Dualismo metodológico: fundamento ontológico y corolario político (segunda réplica a Francisco Capella)


altruismo

Esta es una respuesta a la réplica que hizo Capella (https://intelib.wordpress.com/?s=eladio) a un artículo mío (https://www.juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/el-anarcocapitalismo-pragmatico-por-que-rallo-y-capella-tampoco) que a su vez pretendía refutar algunas ideas que él había vertido en otro escrito anterior (https://www.juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/mas-problemas-del-anarcocapitalismo).

Ante todo, quiero dar las gracias a Francisco Capella e Ismael Rodríguez por el tiempo que han invertido en leer mi artículo y elaborar con posterioridad una respuesta más o menos larga. Uno escribe básicamente por dos motivos, por una necesidad interna que en algunos casos llega a ser absolutamente incontrolable, y por un afán morboso de protagonismo que busca la confrontación directa y que aspira a provocar opiniones y reacciones en las demás personas. Gracias a Francisco e Ismael, ambos motivos han quedado plenamente satisfechos con este artículo. Se lo agradezco sinceramente.

1. Lo esencial

1.1. Lo que no pretendo

En lo relativo al asunto que nos ocupa, no puedo menos que empezar señalando el error con el que Capella inaugura su crítica a mi artículo, equivocación que sin duda le lleva a plantear una suposición de partida falsa, lo cual hace que el resto del análisis quede un tanto menguado, cuando no completamente invalidado. Según él, yo pretendo defender que en las ciencias sociales “solo vale la lógica y la deducción a partir de unos principios axiomáticos autoevidentes”. De ese modo, me atribuye un simplismo y una rigidez que rayan en lo absurdo. Una vez más, creo que Capella es incapaz de entender el dualismo metodológico que yo reivindico, el cual no dice en ningún momento que solo sirva un método de estudio, sino que lo que dice es que existen dos métodos esenciales para entender todas las ciencias, también la sociología. Jamás he apoyado ni apoyaré esa crítica burda que hacen algunos adeptos a la escuela austriaca, con la que buscan desprestigiar las matemáticas, aduciendo que no constituyen un lenguaje adecuado para estudiar la sociedad humana, en ninguna de sus facetas. Asimismo, tampoco creo que la deducción axiomática sea la única forma de abordar esa misma problemática.

No por pensar que el método deductivo es más apropiado para el estudio de la sociedad, y que el método inductivo lo es para el estudio de la física o la biología, tenemos que creer también que solo podemos usar un método de análisis en cada una de esas ramas.

Ahora bien, una vez que aceptamos que todas las ciencias pueden estudiarse a través de dos métodos igualmente válidos, lo siguiente que debemos saber es qué nos dice cada uno de esos métodos, y qué información podemos obtener de ambos dos. De este modo, en lo relativo al conocimiento fundamental, debemos saber que hay ciertas cuestiones básicas que pueden dirimirse acudiendo exclusivamente al análisis de los axiomas: yendo de lo generala lo particular.

En este sentido, lo único que yo digo es que la minarquía es relativamente superior al anarquismo (en cualquiera de sus formas) y que ello queda suficientemente demostrado desde el primer momento, cuando aplicamos los axiomas básicos al estudio de la sociedad. Pero esto no significa que no existan una cantidad innumerable de hechos sociológicos que puedan ser susceptibles de analizarse usando el método empírico, y tampoco quiere decir que debamos descartar el papel que juegan los experimentos fácticos como medida de confirmación de las evidencias apodícticas (axiomáticas).

En primer lugar, yo no pretendo establecer un conocimiento completo, definitivo, y cerrado, como parece que me achaca Capella. Me limito al conocimiento apriorístico y al análisis de unos hechos fundamentales que en absoluto son todos los que existen (aunque sí son los únicos que nos pueden enseñar algunos fenómenos realmente generales). Por tanto, dicho conocimiento solo es definitivo en el sentido de que afirma algo que no puede ser puesto en duda de ninguna manera, pero no porque aspire a explicarlo absolutamente todo. Por ejemplo, el axioma de la acción (humana) garantiza que todas las intervenciones que acomete el hombre se hagan desde el punto de vista de un ser individual limitado y egoísta, pero no dice nada con respecto a los gustos que motivan y provocan las acciones concretas de un determinado individuo. Lo que yo afirmo es que el estudio de esos axiomas también permite deducir algunas cosas respecto a la política y la economía, como muy bien sabrá cualquier estudioso de Mises y de la Escuela Austriaca (no propongo nada nuevo). Y lo que digo es que, dentro de ese conjunto de deducciones, está aquella que califica a la minarquía como un sistema superior al anarquismo (esto lo desarrollaré más adelante). Pero quiero dejar claro que, en ningún caso, intento valorar todos los aspectos de la realidad y las sociedades.

