Por qué no soy monárquico, y tampoco demócrata, y menos aún republicano


Estos días anda la ciudadanía a vueltas con el asunto de la monarquía y la república. El rey de España ha abdicado, y sus detractores aprovechan para pedir la cabeza de su heredero. Yo no me postulo a favor de ninguno de esos sistemas. No creo en la monarquía, y tampoco en la alternativa republicana. Algunos me han dicho que esto es una imposibilidad ontológica. Si no defiendes la república –me dicen- tienes que creer en la monarquía, no existen grises. Pues bien, como esto es falso, voy a intentar explicar en un pequeño artículo cuál es en realidad mi postura.

La razón de que no sea monárquico es bien sencilla. Es la misma que me lleva a renegar de la democracia. Y también es la que hace que me aparte del discurso alambicado que excretan los republicanos cada vez que hablan para una audiencia. Yo solo creo en una verdad absoluta: la libertad individual, el respeto a las decisiones del individuo. Esta égida formidable es incompatible con cualquier sistema de gobierno que asuma la necesidad de disponer de una mayoría del electorado para determinar la forma de la sociedad, y también es incompatible con cualquier organización que anteponga, por encima de todas las cosas, las tradiciones dinásticas de un determinado país.

El conservadurismo y la monarquía alientan la idea de que las leyes y normas de una sociedad son mejores en tanto en cuanto lleven más tiempo existiendo en el mundo, y se atengan a las tradiciones y las convenciones sociales. Pero esto no es un pensamiento racional digno de ser resaltado. Existen ideas buenas y malas, que han perdurado más o menos tiempo. En consecuencia, no tiene sentido apelar al tiempo para justificar las bondades de un gobierno ecuánime, toda vez que la mayoría de las veces la putrefacción del gobierno solo es una cuestión de tiempo.

Sin embargo, muchos de los que rechazan la monarquía, también dan por hecho que la única vía de escape que nos aleja de ese sistema arcaico es la democracia. Pues bien, también aquí niego la mayor. Yo tampoco soy demócrata. Igual que no creo que las tradiciones deben decidir cuál ha de ser el comportamiento de todos los ciudadanos, tampoco creo que lo deba hacer la mayoría de votantes. Insisto, yo defiendo la libertad individual, defiendo la capacidad individual del ser humano, defiendo la libertad con letras mayúsculas. Antepongo la libertad a cualquier aspecto tradicional y a cualquier creencia mayoritaria. La defensa de la libertad (o de la verdad) es incompatible con la defensa de algo que esté basado en las decisiones particulares de ciertos personajes, ya sean éstos del pasado o del presente, escasos o numerosos.

La democracia tiende a corromper y destruir la esencia de la libertad. La democracia es, díganselo a Platón, la tiranía de la mayoría, la disolución de las minorías en el ácido corrosivo del colectivo, y la merma absoluta de los valores que hacen al individuo tal y como es. Yo defiendo el derecho a que las minorías sean libres y no estén atadas y coaccionadas por las mayorías. Sobre todo defiendo a esa minoría que es la más esencial de todas: el individuo.

Por lo mismo, tampoco creo que la república pueda estar legitimada para llevar a cabo una transición verdadera hacia la libertad. Si los demócratas no lo están, con menos motivo lo están sus hermanos mayores: los republicanos. Los republicanos son los democraticistas modernos. Ellos solo conciben la vida en sociedad si existe una cantidad dada de personas que continuamente está ejerciendo el voto, convocando referéndums y tomando decisiones en el lugar de otros. Esta obsesión por el referéndum es una enfermedad psicológica grave. En realidad, es una nueva forma de colectivismo, y es la única manera que tienen hoy en día los totalitarios de pasar desapercibidos.

Una de las mejores cosas que podemos hacer los intelectuales a la hora de evaluar las leyes de la naturaleza (y de la sociedad) es la de insistir en diferenciar dos categorías distintas. Las reglas que afectan a los hechos particulares, como por ejemplo las que se deben debatir dentro de una comunidad o una asociación (ej. el tipo de puerta que habrá de colocarse en la entrada de una urbanización) deben someterse necesariamente a votación. Pero no pasa lo mismo con aquellas reglas más generales que no pueden tener alternativa y que son universales y necesarias. Los democraticistas intentan someter todo a plebiscito popular. Al hacer esto, ponen en duda las leyes más generales e importantes, que deberán someterse en cualquier caso al arbitrio de la mayoría, y al mismo tiempo se entrometen en aquellas otras normas que solo deben dirimirse en el ámbito del individuo. En ambos casos incurren en medidas coactivas que disminuyen gravemente la libertad de las personas, bien porque no se respeten sus derechos más fundamentales, bien porque no se les permita decidir sobre asuntos que solo les afectan a ellos.

