El feminismo y la feminidad


el feminismo y la feminidadLa indefensión del ser humano es la cualidad que mejor le define; es la que más acrecienta sus zozobras y sus pesadumbres. El hombre contempla la naturaleza, y de inmediato se ve inmerso en una vorágine sin sentido. Poco a poco se va afianzando en él un sentimiento intenso, de indefensión y de impotencia. La vida le va quitando la salud y el vigor, de manera irremediable. Es una batalla que ya tiene perdida de antemano. Al final, todo se acaba. Cualquier esperanza desaparece cuando hacen acto de presencia los primeros estertores de la muerte, que preceden a la inexistencia.

El hombre tampoco puede dejar de sentir una cierta indefensión cuando traba contacto con otros humanos, que también le pueden arrebatar la vida. Esto no es muy habitual en los países occidentales, donde muchos hombres han hallado por fin una vida más o menos digna. Pero existen otras maneras de acentuar su naturaleza desvalida que no implican necesariamente el asesinato. Le pueden quitar la palabra; no hace falta que le quiten la vida. La censura también es una forma de indefensión. Pero no solo la censura. Pueden dejarle hablar todo lo que quiera, pero modificar al momento todo lo que diga. La tergiversación también causa indefensión, porque no está en nuestra mano corregir lo que otros se empeñan en adulterar. Por tanto, no se está faltando a la verdad si se afirma que la vida es un cumulo de sinsabores, y que estos están causados sobre todo por esas frustraciones e incapacidades que caracterizan cualquier existencia. Todo lo que existe es susceptible de dejar de existir. Todo lo que se dice puede ser interpretado de otra manera.

Afortunadamente, yo todavía puedo presumir de tener una salud de hierro. Nadie cercano a mí parece estar dispuesto a quitarme la vida. Y no estoy sometido a ningún tipo de censura. Por tanto, la indefensión que más me preocupa en estos momentos gloriosos, la única que todavía puede afectarme, es esa que aparece cuando los demás interpretan erróneamente mis palabras. Es una indefensión menor, si la comparamos con la que viene propiciada por la muerte o el anatema. Pero casi estoy dispuesto a afirmar que produce en mí los mismos estragos que causaría cualquier otra. Hace unos días llegué a mi casa con una zozobra inverosímil, que no creía que la pudiera causar ninguna discusión. Había sido víctima de una tergiversación.

Todo empezó en un bar de Madrid, platicando con dos amigas. En un momento de la conversación se me ocurrió que podía enumerar las cualidades que se dan en una mujer, y que son las que yo creo que atraen la atención de la mayoría de hombres. Desde mi punto de vista, son principalmente tres: la coquetería, la debilidad y la naturalidad.

Una mujer que se cuida, y que da la impresión de querer estar bonita, transmite un montón de sensaciones al género opuesto. Como mínimo, y aunque esto pueda parecer pueril, está dando a entender que no padece ninguna enfermedad. Cuando alguien no está sano empieza perdiendo el apetito por la comida, y acaba perdiendo el deseo de vivir. El enfermo no tiene ganas de salir a la calle, y por supuesto tampoco hace ningún esfuerzo para parecer mejor. Todo deja de tener importancia. La vida solo tiene sentido cuando uno está sano. Cuando está enfermo la vida es un sinsentido. El único motivo que nos da fuerzas para existir es la constatación de que podremos seguir viviendo y existiendo. Y existimos solo si no enfermamos y morimos. Por tanto, si una mujer quiere estar bonita, si da muestras de querer estar bella, en definitiva, si es coqueta y zalamera, los hombres podemos estar seguros que la enfermedad no va a estar presente en ella, que no devastará su imagen, y que podremos amarla sin riesgo de perderla.

La coquetería también nos indica que la mujer tiene una cierta disposición a ser contemplada y, en cierto modo, que muestra algún tipo de interés por nosotros. En los animales eso se llama celo y es la única señal que tienen los machos que desean copular. En el hombre no es tan sencillo. No obstante, la mujer también debe mostrarse receptiva. En este sentido, la belleza y la coquetería son el indicativo de un cuerpo saludable y preparado. Igual que una fruta madura se vuelve de color carmesí para llamar la atención de los animales que pasan a su lado, la mujer también anuncia una cierta disposición y entrega cuando arregla y luce sus atavíos.