Por consiguiente, yo no defiendo que las ciencias sociales deban abordarse con una sola metodología. Uno de los principios apodícticos que utilizo es el dualismo metodológico, así como la constatación ontológica de que la realidad está compuesta en cualquier caso por dos tipos de fenómenos: complejos y simples. Pero en ningún momento digo que cada tipo fenoménico deba ser analizado con una sola herramienta (considero que ambos tienen que ser dilucidados usando las dos). Lo que digo es que existe determinada información que solo podemos deducir a partir del empleo de una de esas herramientas, y otra que seguro requiere el uso del otro pertrecho. En concreto, lo que afirmo es que los presupuestos axiomáticos pueden conducirnos a entender que la minarquía es un correlato lógico de dichos principios, y la forma de gobierno que mejor se ajusta a los mismos. No pretendo determinar el tamaño concreto que deberá tener el Estado del futuro. Solo quiero insistir en el hecho de que, tenga el tamaño que tenga, siempre hará falta algún ente general de gobierno para poder atender a todos los aspectos de la realidad, y a los dos tipos de hechos por los que queda constituida la misma. Y como eso es un principio ontológico, que no se puede negar de ninguna de las maneras, como la realidad está compuesta de hechos simples y complejos, y como la minarquía es el único sistema que atiende por igual a ambos dos, consciente de la importancia del orden espontáneo y las necesidades subjetivas (fenómenos complejos y diversos) pero también de esos principios e instituciones generales (fenómenos simples y unívocos) que ponen su atención en todas aquellas cualidades que facilitan las condiciones necesarias para que exista libertad y para que la sociedad se ordene de forma espontánea, como todo eso es así, podemos afirmar sin ninguna duda que la minarquía es la única forma de gobierno que optimiza ese conocimiento y esas capacidades, y que es al fin y al cabo la principal implicación sociológica que podemos deducir de tales principios.

La ciencia ofrece un procedimiento alternativo que seguramente nos llevará algún día a ser capaces de saber qué tamaño mínimo del Estado es el más efectivo, o simplemente nos permitirá confirmar experimentalmente lo que ya nos aseguran los axiomas de antemano. En cualquier caso, la ciencia debe centrarse en analizar otros factores más complejos que no pueden ser dirimidos por la vía deductiva (estadísticas, medias, etc…). Lo que hay que entender es que, aunque ambos métodos valen para estudiar las sociedades (Capella dice que yo creo que la sociedad solo se puede analizar apriorísticamente), cada uno de ellos aporta distinta información y nos provee de distintas capacidades intelectuales.

El estudio de la gobernabilidad se puede abordar de dos maneras diferentes, con dos herramientas complementarias, comparando el desarrollo de distintas sociedades con distintos tamaños y distintos pesos del Estado, o demostrando la superioridad de la minarquía de forma apriorística. Si lo hacemos de la segunda manera, lo que hay que entender es que esa demostración axiomática hace innecesaria cualquier prueba o evidencia experimental posterior.

El dualismo metodológico no dice que sean necesarios los dos métodos en todos los casos. Dice simplemente que tenemos dos herramientas para analizar el mundo. Pero evidentemente, si un método es apodíctico, también es suficiente para demostrar alguna característica en concreto, siempre y cuando ésta característica se pueda deducir fácilmente del axioma principal. A la hora de analizar distintos fenómenos, unas veces podemos aplicar el apriorismo, otras el aposteriorismo y otras una mezcla de ambos. Y en el tercer caso, si valen los dos métodos, una vez que demostremos apriorísticamente algo en concreto, la prueba a posteriori resulta siempre redundante y superflua.