La monarquía puede ser mala o buena. Si es buena, puede ser mejor que la democracia. Si la monarquía implica la defensa absoluta e intergeneracional (hereditaria) de unos derechos y unas leyes correctas, esta institución será superior a aquella que viene determinada por un régimen democrático cortoplacista, que se tambalea cada vez que cambia el gobierno, y que se mueve al ritmo de las modas, sometido al prurito popular, a la decisión vacilante de los votantes, o a los intereses de los compromisarios del partido. En ese sentido, y solo en ese, se puede decir que la monarquía es un sistema más estable, capaz de representar una unidad y una lealtad a las ideas que tengan como referencia la libertad inquebrantable del individuo. Por supuesto, esta característica positiva está condicionada por el tipo de monarquía que exista. La monarquía no es por definición algo bueno. Con eso y con todo, el sistema monárquico supone una ventaja con respecto a la democracia. No es un sistema veleta, no depende de los vientos que expulse el trasero obsceno de la mayoría, henchida de resentimiento y de ignorancias.

No soy monárquico. No creo en los privilegios de una familia real. Yo no adoro a las personas. Adoro a las ideas. Ahora bien, dicho lo cual, he de aclarar que tampoco soy antimonárquico, en el sentido de que no defiendo la abolición de la monarquía porque quiera cortar la cabeza a los reyes y establecer de ese modo una república democrática. Es más, ante determinadas circunstancias podría llegar a defender la monarquía como mal menor, sobre todo teniendo en cuenta la catadura moral de aquellos que están dispuestos a hacer de la capa del rey un sayo, democraticistas republicanos, la mayoría de ellos socialistoides incurables y estatistas empedernidos. Repito: yo adoro las ideas, la razón que está detrás del concepto de la libertad individual, el derecho a no ser molestado por ninguna masa enfebrecida que quiera decirme lo que tengo que hacer, ya sea utilizando espadas y enarbolando la corona, o por medio del voto electoral.

Lo repetiré por tercera vez: yo no soy monárquico. Ahora bien, esto no me impide ver que la democracia puede ser un sistema mucho peor. ¿Y por qué esto es así? ¿Por qué la democracia puede ser peor que la monarquía, o la monarquía peor que la democracia? Pues por la misma razón que vengo aduciendo todo el rato. La única verdad absoluta es aquella que defiende la libertad del individuo. Si no se defiende de manera absoluta esta libertad, se acaba cayendo en un relativismo ideológico que puede convertir la sociedad en un sistema mejor o peor, según lo quiera el monarca de turno o el populacho que represente la mayoría en ese momento. Las ideas no son buenas porque lo diga un rey o porque lo diga una mayoría. Las ideas son buenas porque se ajustan a la verdad, y serán más buenas en tanto en cuanto se ajusten a la verdad más grande de todas: la libertad individual.

El principal problema, y el drama que acucia el desmembramiento y el cainismo de las sociedades de todas las épocas, reside en el hecho de que la gente siempre ha creído fervientemente en el Estado y en el político, ya sea éste un representante del pueblo, o haya sido fruto de un golpe de mano dirigido militarmente. Da igual. Todos creen que es imprescindible que exista un gobierno consolidado y robusto, que dictamine las normas que deben seguir todos los ciudadanos de un país. Es por ello que, no bien depuesto un sistema, ya surgen voceros y personajes mesiánicos que arengan al pueblo para sustituir éste por otro equivalente, que ellos piensan que será mucho mejor. Pero, como quiera que no existe un gobierno mejor que otro, porque todos son igual de malos, al final el problema se repite y se agrava, y siempre vuelve a caer otro gobierno y a alzarse uno más. La historia está jalonada por este tipo de sustituciones. El motivo de ello está bastante claro. La gente piensa que el político desempeña un papel imprescindible, que la sociedad debe guiarse desde la democracia socialista, que hace falta intervenir constantemente la economía de los ciudadanos, que es preciso cambiar las cosas, combatir la injusticia. Esta escusa les sirve a los totalitarios para camuflarse y para pasar desapercibidos, para aparentar respeto, y para cubrirse con todo tipo de artificios y máscaras de attrezzo. Todos afirman que son demócratas, que son ellos los que dejan que la gente se exprese en las urnas, y que respetan las votaciones y la voluntad de los demás. Sin embargo, el verdadero respeto no reside en dejar que las personas elijan al próximo déspota y al siguiente gobierno, sino en dejar de decidir por ellos, en dejar de votar a políticos, en dejar de convocar referéndums, en dejar de votar, en dejar hacer. El verdadero voto, el más libre de todos, es el que echamos todos los días cada vez que actuamos y decidimos de manera particular, cada uno de nosotros. Ese voto no se puede impugnar, ni hace falta estimularlo con panfletos y propagandas. Ocurre de forma natural, cuando no existen electores de otro tipo. En cambio, el voto de la mayoría solo busca imponer una determinada idea, que siempre será necesario consensuar en las urnas.