La debilidad es la segunda cualidad que tiene que tener una mujer si quiere atraer al hombre. Una mujer débil despierta un sentimiento que insta al hombre a protegerla, abnegadamente. El cuerpo de la mujer ha sido creado y modelado por la naturaleza para dar a luz, para amamantar a los retoños, y para rebullirlos en sus brazos hasta que se quedan dormidos. Pero no está hecho para la lucha física. Los peligros físicos debe solucionarlos el hombre. El poderío del macho, su masa muscular, su altura, sus espaldas anchas, son la garantía que tiene una mujer de que no le pasará nada a ella o a sus hijos. La mujer se siente amada cuando la rodean unos brazos grandes y poderosos, y cuando tiene que alzarse de puntillas para abrazar la figura esbelta de su pareja. Como complemento, el hombre siente que debe ofrecer protección a la mujer, y le atrae su debilidad. Este es un hecho biológico incontrovertible.

La tercera cualidad que debe tener una mujer deseada es la naturalidad. Como he señalado más arriba, la mujer debe ser coqueta y también debe ser débil, pero ninguna de estas virtudes servirían de nada (no servirían para atraer la atención del hombre) si fueran fruto de una sobreactuación y si estuvieran debidamente calculadas. Deben ser reales, lo que quiere decir que tienen que ser sinceras y espontaneas. La naturalidad es una condición necesaria. Si la mujer no es espontánea tampoco será coqueta o débil. Si intenta parecer bonita afectando los rasgos de su cara, sin convicción, con cálculo, el hombre sabrá que solo intenta engañarle, y no se sentirá atraído por ella. De aquí, podríamos deducir que la espontaneidad sirve igualmente a la mujer para saber que el hombre no la está engañando. Sin embargo, no creo que la espontaneidad sea un rasgo masculino que incremente la sensualidad del hombre igual que lo hace con la mujer. La espontaneidad le queda bien sólo a la mujer. En el hombre sugiere cierta precipitación. El hombre tiene que ser más calculador, más seguro. La naturaleza le ha asignado una función física, como protector de la manada, si se me permite la expresión. Su atractivo debe residir por tanto en aquellas actitudes que demuestren cierta prudencia y cierto pundonor. Tiene que ser reservado. A la mujer le atrae un hombre seguro de sí mismo, que inste a pensar que ha analizado todos los peligros que se ciñen sobre ella y que sabe desempeñar el papel que la naturaleza le ha encomendado. Por supuesto, esto no quiere decir que no tenga que ser sincero, solo que no debe manifestar esa sinceridad a través de la espontaneidad y la ligereza. Yo diría que el hombre debe ser simplemente sincero, llano. La sinceridad que mejor sirve para atraer la atención de la mujer es aquella que se muestra a las claras. La mujer solo pide sinceridad. En cambio, el hombre desea que la mujer también sea espontanea. Le gusta una mujer loquita; que la espontaneidad resulte sincera.

Hace algunos días, en un bar del centro de Madrid, a altas horas de la madrugada, acabé discutiendo con dos amigas sobre todas estas cosas que nos distinguen a los hombres y las mujeres. Luego me fui a casa con una sensación de indefensión que nunca había sentido antes. Uno intenta expresarse en términos correctos, busca las expresiones que mejor convengan en cada caso, arma una argumentación lo más clara posible. Pero cuando tergiversan todas tus palabras sientes una desprotección absoluta, y te parece que nada de lo que dices sirve. No puedes hacer nada. Ninguna explicación vale. Yo intenté describir las cualidades que me atraían en una mujer. Pero no podía imaginar que esto despertaría la animosidad de mis amigas.