También es cierto que el axioma que escojamos (para iniciar la deducción) puede estar equivocado. No obstante, si tenemos cuidado en elegir aquellos principios que apelan a cuestiones realmente básicas, tan esenciales que resulta imposible ponerlas en entredicho, nos aseguramos a su vez que esos principios van a ser siempre verdaderos. Afortunadamente, no resulta muy difícil dar con esos presupuestos. Simplemente, son los más sencillos de todos, aquellos que constituyen condiciones de posibilidad generales, todos aquellos que determinan cualidades necesarias para que un objeto exista.

Por otra parte, tampoco estoy afirmando que todo lo que se ha hecho en filosofía a lo largo de la historia haya resultado del uso de principios axiomáticos autoevidentes. Que yo los utilice no significa que me arrogue la capacidad de abarcar con ellos todo lo que se ha escrito o se puede escribir en torno a esta disciplina. Ahora bien, sí que creo que la filosofía se diferencia de la ciencia esencialmente por el modo de abordar los problemas y principiar sus estudios. Esta dicotomía queda patente a lo largo de toda la historia intelectual del hombre, influye y determina el modo de proceder de unos y otros, y es la única característica que explica por qué debemos hacer una distinción a la hora de catalogar por un lado a la ciencia y por otro a la filosofía. No en vano, nadie negará que la epistemología es una materia fundamental, que necesariamente determina todo lo demás. No es ilegítimo por tanto que apele a esa forma del conocimiento para atravesar con ella todo el saber humano que existe, y para clasificar el mismo en dos categorías principales.

De nuevo, cuando Capella dice que “solo ofrezco clasificaciones definitivas con pocos criterios independientes y complementarios que resultan en particiones únicas, perfectas, y completas del mundo sin problemas de límites, matices o interpretaciones, peligrosas porque ocultan sus propios defectos y no sueles considerar alternativas posibles” cae otra vez en ese error que aviene cuando uno no entiende suficientemente en qué consiste el dualismo metodológico (al menos el que yo planteo). Cuando propongo dichas clasificaciones, cerradas y perfectas, estoy hablando exclusivamente en términos axiomáticos, estoy usando el método deductivo y estoy elaborando una serie de implicaciones lógicas directas. Precisamente, como soy dualista, también soy consciente de que existe un vasto campo de exploración que está obligado a considerar todas las alternativas y los matices, pero a eso lo llamo ciencia (no filosofía). No es apropiado que se me acuse de pretender un conocimiento completo cuando únicamente busco sentar las bases del pensamiento filosófico, y cuando propongo un dualismo que sin duda considera la existencia de otro método alternativo que abarca un conjunto de fenómenos seguramente mucho más variado y diverso que el que yo atribuyo a la filosofía. Solo estoy planteando una teoría filosófica basada en algunos principios axiomáticos susceptibles de aplicarse a todos los objetos del orbe, y capaces de describir algunas de las cualidades que definen los mismos. Normalmente esto se suele confundir con el hecho de pretender un conocimiento absolutamente completo, pero solo es absoluto en el sentido de que trata fenómenos que se manifiestan en todas las cosas, lo cual no quiere decir que abarque todo lo que se puede decir con respecto al mundo. Como he dicho, soy dualista metodológico, lo que quiere decir que creo en la existencia de un método científico que viene a complementar el análisis de la naturaleza, asistiendo precisamente en aquellos casos en los que la complejidad y diversidad fenoménica no permiten exponer clasificaciones perfectas y completas. Así que la acusación que me hace Capella carece del menor sentido.

Por lo mismo, tampoco digo que la filosofía y la ciencia sean alternativas excluyentes. Todo lo contrario, afirmo que ambas contribuyen al entendimiento general del mundo y que se pueden y se deben implementar en todas las ciencias. Lo que sí quiero constatar es la necesidad de distinguirlas y usarlas en su justa medida. Como decían los escolásticos: hay que dividir para unir.

Nunca he pretendido afirmar que Capella y Rallo sean “ejemplo de todos los males cientistas”. Simplemente digo que el anarquismo pragmático que defienden ambos constituye otra manifestación de ese cientismo. Por supuesto, soy consciente de que los positivistas lógicos o los historicistas del siglo XIX practicaban un cientismo bastante más radical que el suyo. Me consta que Rallo y Capella utilizan la lógica deductiva y están familiarizados con los axiomas. Pero creo que no los entienden con la suficiente profundidad y significación. Igual que los evolucionistas austriacos, ellos también dicen que los axiomas solo sirven en determinados casos, aplicados a la economía, y siempre y cuando tengamos en cuenta que pueden ser refutados en el futuro, si se demostrase que son falsos. Lo que no acaban de entender es que existen algunos principios que apelan a las cualidades más básicas del Ser y que nunca pueden ser refutados, pues ello nos llevaría a negar la propia existencia de todo, y entonces ya no habría nada que replantear o cuestionar. En realidad, están desnaturalizando el propio significado del axioma, y están mezclando ambas metodologías, como si los apriorismos, que son de suyo evidencias irrefutables, pudieran someterse igualmente al escrutinio y el escalpelo del científico.