Los que antes se trataban de camaradas, y elevaban la voz para gritar consignas nazis o leninistas, ahora salen a la calle para aclamar a la república y a la democracia. Una vez que el comunismo y el totalitarismo han conseguido exterminar a millones de personas, y se hace casi imposible su defensa, aquellos que en otra época sí los habrían defendido, ahora se visten de demócratas, porque eso les permite seguir apoyando el totalitarismo de manera soterrada, a través de la coacción que ejerce la mayoría representativa sobre la minoría ácrata, en el parlamento y en las instituciones, copando los mecanismos de producción, y haciendo política. Ahora ya no se agrede ni se viola la vida, pero sí se utiliza una agresión sistemática e institucionalizada sobre la renta de todos los ciudadanos. Hoy en día el Estado nos roba en impuestos la mitad de lo que ganamos en un año de trabajo, y en cierto modo, también nos está robando la mitad de nuestra vida. Es preciso que detengamos esta sangría, de una vez por todas. Hay que encontrar y eliminar al genocida.

Ahora bien, en un régimen democrático el Estado es un mero reflejo de lo que desea y elige la mayoría plebiscitaria. Por tanto, el asesino no es un sujeto en particular. Existen muchos culpables, todos los que creen en estas socialdemocracias hiperinfladas y pseudofascistas, todos los que reclaman cada vez más poder popular, más Estado, más republica, y más sediciones. Todos tienen las manos manchadas de sangre. El homicida de la libertad presenta, a día de hoy, el aspecto de una Hidra; es un monstruo de muchas cabezas. Y el homicidio que está perpetrando acaso solo encuentre similitudes con ese crimen que relata Agatha Christie en su obra más famosa: Asesinato en el Orient Express. La historia de la democracia occidental tiene la traza de una novela negra, con muchos cómplices, y con un final poco tranquilizador.

Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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2 respuestas a Por qué no soy monárquico, y tampoco demócrata, y menos aún republicano

  1. Jose dijo:

    Está Ud asumiendo que ésto es una monarquía (en contraposición a una democracia, según Ud, y yo añado: a una oligarquía). Naturalmente, ni lo que hemos visito estos 30 años ni lo que pone la Constitución y leyes que la desarrollan, confirman su suposición. Estamos en una democracia (o mejor dicho, una oligarquía de partidos que temen al público).

    Desde un punto de vista «racional», tal vez alguien puede decir que un sistema es mejor que los demás. Hay otros puntos de vista: el biológico (el hombre como animal es un animal grupal jerárquico -de hecho, el nivel de testosterona, como sucede en ciertos simios, sube con el poder-. En Estados Unidos, paradigma de la democracia y donde cualquiera puede llamar de tu al Presidente de la nación más poderosa de la tierra (y llamarle » Guille » al Presidente Clinton), la jerarquía existe y se respeta, y la da el dinero.
    Desde el punto de vista sociológico, podemos decir que fomenta el nacionalismo personificado en un individuo legitimado por la historia, como puede haber otros signos (himno, bandera, escudo, mapa escolar, religión si es estatal, traje, lengua…)…
    Hay aspectos psicológicos también, que a parte de los personales de cada uno, yo pondría la identificación del monarca como padre de la nación y la identificación de uno con el monarca como jefe de la familia -el monarca también tiene una familia-…
    Hay aspectos económicos: colabora a la estabilidad social y económica, lo cual es vital para las sociedades industriales y de servicios.

    No sigo. Todo tiene sus pros y contras. Yo lo resumiría en que es un «mito» político, como existen otros republicanos (ej que todos pueden ser Presidentes, lo cual es tan falso como que todos pueden ser millonarios si trabajan duro. Pero no deja de ser otro «mito» político de otro país).

    Sí me llama la atención que precisamente están en contra de lo que llamamos monarquía los que están en contra de la democracia: Son principalmente los partidos que propugnan la dictadura. Que sea del «proletariado» (esto es: de una camarilla de burgueses en nombre de las «masas» obreras y campesinas» y con la legitimación de los «intelectuales» -legitimación que ha probado ser criminal y nada intelectual-) no es una excusa.
    Lo que hemos visto estos días es que atacando la «monarquía» contribuyen de una manera «racional» en dinamitar el régimen que tenemos para instaurar el suyo, cosa que la mayoría no quiere por que si no, ya sería ésto un soviet gramsciano.