Mis amigas no aceptan la coquetería; piensan que no puede ser natural. Creen que una mujer que se arregla para agradar a un hombre esta poniéndose en ridículo. Les enseñé unas fotos de una chica que me gustaba, posando delante de la cámara, y empezaron a criticar a todas las mujeres que se esfuerzan para parecer más bonitas. Mis amigas rechazan cualquier gesto en la mujer dirigido a agradar a los hombres. Pienso que esto tiene un motivo claro. Existe un resentimiento moderno cada vez más frecuente, que hace que algunas mujeres necesiten atestar de algún modo esa independencia que han logrado en el último siglo. Quieren vengarse de los hombres, que durante tantos años las han tenido en un segundo plano. Ese resentimiento hodierno es el germen del movimiento feminista, y de muchas injusticias. La mujer desea reivindicar sus derechos, tanto tiempo usurpados por los hombres, y como quiera que ya no existe ese abuso, ahora ellas empujan una puerta abierta, golpeando en las narices de aquellos que al otro lado estamos agarrando el vano dispuestos a dejarlas pasar. El feminismo ha matado la feminidad. El feminismo hace que la mujer deje de ser mujer. La mujer siente que cualquier diferencia con el hombre es una injusticia. Esto hace que no quiera comportarse como una mujer normal, anulando todas aquellas cualidades que más la caracterizan y que son las que más atraen la atención de los hombres. La mujer que actúa de esta guisa siente que cualquier cosa que haga con objeto de agradar al hombre es un acto de sumisión, indefectiblemente. Siente que cualquier concesión es un paso atrás. Se olvida de que el juego del amor es un intercambio mutuo que siempre busca agradar al otro. Se olvida de que la sensualidad fundamenta la relación solo cuando está basada en la concesión. La atracción mutua solo es posible cuando existe un acuerdo, y cuando las partes interesadas permiten y facilitan que el otro acceda a ellas. La atracción se basa en la concesión, también por parte de la mujer. Pero hay mujeres que sienten que cualquier concesión es un acto vejatorio. La mujer está resentida, después de tantos años de dominación masculina. Pero se olvida de que la concesión también es un acto voluntario. Cualquier relación sentimental se sostiene sobre una serie de concesiones voluntarias imposibles de anular.

Mis amigas desaprueban la coquetería. Están convencidas de que las mujeres se rebajan cada vez que intentan hacer algo que sea del agrado del hombre. Por eso ridiculizan a las mujeres coquetas, y por eso ven gracioso que yo muestre interés por este tipo de señoras. Se ríen un poco de mi, con ese aire de superioridad que tienen todas las lesbianas, convencidas como están de que no necesitan a los hombres para satisfacerse (no estoy diciendo que mis amigas sean lesbianas, solo digo que se ríen de la misma manera). A mí no me importa que se rían. Pero de la risa han ido pasando a la indignación. La segunda cualidad de una mujer atractiva es la debilidad. Esto no les ha hecho ninguna gracia. Cualquiera que sea medianamente sensato podrá deducir que el aprovechamiento de la debilidad de otras personas no acarrea necesariamente un abuso. La debilidad del otro puede ser usada para someterle, pero también pude mover a la protección. Si yo digo que alguien es débil esto no implica que esté defendiendo que se le puede someter. Para mí la debilidad física de una mujer, por otro lado suficientemente demostrada, es un rasgo que me lleva a protegerla. Y esto es exactamente lo contrario del sometimiento. La estoy ofreciendo algo que no la perjudica y que no va en contra de su voluntad. Cuando yo hablo de las cualidades que deben darse en una relación entre un hombre y una mujer hablo de la necesidad de que ambos sientan que el otro les aporta algo. Evidentemente, la mujer sentirá que el hombre le da una protección física, y el hombre se verá retribuido cuando la mujer percibe esa seguridad. Pero mis amigas interpretan otra cosa. Entienden que la debilidad es un síntoma de inferioridad, en cualquier situación. Y creen que los hombres siempre se aprovechan de esta circunstancia con la intención de dominarlas. De nada valen mis explicaciones. De nada sirve que intente definir el concepto de debilidad. Hay dos tipos de debilidades, la que inspira el sometimiento de la parte más frágil, y la que inspira su protección y su cuidado. Pero mis amigas solo atienden al primero. Debido a ese resentimiento feminista que he descrito más arriba, desean creer que yo estoy defendiendo la inferioridad de la mujer, y la dominación masculina. Esta exegesis es completamente falaz y muy injusta. Sería cierta si yo realizase una aclaración expresa que abogase a favor de ese sometimiento. Pero yo me desgañité para explicar que mi posición era exactamente la contraria, opuesta a todo tipo de dominación. No obstante, mis esfuerzos no sirvieron de nada. Mis amigas habían encontrado un espantajo ideal, al cual zarandear y culpar de todas las atrocidades cometidas por los hombres a lo largo de la historia. Y no estaban dispuestas a dejar pasar la ocasión. Podían sentirse a gusto viendo el resultado de su venganza: la impotencia que yo sentía al ser acusado de un delito que no había cometido. Parece como si todos los hombres las estuvieran violando. Esto es muy injusto. Seguramente hay médicos que tienen en su árbol genealógico un pariente lejano que ha sido un asesino y un convicto. ¿Deberíamos acusarles a ellos también de esos asesinatos, cuando seguramente habrán salvado muchas más vidas que nosotros? ¿Deben las mujeres acumular ese resentimiento hacia los hombres, como si todos fuéramos unos profanadores? Me parece que no.