Capella me tacha de fanático y sectario del minarquismo, pero no se da cuenta que la propuesta minarquista es la más moderada de todas, ya que tiene a bien considerar todos los niveles jerárquicos, todas las formas epistémicas, y todos los desafíos que permiten abordar la problemática social, tanto los que avienen con la evolución y el orden espontáneo (empírico) como aquellos otros que resultan de unas instituciones generales dadas de antemano (apodíctico). Como dijo Aristóteles: “El principio está en el medio de todo”. La minarquía vendría a ser en política ese medio y esa ecuanimidad que necesita la teoría.

El Estado cumple la función de garante máximo de aquellos principios que previamente ha validado la filosofía. Mientras que el mercado y el orden espontáneo son las instituciones que mejor representan el conocimiento fáctico y científico que se obtiene mediante prueba y error. Capella sin embargo, al pretender que los axiomas más fundamentales también puedan ser objeto de duda, atribuye todo el conocimiento a un único método (la demostración empírica), olvidándose de esas cuestiones que resultan tan importantes y esenciales que no tienen alternativa y que por tanto nunca pueden ponerse en cuestión. En esto, se asemeja a los evolucionistas y se acerca peligrosamente al anarquismo más radical.

1.2. Lo que sí pretendo

Mi objetivo es reivindicar la filosofía, y no me voy a echar atrás en este propósito, aunque algunos piensen que quiero desprestigiar a la ciencia, o aunque crean que no sigo una metodología suficientemente seria. Sinceramente, creo que existe una filosofía racional, muy útil para comprender algunas cuestiones de la vida. No creo en esa filosofía socrática que solo consiste en plantear cuestiones, ni en esos filósofos que animan a los demás a hacerse preguntas que no tienen respuesta. Una vez oí a uno de esos filosofillos de postín decir que lo que diferencia a la filosofía de la religión es que la primera consiste en pensar sobre preguntas que no podemos responder, mientras que la segunda trata de dar respuesta a preguntas que no podemos contestar. Sin embargo, tan estéril es hablar solo de algo que no conocemos como preguntarnos por algo que nunca podremos llegar a saber. Lo único que cambia en estas dos afirmaciones es el grado de osadía del interlocutor, pero no así el contenido de las mismas. Ambas reivindican la ignorancia como única máxima y objetivo del saber humano, lo cual solo puede conducirnos a un lugar no muy alejado de aquel del que partíamos.

La filosofía no puede utilizar los métodos de la ciencia (ya que no es lo mismo). Para que la filosofía sea racional e independiente al mismo tiempo tiene por tanto que asentar sus bases en unos presupuestos seguros, que no requieran demostración alguna y que queden patentes desde el primer momento. Dichos presupuestos se llaman axiomas y solo pueden servir de algo si apelan a conceptos verdaderamente absolutos e innegables, ya que de lo contrario estaríamos describiendo una propiedad falsable y estaríamos haciendo ciencia. Afortunadamente, algunas cualidades de las cosas, aquellas que tienen que ver con la existencia en general, apelan a consideraciones verdaderamente irrefutables, que podemos utilizar para elaborar un conocimiento seguro, por la vía deductiva. Ahora bien, si se piensa que esos axiomas pueden ser refutados algún día (como conviene en afirmar Capella) perdemos la lógica del razonamiento y la esencia de los mismos, y nos convertimos en monistas metodológicos, y solo aprobamos el método de la falsación y el empleo de la ciencia. Asimismo, en ausencia de demostraciones fácticas, la única forma que tiene la filosofía de convertirse en una disciplina racional es la de utilizar principios verídicos que describan fenómenos o hechos que sean tan simples y necesarios que no dejen lugar a la duda, y que nos permitan por tanto afirmar que estamos elaborando un conocimiento real y seguro, a pesar de no poder demostrarlo de forma empírica. Si negamos esto, estaremos negándole a la filosofía cualquier posibilidad legítima de existir como disciplina racional y, entonces, creeremos que solo la ciencia puede jugar ese papel.