    Cuando hablamos de sistemas políticos ideales, lo que estamos pensando es en sistemas que sirvan mejor a nuestros intereses, con los medios que tenemos y la realidad en que vivimos.
    Claro que sé que cuando se dice que el poder reside en el monarca, por ejemplo, es para legitimar
    por el grupo que le apoya que el poder no lo tienen que tener los señores feudales, sino el más poderoso de ellos.

    Pero los que hablan en nombre de la democracia olvidan a quién tiene que servir este régimen. No es para agarrarse a la teta del poder, ni para llevar a los «ciudadanos niños» a un «mundo mejor» en su contra.
    Este es el verdadero significado de democracia. No quién tiene el poder, sino a quién beneficia. Como la manera de dirimir las cosas entre iguales es a través de votaciones (o sorteos también, como se hacía en Grecia), eso es lo que se hace.

    ¿O es que Ud también me va a decir que tengo derecho a ser Presidente de Gobierno? No se deje engañar y no intente engañar a los demás.

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  2. Jose dijo:

    Si que estoy de acuerdo con Ud en el hecho que esperamos de los políticos que nos arreglen la vida. Y así nos va.
    La cosa se ha complicado con el llamado «Estado del Bienestar», que ha acabado convirtiéndose en: vivir a costa del vecino (y el vecino dice que pague el «vecino»).
    Una vez que asumimos que el Estado puede libremente meter la mano en el bolsillo de los ciudadanos, ya tenemos excusa para no trabajar, no ahorrar, no estudiar, no prosperar en la vida, que las administraciones no funcionen, mantener políticos corruptos, que haya pensiones sin fondos, que no pensemos en cuales son nuestros intereses con respecto a la cosa pública….Por que, como lo paga el vecino, solo es un problema de voluntad política de echar más dinero (de los demás) a los problemas a ver si se arreglan solos. Por lo menos que aguanten hasta las próximas elecciones. Esto es lo que ha pasado en estos últimos treinta años. Hasta que el juguete se rompió y de pronto nos dimos cuenta que no éramos la 40 economía del mundo civilizado (o la 38, que da lo mismo).
    Pero hay algo más. Mucho peor:
    Como estamos esperando que el Estado lo haga todo por nosotros, no hacemos lo que hace la gente normal en los demás países (industrializados, en vías de desarrollo o subdesarrollados): ser activos en la persecución de nuestros intereses: estudiar una profesión que nos mantenga o aprender un oficio, encontrar trabajo o crear nuestro trabajo, ascender en la empresa por tomar más responsabilidades o ganar más dinero por vender más o ser mejor…
    Así hemos llegado a un paro que no existe ni en el tercer mundo ni hay perspectivas de que baje.
    Gracias a los sindicatos, hemos desindustrializado el país, lo que nos convierte en la colonia comercial de los países de la Unión Europea que sí que fabrican.
    Hemos educado a la gente a no hacer nada si no les dan una subvención (como parece que no sucede en Alemania, Holanda, Dinamarca, Inglaterra, Canadá, EEUU…), por lo que nos quedamos sentados en casa viendo Gran Hermano esperando que los emigrantes trabajen por nosotros y diciendo qué malo es el Presidente de Gobierno (cualquiera).
    Exigimos que nos den pensiones que no hemos cotizado a quienes no las van a tener nunca, por que como estamos en una Sociedad de Consumo, siempre hay que gastar.
    Para rizar el rizo y justificar lo injustificable, ahora resulta que el problema para no crear empresas es que los Bancos no dan dinero (¿Han visto algún Banco en el mundo que dé dinero?. Su negocio es prestarlo a quien demuestra que puede devolverlo con los intereses).
    ¿Hay más? Sí, con la táctica de repetir mentiras una y otra vez hasta convertirlas en verdades, ahora resulta que la culpable de todas nuestras desdichas es la Merkel, que no nos quiere dar su dinero. (Algunos más retorcidos dicen que es Rajoy por que no le quiere decir a Merkel que nos de el dinero de los alemanes a fondo perdido. Como si esta mujer no sabe ya lo que queremos ni Rajoy se lo haya suplicado tantas veces).
    Como estamos en una pesadilla, eso sí, democrática, resulta que las fábricas que antes estaban aquí, ahora están allí (China, Vietnam, Malasia, Indonesia, Corea…). Todo gracias al mantra repetido hasta la saciedad una y otra vez por las izquierdas de «gastos sociales» (el mapa del clítoris ese que se hizo en Extremadura, es un gasto social). Bien, me pregunto ahora cómo vamos a salir de ésta y si se tarda mucho en aprender chino mandarín, por que parece que nuestra única opción es emigrar a alguna colonia china.
    No si, estos políticos nos han capado bien. Y nosotros bien que nos hemos querido dejar capar.

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