Cuando afirmo que las libertades de la mujer se deben a algunos hombres, esto no quiere decir que defienda que las mujeres tienen que dar las gracias a todos los hombres, incluso a esos que ampararon el sometimiento al que ellas se vieron expuestas en el pasado. Mis amigas me dicen que no tienen que dar las gracias a nadie. ¿Quiere decir esto que ellas han conseguido solitas todos esos derechos, y que los hombres no han contribuido en nada? Esto me parece también una estupidez. Es una negación absoluta de la realidad y de la historia, tan flagrante que solo se explica si tenemos en cuenta que las mujeres que dicen eso están dominadas por un odio visceral hacia todos los hombres, que les nubla el entendimiento.

No hace mucho los hombres pensaban que las mujeres dependían totalmente de ellos, y que debían ser sumisas y comedidas, y obedecerles en todo. Afortunadamente, existen en el mundo muchos países que ya han abolido ese tipo de discriminación. Sin embargo, algunas mujeres siguen disconformes. Son ellas ahora las que piensan que son independientes, y que los hombres son un estorbo incómodo. Por eso, no les quieren agradecer nada, tampoco el hecho de haber conseguido las mismas libertades que ellos. Antes eran los hombres los que creían que las mujeres debían ser dependientes de ellos, y mostrar una actitud sumisa. Ahora son las mujeres las que creen esto de los hombres. La emancipación de la mujer les ha llevado a pensar que los hombres valen menos que ellas. Las mujeres son más inteligentes, más sinceras, más leales, y las únicas que han conseguido tener los derechos que ahora disfrutan. Esta creencia es tan arrogante y ruin como la que tenían muchos hombres antes. En cualquier caso, lleva a unos y otros a creer que son totalmente independientes. Esto destruye cualquier relación natural entre hombres y mujeres, y por supuesto cualquier sensualidad y atracción que pueda darse entre ellos. La arrogancia actual que muestran las feministas, algunas de las cuales incluso llegan a afirmar que en futuro no harán falta los hombres (y sueñan con el día que puedan reproducirse ellas solas, por partenogénesis), es parecida a esa otra arrogancia que mostraban los hombres no hace mucho, cuando convenían en creer que la mujer era una especie distinta, claramente inferior, y prescindible en la mayoría de los casos.