La filosofía establece unos presupuestos básicos innegables. Pero si se quedase ahí no tendría demasiada relevancia. Lo que hay que entender también es que, aparte de esas abstracciones iniciáticas, se pueden obtener algunas conclusiones o implicaciones que afectan de forma más directa a muchos de los fenómenos que observamos a diario. En este sentido, podemos estar seguros de que la filosofía contribuye al conocimiento de la naturaleza como lo hace la ciencia, y que igualmente afecta a las decisiones que incumben a la política, la ética o la economía. En concreto, este artículo gira en torno al debate político que salpimientan las charlas de minarquistas y anarquistas. Por consiguiente, me limitaré únicamente a resaltar algunas derivadas que incumben exclusivamente a este campo.

Yo simplemente intento construir un sistema axiomático basado en el individualismo y el dualismo metodológicos. De ahí se deducen algunas cosas interesantes, como la de que la minarquía es una forma de organización social superior al anarquismo. Por eso me parece importante resaltar que la minarquía es también un sistema dual, que tiene a bien considerar tanto los problemas complejos como los principios básicos, respetando por un lado el orden espontáneo y por otro las instituciones más básicas y necesarias del Estado, y que esto no es en ningún caso una casualidad, ya que tiene que ver con el hecho de que la realidad de la naturaleza responde de igual modo a esa dicotomía, y que por eso debemos usar dos métodos de investigación y atender siempre a dos tipos de fenómenos naturales (simples y complejos).

Veámoslo de forma un poco más detallada. El individualismo metodológico apela a un único principio básico, el hecho de que todos los existentes son individuos. Esto conlleva muchas otras cualidades susceptibles de ser analizadas, tales como la finitud, la concreción, la acción individual, etc… Por eso todas estas cualidades resultan tan importantes y por eso se pueden usar en último lugar para explicar los sistemas más complejos de todos: la economía de una sociedad (como hizo Mises). Además, el propio dualismo puede ser deducido también a partir de ese individualismo. Un individuo finito implica necesariamente un entorno que lo limite y lo acote. Esto conlleva a su vez la existencia de algunos fenómenos simples, aquellos que competen solo a ese individuo, y otros mucho más complejos, cuando se juntan diversos elementos del entorno para componer un sistema superior. De aquí nace el dualismo ontológico y también el metodológico. Así, descubrimos por ejemplo que podemos partir de hechos absolutamente simples, como hace la filosofía, o de otros mucho más complejos, como hace la ciencia, y que en ambos casos podemos llegar a constatar una situación verídica. Y de aquí también se deducen algunas implicaciones políticas, económicas y éticas. Concretamente, en el asunto que nos ocupa: el de la política, debemos asumir también dos ámbitos distintos, el individual y el colectivo, la cosa en sí y la cosa unida a todas las demás cosas, el individuo y su entorno. En este sentido, el minarquismo es el único sistema que asume esos principios de forma correcta, respetando la acción libre de cada ser, pero entendiendo también que el Estado tiene una función importantísima, la de estipular un marco general de regulación, haciendo que todo el colectivo se atenga a las normas que garantizan esos derechos individuales. De este modo, se tiene en cuenta tanto al colectivo como al individuo, y se establece todo ello en función del principio que nos sirve para desarrollar todo el razonamiento: el individualismo metodológico.

En definitiva, la minarquía es el único sistema de gobierno que respeta y contempla toda aquella información que opera en los sistemas complejos, que está distribuida entre cada uno de los elementos que componen dichos sistemas, y que solo se puede conocer de forma tácita o parcial por cada una de las partes (de ahí que debamos defender la libertad de acción de las mismas). Pero también atiende a ese otro tipo de información más simple que constituye las bases de cualquier orden general, las condiciones para que se dé tal complejidad, y los prerrequisitos necesarios para que emerjan espontáneamente esas nuevas cualidades. Esta información debe existir con carácter previo, e igual que en la naturaleza la complejidad de una selva está precedida por un universo mucho más simple, constituido únicamente por cuatro fuerzas físicas elementales, en la sociedad humana la economía y el mercado también deben estar asentados sobre unas leyes esenciales previas, que ofrezcan una garantía general y un marco legislativo común. En epistemología, el axioma es aquel concepto que viene a representar a esas leyes esenciales inmediatas. Y la única traducción posible que podemos hacer de estos axiomas en el ámbito de la política es la de describir y ordenar un Estado mínimo que, con carácter previo (inmediato, apriorístico) se encargue de establecer las normas básicas que proveen a la sociedad de estabilidad y progreso.

