran y, tal vez, sean víctimas del error, estamos por el contrario ante un mundo de autómatas sin alma ni capacidad de pensar; no se trata de una sociedad humana, sino de termitas.”. Mises se refiere en esta cita exclusivamente al problema que siempre han enfrentado los economistas de la escuela austriaca, que tienen que lidiar con esos otros economistas que pretenden garantizar la conservación del Estado, el estancamiento de la economía, y el reparto justo de una cantidad de bienes fija, que piensan que nunca se puede incrementar. No obstante, existen muchas más formas de obviar o de despreciar el cambio y el desarrollo social. El imaginario colectivo está poblado de creencias que se basan, de una u otra manera, en conceptos e imágenes fijas, todas las cuales acaban impidiendo en mayor o menor medida el progreso humano. Una de esas imágenes es la que ha contribuido a extender la práctica de la dieta paleolítica. Mises también decía que: “se equivocan estos pensadores suponiendo que el reposo es un estado más perfecto que el movimiento. La idea de perfección implica que se ha alcanzado una situación que excluye todo cambio, ya que cualquier cambio supone necesariamente un empeoramiento.” Los apologistas de la dieta paleolítica también consideran que el cambio evolutivo es malo. Aseguran que los cambios que supusieron la entrada en el neolítico conllevaron un empeoramiento evidente, una dieta menos sana. Y al mismo tiempo también ningunean los cambios genéticos que evolucionaron a la par que los alimentos y las costumbres. Constituyen por tanto el equivalente gastronómico de esa idea económica y política que ha ido siempre en detrimento del progreso y la mejora, y como tal se les debe considerar.

Lo curioso del asunto es que algunos misesianos, que se jactan de pertenecer a la escuela austriaca y que ensalzan el cambio y la incertidumbre cuando hablan de economía o cuando discuten sobre el origen espontaneo y evolutivo de las instituciones sociales, quieran luego adscribirse a una filosofía cuya idea central consiste en negar la evolución espontanea de la dieta homínida, una creencia que afirma que el mundo de los alimentos dejó de evolucionar hace diez mil años, llegando a un estadio de perfección que ya nunca se ha vuelto a repetir, salvo cuando ellos han intentado recuperar aquellos hábitos gastronómicos. Soy testigo de primera mano de este tipo de contradicción, la cual vendría a confirmar la predisposición que tiene la mente humana para creer en todos esos mitos del pasado, y el riesgo que existe de que algunos de ellos acaben convirtiéndose en un problema verdaderamente grave.

 

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Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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Una respuesta a La economía del tiempo y la dieta paleolítica del hombre moderno

  1. Jordi armengol ventura dijo:

    Solo hay que fijarse en los hospitales,en las farmacias,y todas las multinacionales de empresas de alimentacion y laboratorios quimicos.asi vamos

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