Mis amigas me acusan de ser un determinista genético, simplemente porque subrayo todas esas diferencias biológicas que hacen que tengamos que depender los unos de los otros. El fin último de la vida es la reproducción. Si estamos aquí es porque todas las generaciones que nos precedieron lograron reproducirse con éxito. Nuestros cuerpos están creados con este propósito. Primeramente, los individuos se reproducían simplemente dividiendo su cuerpo. Este es el caso de las bacterias o las esponjas. La reproducción, tal y como la conocemos nosotros, es decir, la reproducción que requiere la unión de dos individuos de distinto sexo, surgió hace millones de años con un objetivo muy claro. Gracias a la reproducción los individuos están obligados a mezclar sus genes. Cuando un hombre y una mujer unen sus gametos están mezclando sus genes. De esta forma crean nuevos genotipos, aumentan la variabilidad de la especie, y dan lugar a individuos muy distintos. Dicha variabilidad es una ventaja evolutiva enorme, que estimula la propia evolución. Surte los cambios genéticos necesarios para poner en marcha todo el proceso. Cualquier especie se adapta al entorno mucho mejor si tiene muchos individuos distintos, que pueden enfrentarse a distintas enfermedades y que sobreviven en distintos ambientes. Por eso es buena la mezcla de los genes, y por eso existe el sexo, y también el amor, y todos los sentimientos que van asociados a estos comportamientos. Por consiguiente, el determinismo genético tiene una importancia trascendental a la hora de definir los comportamientos y los caracteres de las personas. Esto es más cierto si tenemos en cuenta esos comportamientos que tienen que ver con la reproducción y con el sexo, tan importantes para la vida y la evolución. No obstante, mis amigas se empeñan en desacreditarme diciendo que estoy abrazando un determinismo genético inverosímil. Yo simplemente apunto algunos rasgos que diferencian e identifican a los hombres y las mujeres. Sin embargo, no puedo luchar contra esta ideología. El feminismo consiste en eso, es un orgullo que niega todas esas diferencias. La feminista observa el trato discriminatorio que han sufrido las mujeres en el pasado, y deduce inmediatamente que cualquier diferencia con los hombres debe suponer un abuso. Lo mismo han hecho los comunistas en el ámbito de la sociedad y la economía. El marxismo desencadenó una revolución que, si bien iba a suponer el fin de un régimen absolutista centrado en la figura del terrateniente o el monarca, instauraba otro totalitarismo igual o peor que el anterior: la tiranía del proletariado. Se contemplaron unas diferencias basadas en privilegios regios injustos, y se dedujo que cualquier diferencia social suponía una injusticia, también aquellas que eran fruto de la libertad, del esfuerzo de unos y la incapacidad o la vaguería de otros. Una sociedad sin clases quiere decir una sociedad donde no existen diferencias y donde la gente trabajadora y diligente no obtiene mejores resultados que la gente perezosa. Esto también es una injusticia.

La diferencia entre hombres y mujeres es una realidad que no se puede negar. Por tanto, la libertad tiene que acabar resaltando esas distinciones. Ahora bien, cualquier exageración por uno u otro lado acabará eliminando estas diferencias, y también la libertad. El machismo exagera todas las diferencias. Con ello elimina cualquier tipo de discrepancia. Todos deben comportarse según el dictado del más fuerte. El feminismo pretende corregir esta situación de discriminación, equiparando completamente a las mujeres con los hombres, y presuponiendo que esa igualación absoluta resarcirá los males que ha ocasionado el machismo. Sin embargo, acaba produciendo los mismos efectos, porque la igualación que pretenden las feministas también anula las diferencias entre hombres y mujeres. El feminismo es el equivalente femenino del machismo. En el ámbito de la sociedad, el machismo se parece a una tiranía monárquica, y el feminismo es como esas dictaduras marxistas que buscan generar una comunidad sin clases; igualitaria. Y ya sabemos a que conducen estas dos organizaciones.