2. Lo accesorio

Tampoco entiendo demasiado la crítica que hace Capella al hecho de que yo diga que la única justificación de la Escuela Austriaca es la oposición al socialismo. Nada en este mundo tiene sentido si no existe un contrario con el cual contrastarse y al cual oponerse. El día solo tiene sentido si existe la noche. Igualmente, la defensa de la libertad solo queda definida cuando constatamos que existen grupos de personas que quieren oprimirnos. El individuo solo existe si existe a su vez un entorno que lo niega. No es una cuestión de autoconsistencia interna. Es simple y llanamente una evidencia por oposición. Reto a Capella a que me ponga un ejemplo que invalide esta afirmación.

Capella dice: Cualquier cosa que se diga, cualquier tema que se estudie, Eladio no está contento si no hacemos un análisis metodológico que distinga claramente la inducción científica de la deducción filosófica; y según él esto último es lo único válido en este ámbito. ¿Por qué? Esencialmente porque sí, porque lo dice él” En primer lugar, yo no digo que sea lo único válido, digo que es la esencia epistémica que debemos contemplar para realizar cualquier análisis posterior. Además, no entiendo por qué Capella, después de haber leído un extenso opúsculo mío, se afana en decir que no me prodigo lo suficiente, y que me limito a responder con afirmaciones vacías. Básicamente, todo mi esfuerzo está dirigido a explicar esa dualidad y explicar también su reflejo en las ciencias sociales y la economía. Jamás en mi vida he pretendido convencerme a mí mismo y convencer a nadie usando la expresión «porque si».

Capella dice, refiriéndose a la minarquía: “¿Y eso cómo se consigue? ¿Cuál es ese límite máximo o mínimo al que hay que llegar? ¿Cómo sabemos si lo hemos alcanzado o si nos hemos excedido?” “Aquí haría falta algo más de detalle en el análisis. Tal vez algunos problemas de la falta de gobierno central no tienen solución, o se agravan con el gobierno central” Véase que yo no estoy afirmando que conozca cual es el límite máximo o mínimo al que hay que llegar cuando reducimos el tamaño del Estado, ni que no haya problemas insolubles que se puedan agravar con el gobierno central. Capella pretende pasar de la cualidad a la cantidad, sin solución de continuidad. Mi defensa del minarquismo basada en el dualismo metodológico afirma simplemente que la forma más completa y prudente de analizar la realidad, y por defecto también el gobierno de un país, consiste en considerar dos metodologías y dos realidades distintas, la de los fenómenos complejos y la de los hechos sencillos. No estoy analizando el grado de reducción que deberemos aplicar al Estado, cuestión que con toda seguridad tendrá que dirimirse de manera empírica (con el paso de los años y con el método que Capella defiende). Estoy diciendo que, si queremos alcanzar el óptimo de Pareto, esa reducción no podrá ser nunca completa, pues existen algunos hechos y principios tan fundamentales que no pueden quedar al arbitrio de las decisiones evolutivas, y que lo mejor es que sean impuestos con carácter inmediato y de forma unilateral. Una cosa es analizar el grado de reducción del Estado y otra muy distinta entender la necesidad de otorgar un mínimo de poder a un ente general, en representación de aquellos hechos y principios que nunca podrán ser puestos en duda por el análisis empírico. Lo primero es fruto de una duda razonable. Lo segundo lo es de una certeza irrefutable. De nuevo, conviene no confundir estos dos hechos principales, para no caer en los errores que, en mi opinión, comete continuamente el propio Capella.