Los seres humanos estamos profundamente determinados; desde el momento que nacemos las circunstancias sociales y la dotación genética imponen una serie de restricciones imposibles de eliminar. Mis amigas confunden este tipo de restricción, necesaria, natural, con la que podían sufrir sus antepasados, cuando los hombres sometían a las mujeres sin ninguna necesidad. Cuando yo defiendo el determinismo genético no estoy defendiendo el trato diferente que sufrían las mujeres con respecto a los hombres, y que las obligaba a obedecerles en todo lo que hacían. No defiendo la discriminación de las mujeres si digo que los hombres son más fuertes y ellas más débiles, porque estoy constatando una realidad natural, y porque solo me estoy refiriendo al poderío físico, en el contexto de una relación sana, donde dos personas deciden unir sus vidas de forma voluntaria. En este caso el hombre se aprovecha de la debilidad de la mujer, pero no lo hace para someterla, sino porque desea estar con ella y quiere ofrecerle alguna protección. Si mis amigas no entienden esta diferencia de matiz es porque están cegadas: les nubla la vista el odio que sienten. Entiendo que desprecien a los hombres que han abusado de ellas a lo largo de la historia, así como a todos aquellos que desgraciadamente todavía siguen haciéndolo. Pero esto no justifica que aborrezcan a todos los hombres, ni que salten al cuello de uno cada vez que surge el tema de la diferencia de sexos. Es evidente que no somos iguales. En nuestras relaciones debemos ofrecer cosas distintas. Jugamos dos roles diferentes. La naturaleza ha querido que nos especializáramos, al objeto de que quedasen cubiertas todas las necesidades que tienen las crías. Si las mujeres pretenden que esto no sea así, están destruyendo cualquier relación con los hombres. Eliminan el deseo y la sensualidad. Niegan la atracción carnal. Impiden ese juego sempiterno que busca en el otro lo que uno no tiene, complementando determinadas funciones. Si las mujeres quieren equipararse a los hombres, no solo a la hora de reivindicar ciertos derechos, sino también cuando comparan sus cuerpos y niegan su debilidad constitutiva, están llevando al extremo su postura, y están eliminando una de las razones de la existencia, la que nos hace distintos a todos, evidenciando alguna identidad. Igualmente hacían los comunistas cuando deseaban que todas las clases sociales fueran iguales. Se cargaban la diferencia, y con ella la búsqueda del otro, el nexo de cualquier sociedad, que solo puede estar basado en algún tipo de dependencia. En una comunidad de personas cada individuo se especializa en una tarea distinta, la gente tiene distintas profesiones, compra y vende los productos del trabajo ajeno, y todos dependen de todos. Estos actos constituyen la base del desarrollo de las sociedades modernas. La especialización aumenta el rendimiento de forma considerable. Pero también implica que las personas no puedan vivir únicamente de lo que producen ellas, como en esas economías de subsistencia primitivas. No obstante, son esas dependencias que se crean las que acaban cimentando y reforzando los lazos entre las personas, y amalgamando a la sociedad entera. Pues bien, esas dependencias se deben exclusivamente a la diferencia, a los distintos quehaceres y habilidades, que solo pueden surgir en una sociedad dispar, donde cada individuo produce distintas cosas y debe comprar los productos que fabrican los demás. De este modo, todos aquellos credos que van en contra de las diferencias que resultan de estas circunstancias, todos los que dan preeminencia a la igualdad y al comunismo, y todos los idearios que se derivan o se asimilan a estos (entiéndase socialismo, humanismo, panteísmo…), están abocados al fracaso, acaban destruyendo los lazos que en principio se proponían remendar. De la misma forma, la relación entre un hombre y una mujer debe basarse en la diferencia. La añoranza de la persona amada, que solo encuentra sentido cuando nos falta algo y cuando deseamos encarecidamente que otros vengan y nos lo den, fortalece esos lazos que nos unen a los demás y que constituyen el asidero de cualquier relación humana. Y solo se puede tener añoranza de aquellas cosas que no tenemos, de aquello que es distinto a nosotros. La verdadera comunión, el verdadero comunismo, ya sea en una gran sociedad o en una simple pareja, nace siempre de la diferencia y se consagra con ella. El comunismo que se basa en la igualdad, el que normalmente entiende toda la gente, es una mentira que solo encuentra asidero en las creencias de las personas ingenuas, porque es una idea que ha sido repetida hasta la saciedad. No obstante, algunas mujeres rencorosas no olvidan los ultrajes y los agravios a los que han sido sometidas en el pasado, y creen que cualquier distinción con los hombres les acerca a aquella situación. Y como quiera que los hombres siempre son distintos, ven en ellos una constante amenaza. Se comportan igual que esos perrillos que han sido maltratados por sus amos y que ya no congenian con ningún cuidador, y muerden a cualquiera que se acerque a ofrecerles algún alimento. Estos animales corren el riesgo de morir de hambre, o de ser sacrificados para que no sigan sufriendo. Algunas mujeres tampoco distinguen a los hombres buenos de los malos, no aprecian sus cualidades masculinas, ni tampoco las virtudes femeninas que ellas tienen y que suponen una ambrosia para los hombres. No creen en ninguna diferencia y consideran que cualquier distingo supone siempre un agravio. Están resentidas y escaldadas. En el pasado esas diferencias conllevaban grandes vejaciones. Y ahora estas mujeres deducen erróneamente que las diferencias son siempre así, impropias, infames. Pero igual que hay hombres buenos y hombres malos también hay diferencias buenas y diferencias malas. Si no se hace este tipo de consideraciones, si solo se realiza una valoración somera, fruto de una inquina rencorosa, se corre el riesgo de incurrir en una injusticia, y meter a todos los hombres en el mismo saco. Este es un error que tiene un largo recorrido, muy común en el pensamiento actual de las personas. Con razón se dice que siempre acaban pagando justos por pecadores.

Me gustaría que el comportamiento que mostraron mis amigas hace unos días hubiera sido fruto de un arrebato momentáneo, un acceso de furia pasajero, debido más a la intensidad y la vehemencia del debate, que a una verdadera convicción. Así, deseo que esta carta contribuya a aclarar las cosas, que tal vez quedaron un poco enturbiadas por el alcohol y por el sueño, aquella madrugada aciaga. Sin embargo, también soy consciente de que muchas mujeres creen realmente lo que dicen, y rubrican todos los eslóganes y las directivas que exponen los movimientos feministas, aunque sus reclamaciones suenen ya un poco anacrónicas, y se realicen a toro pasado.

Postdata: la principal crítica que ha recibido este artículo ha venido de la mano de algunas mujeres, como no podía ser de otra manera. Sugieren éstas que yo trato al género femenino con una falta de respeto absoluta. Me dicen que considero a la mujer como un objeto y que no apelo en ningún momento a su inteligencia. No tengo ningún problema en afirmar que la cuarta cualidad que más me fascina en una mujer es su inteligencia. Sin embargo, el artículo no trata la inteligencia y no considero oportuno apelar a esta obviedad. Si me gustasen las mujeres estúpidas no estaría criticando a las feministas. Pero no quiero dejar pasar esta ocasión para incidir de nuevo en el tema que he intentado exponer todo el tiempo: el problema de la tergiversación. Si yo digo que la mujer debe ser débil no estoy diciendo que tiene que estar sometida. Si digo que me gusta que sean espontaneas y naturales no estoy diciendo que me gusten tontitas. Si digo que la naturaleza nos ha hecho diferentes no estoy diciendo que los hombres seamos mejores. Pues bien, cuando digo que las mujeres deben ser todo eso, espontáneas, débiles, naturales, tampoco estoy diciendo que no deban ser inteligentes. Lo único que pasa es que este artículo no trata la inteligencia. Solo pretende subrayar aquellas reacciones instintivas y aquellas impresiones involuntarias e instantáneas que suscitan en los hombres esos primeros encuentros con las mujeres. En este contexto, hablo exclusivamente de la atracción que me producen las mujeres, la primera vez que las veo, o cuando pienso en ellas de forma desenfadada. La inteligencia no tiene nada que ver con esa atracción inicial. La inteligencia tiene que ver con la admiración, que se resuelve de otra manera, a través de una contemplación más pausada.

 

Acerca de Eladio

Licenciado en biología. Profesor de instituto. Doctorando en economía.
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Una respuesta a El feminismo y la feminidad

  1. Una vez leida esta carta, con lo que personalmente no concuerdo son con expresiones del tipo: «»Entiendo que desprecien a los hombres que han abusado de ellas a lo largo de la historia, así como a todos aquellos que desgraciadamente todavía siguen haciéndolo»». Das por hecho un pasado (que agrupas en un ideario, sin tener en cuenta la multitud de «pasados existentes» y que se han sucedido), en el que la «mujer ha sido abusada, maltratada sin causa justificatoria y de forma arbitraria por el hombre», y esto último es falso. La gran justificación del «feminismo», es falaz, y entiendo que tú también «se la has comprado».

    Sabes perfectamente, que los seres humanos hemos ido adaptándonos al entorno en función de nuestra propia evolución, y en cada época se han establecido unos roles que ambos, tanto hombres como mujeres, han aceptado, porque ambos obtenían unas ventajas, y también unos prejuicios, pero no sólo las mujeres, también los hombres. El hombre en ese roll social, también ha sufrido violencia, discriminación y maltrato por parte de mujeres y de muchos hombres y viceversa.

    Por lo demás: uno sabe lo que dice, pero no lo que el otro interpreta.

    Saludos

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