Según Capella, yo propongo “una caricatura del científico”, pues digo que éste debe estar consagrado a la tarea de manipular las muestras que tiene delante de sus narices y que ha preparado él mismo para invocar alguna función concreta. Y dice: “Sin embargo no está muy claro qué es eso de “invocar alguna función concreta, si es que significa algo; algunos científicos manipulan muestras, pero otros analizan muestras preexistentes (sólo observan, no experimentan) o generadas por otros científicos; las muestras utilizadas no siempre están delante de las narices, sino que a veces están muy lejos (astrofísica, cosmología)”. Con la expresión “delante de sus narices” simplemente quería enfatizar el hecho de que la ciencia empírica trabaja con hechos manejables, no quería decir literalmente que los científicos toquen el objeto que observan con sus apéndices nasales. Creo que Capella se entretiene en criticar cuestiones puramente lingüísticas que no tienen demasiado recorrido.

Acaba Capella su crítica igual que la empezó, apelando a mi negativa a estudiar la sociedad de forma científica. Y dice: “Según él, la sociedad no puede estudiarse de forma científica, porque “es un sistema altamente complejo. Supongo que entonces las sociedades no humanas tampoco pueden estudiarse de forma científica porque son órdenes complejos (y la sociobiología no sería científica); y el ser humano como sistema complejo tampoco puede estudiarse de forma científica. La psicología y la medicina tampoco son ciencias, y no existen las ciencias de los sistemas”. Esta rúbrica final viene a constatar el error que recorre toda la réplica de Capella, y que consiste en creer que mi defensa del apriorismo vendría a negar la posibilidad de que la ciencia haga sus propios estudios en el campo de la sociología y los sistemas complejos. Repito una vez más: para poder hacer un análisis completo de la sociedad hay que usar dos métodos de conocimiento, saber cómo se aplican, entender qué podemos extraer de ellos, y finalmente implementarlos correctamente, sin obviar ninguno de ellos. En el plano de la sociedad, la minarquía es el único sistema que hace esa implementación, el único que respeta el orden espontáneo que surge en la naturaleza como consecuencia de las distintas alternativas a las que se enfrenta la acción y los gustos personales (que vendrían a ser el método de prueba y error que practica la ciencia) y el único que contempla también los principios más generales del derecho (que vendrían a ser todos aquellos principios que se demuestran de forma inmediata y que se corresponden con los axiomas que investiga la filosofía).

Me interesa mucho que Capella indique cuales son las expresiones que, según él mismo dice, utilizo yo torpemente por “escribir deprisa y sin pensar”. De ese modo, tendría la oportunidad de subsanarlas en el futuro.

Con respecto a la metáfora de las formaciones Kársticas, decir que es posible que sea un tanto inapropiada. Simplemente, a mí me sugiere esa capacidad que tiene el agua para ir profundizando a través de todas las vetas del terreno, igual que hace la filosofía cuando se abstrae de los fenómenos más superficiales y ahonda en el problema de la realidad, hasta crear auténticos cenotes.

Me parece interesante acabar resaltando el último párrafo de la réplica de Capella, donde éste apela a nuestra amistad y nuestras aficiones comunes. Para mí la amistad es el único estado que favorece el diálogo fructífero y pacífico. Dicha amistad se pone a prueba y se refuerza cada vez que dos personas entran en desacuerdo, discuten acaloradamente sobre un tema concreto, y salen indemnes. El artículo en cuestión queda en un segundo plano si consideramos todo lo que la discusión nos aporta como personas, y todo lo que en concreto Capella me ha aportado y me seguirá aportando como intelectual. Además de pensar que, en términos generales, navegamos él y yo en el mismo barco, esto es, nuestras ideas no son tan distintas como en principio podría parecer a tenor de la discusión. No obstante, a veces es conveniente exagerar los detalles para animar la polémica y fortalecer el debate. Por tanto, no puedo dejar de suscribir y agradecer esa última consideración que hace Capella al final de su artículo.

En el tramo final de su crítica, Capella también recomienda la lectura de la réplica “devastadora” que realiza Ismael Rodríguez con motivo de mi trabajo. Este consejo no es extraño viniendo de quien viene, pues Ismael ofrece una respuesta bastante parecida a la que hace el propio Capella, atacando igualmente mi concepto de dualismo sin saber muy bien lo que significa. Para él, vale lo mismo que he dicho más arriba.

Ismael dice que no soy dualista porque “uso afirmaciones invariables que no dependen de demostración alguna”. ¡Pues claro! Pero esto no quiere decir que no sea dualista, sino simplemente que estoy usando uno de los dos métodos. Al parecer, Ismael querría que una afirmación invariable fuera al mismo tiempo variable y demostrable. Se evidencia en él aquella misma falta de entendimiento a la hora de concebir el dualismo que ya hemos resaltado más arriba. Precisamente, si pienso que el minarquismo es el único sistema que optimiza las energías de una sociedad, es porque es el único que atiende con el debido rigor a esa cualidad, esto es, que tiene a bien considerar aquellos principios apodícticos que pueden implementarse ipso facto, y aquellos otros sucesos que deben quedar en manos de las decisiones privadas, el orden espontáneo, o la experimentación científica o ciudadana. Esto es una afirmación categórica irrefutable, pero en cualquier caso es una afirmación que no niega la posibilidad de usar la demostración y la prueba en los casos en que estas sean requeridas, sino todo lo contrario, que las incluye de facto en su proposición de partida. Lo que es irrefutable es el hecho de que se pueden usar dos herramientas. No por afirmar algo con absoluta seguridad estamos negando que existan otros hechos que deban ser puestos en duda y analizados empíricamente. Convendría que Ismael no confundiera esto. No tiene ningún sentido que me acuse de practicar el apriorismo puro y contravenir el principio del dualismo, cuando lo que estoy haciendo es usar precisamente esa parte del dualismo que viene a ratificar los axiomas.

Da la impresión de que tanto Capella como Ismael quieren tratar todos los hechos de la misma forma, aplicando en cualquier caso los axiomas que ellos consideren oportunos, pero al mismo tiempo intentando probarlos con demostraciones fácticas. Esto denota una incapacidad para la identificación y una falta de discernimiento absoluta. Que se pueda estudiar la sociedad con ambos métodos no quiere decir que todas las características sociales deban ser analizadas y dilucidadas con las dos herramientas. Lo que viene a decirnos el dualismo metodológico es que un sistema está compuesto por distintos tipos de fenómenos y que por tanto es conveniente distinguirlos y clasificarlos al objeto de darles un tratamiento diferenciado. Los fenómenos simples y seguros no pueden ser demostrados mediante la ciencia porque no necesitan tales evidencias. Y los fenómenos complejos no pueden ser afirmados a priori de manera categórica porque en su caso requieren siempre una demostración fáctica. Así opera el dualismo metodológico.

La segunda acusación de Ismael tiene que ver con la parte donde hablo de Rallo, cuando afirmo que la teoría y la práctica siempre deben ir unidas. En este caso, yo no digo que no haga falta ninguna prueba. Precisamente, digo todo lo contrario, a saber, que una teoría científica tiene que seguirse de una prueba práctica y que por tanto la praxis y la teoría siempre deben ir de la mano.

Respecto a la falta de concreción que me achaca Ismael, decir que ya me fue difícil resumir el artículo, que éste solo pretendía abordar la epistemología y la metodología que se corresponde con un sistema de gobierno apropiado, y que para saber de qué manera se puede analizar la forma concreta que tendría dicho Estado hay que acudir a la ciencia, y cambiar de tema (Ismael, te puedo remitir a otros artículos que tengo colgados en mi blog donde hablo de estos asuntos y que seguro responderán a eso que me pides).

Ismael acaba diciendo que lo rescatable de mi artículo es que ofrece la mejor solución para cada tipo de caso. Curiosamente, esa es la esencia del dualismo metodológico que él dice que yo no respeto. Hay algunas cuestiones básicas que hay que tratar de manera general y que solo quedan representadas con un gobierno central, y otras muchas que deben quedar en manos de los particulares y depender en cualquier caso de las decisiones privadas y el orden espontáneo. No tiene sentido que se me acuse de negar precisamente aquello que me empeño en defender todo el rato (el dualismo). Pero menos sentido tiene decir que mi mejor propuesta es precisamente aquella que continuamente se me está criticando. Se nota que Ismael ha perdido en este punto el norte y no acaba de entender del todo la parte mollar de mi trabajo. Al fin y al cabo, toda esta discusión se debe al hecho de que mis interlocutores no entienden suficientemente el dualismo metodológico, y menos aún la esencia irrefutable de los axiomas y el carácter epistemológico y apriorístico de la propia filosofía.

Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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2 respuestas a Dualismo metodológico: fundamento ontológico y corolario político (segunda réplica a Francisco Capella)

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